martes, 20 de julio de 2010

NUEVAS CARAS DE LA DELINCUENCIA

RODRIGO MORALES MANZANARES

En los últimos días hemos sido testigos de un severo deterioro en la convivencia pacífica; como nunca, hemos visto cómo se merma la seguridad pública. En Tamaulipas unos pistoleros ultimaron al candidato priista a la gubernatura; en Chihuahua otros sicarios asesinaron al sobrino del gobernador electo; en Ciudad Juárez un grupo delincuente hizo estallar un coche bomba en atentado contra la vida de civiles y de efectivos policiacos; en Torreón la delincuencia interrumpió a balazos una fiesta y dejó una masacre que hasta el momento ha cobrado 18 vidas.
Cualquiera de esos incidentes aislados hubiera merecido una atención especial, por lo que significan. En el primer caso se trata de una incursión flagrante del narcotráfico en los comicios; el segundo inquieta por los personajes involucrados; el tercero es un acto inédito que acerca el accionar de los grupos delictivos directamente al terrorismo y, finalmente, la matanza de Torreón nos señala las condiciones de inseguridad extrema que se viven en aquella ciudad en donde los llamados daños colaterales ya son insoportables.
El punto es que los incidentes se agolpan y la sensación inevitable es que la delincuencia avanza, que es cada día más osada, al tiempo que la capacidad de respuesta institucional se percibe cada día más convencional y limitada. La delincuencia amplía la mira de sus objetivos y parece que sus acciones no se inhiben por la sola presencia de más efectivos en las calles.
El coche bomba de Ciudad Juárez, el lugar paradigmático del despliegue de una nueva estrategia, es un serio aviso que nos debiera llevar a revisar de nuevo, no sólo la estrategia para encarar al crimen organizado, sino también el diagnóstico sobre el que descansan las líneas de acción. La masacre de Torreón por sí sola merecería una respuesta similar a la que se prodigó en Juárez; la duda, sin embargo, es si esa es la mejor manera de combatir a esos grupos criminales.
Es evidente que hemos conocido una evolución en las formas de actuar de la delincuencia que alguien tendría que explicar; se está pasando del combate entre bandas a la amenaza abierta a la sociedad; de la batalla entre las fuerzas del orden y la delincuencia, a los actos terroristas. Ya nadie puede sentirse ajeno al conflicto. Se han amplificado los objetivos de la delincuencia, y los instrumentos convencionales no parecen tener eficacia.
Este contexto pareciera favorecer el consenso en torno a la causa (defenderse de una amenaza cada día más poderosa), pero sin duda habrá que avanzar mucho en torno a cuáles son los medios óptimos para lograr revertir la tendencia perniciosa en que nos encontramos. No parece suficiente el cambio discursivo, de la guerra al narco a la lucha por la seguridad, si tras ese cambio de palabras no existe un cambio de óptica.
La magnitud de la inseguridad, insisto, puede ser suficiente para apelar a los consensos básicos, reconocer que estamos ante una embestida mucho más compleja de lo que imaginábamos, sin embargo, para que la lucha por la seguridad deje de ser percibida como un asunto de gobierno y pase a formar parte de una política de Estado, parece necesario revisitar el diagnóstico, revisar el calendario y afinar la estrategia. Ojalá no se pierda el tiempo.

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