Va a resultar muy difícil, para quienes cuestionaron las alianzas y hoy les sorprenden sus resultados, aceptar el éxito que ha tenido este mecanismo de la legislación electoral para vencer a viejos y despóticos cacicazgos priístas mediante los convenios de coalición entre el PAN y los partidos de izquierda que integran el DIA, particularmente con el PRD.
El mayor disimulo se da entre los dirigentes del PRI, a los que ha calado hondo el balance del 4 de julio, pero eso es comprensible en ellos que dieron como ineluctable su regreso a Los Pinos. Lo asombroso es que se muestren sorprendidos quienes antes han recurrido a las alianzas, y peor aún, que desde el PRD o el PAN se trate de recriminar esas victorias, sólo porque ellos no las encabezaron, o porque sus vaticinios de fracaso no fueron correspondidos por la voluntad popular. De hecho, a partir de su éxito ha recrudecido la crítica y está en formación una especie de alianza anticoalicionista, que congrega lo mismo a Peña Nieto que a Fox o AMLO.
La resistencia a que se siga despejando de caciques y gobiernos corruptos la competencia para el 2012 proviene lógicamente de quienes ven amenazados de nuevo sus planes político-electorales, y colocan por sobre cualquier interés el personal. Imposible reconocer que más allá de las diferencias ideológicas y programáticas que en efecto existen entre el PAN y la izquierda se trata de la conjunción de esfuerzos entre los partidos con acreditada vocación y práctica democrática, con todo y sus divisiones internas, deficiencias e insuficiencias programáticas.
Al ahondar en lo incomprensible que les parecen las coaliciones entre el PAN y PRD, no sólo pretenden borrar del análisis el dato indiscutible de que, a lo largo de las dos últimas décadas, se han concretado una docena de alianzas electorales en varios estados del país, desde Baja California, pasando por Chihuahua y hasta Yucatán, que es la segunda ocasión que en Oaxaca se concreta el acuerdo coalicionista en torno del mismo candidato Gabino Cué, hoy gobernador electo; también esa postura muestra un profundo desconocimiento de las realidades locales donde los ciudadanos se han mantenido en vilo en el respeto de sus derechos fundamentales.
Las coaliciones han sido exitosas desde una perspectiva auténticamente ciudadana de la política, donde los partidos se conciben como instrumentos de la lucha social y política de los ciudadanos, y con ello se ha podido frenar la carrera ascendente hacia la restauración autoritaria del PRI. Porque no hay duda —y he ahí la imposibilidad de comprender el fenómeno coalicionista por los caudillos incivilizados—, los ciudadanos fueron protagonistas esenciales de esas batallas y por ello son los propietarios de esos triunfos, que como en Oaxaca se constituyó en una épica gesta de liberación personal y social.
Esa meta está cumplida en gran medida por lo menos en dos estados donde sus gobernadores fueron motivo de escándalo inmoral y figuras representativas del cinismo político y la impunidad. No es casual que tanto Mario Marín como Ulises Ruiz hayan sido llevados a la SCJN por violación grave de garantías; incomprensiblemente exonerado el primero y responsabilizado lisa y llanamente el segundo de su participación directa en la violación de los derechos humanos y la muerte de 26 personas, aunque sin mayor consecuencia jurídica hasta ahora.
Por lo pronto, la sanción ha sido político-electoral, y ha caído una maquinaria cuyo prestigio entre el priísmo nacional era su pretendida invencibilidad, no obstante que ese prestigio se derivara de las peores formas de defraudación electoral y uso indebido de los recursos públicos. Por eso se concentró en Oaxaca gran parte de la atención nacional. Bastión en el sureste mexicano, caja chica y grande a la vez en la operación de procesos electorales, siempre se colocó como la joya de la corona para las coaliciones que formamos con el PRD, el PT y Convergencia.
Electoralmente, el PAN ha tenido un crecimiento insospechado en esta elección: aumentó en más de 120 mil votos su votación histórica, fue el partido que más votos dio a la candidatura de Cué: 316,000; pasamos de 4 diputados locales a 11 en el Congreso estatal, de cinco municipios que gobernamos pasaremos a más de 20, con cinco de los 10 municipios más importantes de la entidad, entre ellos, la capital de Oaxaca.
Estoy convencido de que es importante seguir por la vía de las coaliciones derrotando la ilegal e inmoral intervención de los gobernadores de los estados en los procesos electorales. Las elecciones del 2012 necesitan un terreno más parejo para que cada partido presente sus candidatos y su plataforma, en un ambiente no sólo más hospitalario para la democracia, sino para la opción ciudadana que realmente le permita distinguir propuestas y diferenciar ideologías. Hay que recordarles a los anticoalicionistas que reclaman por el contraste ideológico que en un ambiente autoritario, sin reglas básicas de convivencia política y de mínimo respeto por la equidad y la legalidad de una contienda, no es ni siquiera posible la discusión de las ideas políticas, el debate de lo programático y lo doctrinal.
El mayor disimulo se da entre los dirigentes del PRI, a los que ha calado hondo el balance del 4 de julio, pero eso es comprensible en ellos que dieron como ineluctable su regreso a Los Pinos. Lo asombroso es que se muestren sorprendidos quienes antes han recurrido a las alianzas, y peor aún, que desde el PRD o el PAN se trate de recriminar esas victorias, sólo porque ellos no las encabezaron, o porque sus vaticinios de fracaso no fueron correspondidos por la voluntad popular. De hecho, a partir de su éxito ha recrudecido la crítica y está en formación una especie de alianza anticoalicionista, que congrega lo mismo a Peña Nieto que a Fox o AMLO.
La resistencia a que se siga despejando de caciques y gobiernos corruptos la competencia para el 2012 proviene lógicamente de quienes ven amenazados de nuevo sus planes político-electorales, y colocan por sobre cualquier interés el personal. Imposible reconocer que más allá de las diferencias ideológicas y programáticas que en efecto existen entre el PAN y la izquierda se trata de la conjunción de esfuerzos entre los partidos con acreditada vocación y práctica democrática, con todo y sus divisiones internas, deficiencias e insuficiencias programáticas.
Al ahondar en lo incomprensible que les parecen las coaliciones entre el PAN y PRD, no sólo pretenden borrar del análisis el dato indiscutible de que, a lo largo de las dos últimas décadas, se han concretado una docena de alianzas electorales en varios estados del país, desde Baja California, pasando por Chihuahua y hasta Yucatán, que es la segunda ocasión que en Oaxaca se concreta el acuerdo coalicionista en torno del mismo candidato Gabino Cué, hoy gobernador electo; también esa postura muestra un profundo desconocimiento de las realidades locales donde los ciudadanos se han mantenido en vilo en el respeto de sus derechos fundamentales.
Las coaliciones han sido exitosas desde una perspectiva auténticamente ciudadana de la política, donde los partidos se conciben como instrumentos de la lucha social y política de los ciudadanos, y con ello se ha podido frenar la carrera ascendente hacia la restauración autoritaria del PRI. Porque no hay duda —y he ahí la imposibilidad de comprender el fenómeno coalicionista por los caudillos incivilizados—, los ciudadanos fueron protagonistas esenciales de esas batallas y por ello son los propietarios de esos triunfos, que como en Oaxaca se constituyó en una épica gesta de liberación personal y social.
Esa meta está cumplida en gran medida por lo menos en dos estados donde sus gobernadores fueron motivo de escándalo inmoral y figuras representativas del cinismo político y la impunidad. No es casual que tanto Mario Marín como Ulises Ruiz hayan sido llevados a la SCJN por violación grave de garantías; incomprensiblemente exonerado el primero y responsabilizado lisa y llanamente el segundo de su participación directa en la violación de los derechos humanos y la muerte de 26 personas, aunque sin mayor consecuencia jurídica hasta ahora.
Por lo pronto, la sanción ha sido político-electoral, y ha caído una maquinaria cuyo prestigio entre el priísmo nacional era su pretendida invencibilidad, no obstante que ese prestigio se derivara de las peores formas de defraudación electoral y uso indebido de los recursos públicos. Por eso se concentró en Oaxaca gran parte de la atención nacional. Bastión en el sureste mexicano, caja chica y grande a la vez en la operación de procesos electorales, siempre se colocó como la joya de la corona para las coaliciones que formamos con el PRD, el PT y Convergencia.
Electoralmente, el PAN ha tenido un crecimiento insospechado en esta elección: aumentó en más de 120 mil votos su votación histórica, fue el partido que más votos dio a la candidatura de Cué: 316,000; pasamos de 4 diputados locales a 11 en el Congreso estatal, de cinco municipios que gobernamos pasaremos a más de 20, con cinco de los 10 municipios más importantes de la entidad, entre ellos, la capital de Oaxaca.
Estoy convencido de que es importante seguir por la vía de las coaliciones derrotando la ilegal e inmoral intervención de los gobernadores de los estados en los procesos electorales. Las elecciones del 2012 necesitan un terreno más parejo para que cada partido presente sus candidatos y su plataforma, en un ambiente no sólo más hospitalario para la democracia, sino para la opción ciudadana que realmente le permita distinguir propuestas y diferenciar ideologías. Hay que recordarles a los anticoalicionistas que reclaman por el contraste ideológico que en un ambiente autoritario, sin reglas básicas de convivencia política y de mínimo respeto por la equidad y la legalidad de una contienda, no es ni siquiera posible la discusión de las ideas políticas, el debate de lo programático y lo doctrinal.
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