lunes, 26 de julio de 2010

CHAMBERLAINISTAS

DENISE DRESSER GUERRA

Sorprendente que haya tan pocos preocupados ante el posible retorno del PRI a Los Pinos. Curioso que sólo a una minoría de mexicanos les quite el sueño esa posibilidad. Más bien predominan los argumentos justificando un desenlace así como producto de la normalidad democrática. Como testimonio de la alternancia deseable. Como señal de una maduración política que el país debe aplaudir. Pero hay algo en estas posturas que se parece al acomodamiento, a la resignación, a la claudicación. A la política del "appeasement", instrumentada por el primer ministro inglés Neville Chamberlain cuando firmó el Pacto de Munich con Adolf Hitler. Y no es que la intención de esta columna sea equiparar al priismo con el fascismo. Pero el objetivo explícito que la anima es señalar la aceptación extendida al regreso priista y cuántos posicionamientos surgen para justificar su restauración.
México no es el mismo, ni el país es el mismo, dicen. Las instituciones son un contrapeso real al poder presidencial del pasado, argumentan. Las instituciones hacen imposible el fraude de antes, insisten. La voz de los ciudadanos ahora sí cuenta, reiteran. En pocas palabras, la democracia en México funciona y una regresión es impensable. Tenemos prácticas y leyes que pueden perdurar; elecciones y autoridades electorales que pueden aguantar; una Suprema Corte y un IFAI que pueden resistir; una libertad de expresión y una participación ciudadana que nadie podrá coartar. La monarquía embozada se ha convertido en una democracia consolidada.
El problema con esta visión es que asume un funcionamiento institucional que francamente no existe, o sólo lo hace de manera parcial. México es un democracia electoral, pero las elecciones recientes demuestran un deterioro importante en cuanto a limpieza, equidad e imparcialidad de los árbitros a nivel local. México es una democracia plural, pero la pluralidad se da en la oferta ideológica más no en el comportamiento gubernamental, donde prevalece la lógica de "reparto del botín" entre los partidos. México cuenta con el IFAI, pero sirve de poco cuando todas las instancias gubernamentales a las cuales se les exige información se amparan para evitar otorgarla. México cuenta con un grado aceptable de participación, pero en la medida en la que no hay otros instrumentos -como las candidaturas ciudadanas, las iniciativas ciudadanas, el referéndum, el plebiscito- la participación ciudadana se vuelve muy limitada y con poca incidencia más allá del ámbito electoral. México puede ser visto como una democracia formal, pero en la cual los poderes fácticos e informales tienen más peso que los poderes electos e institucionales.
México ha cambiado pero no lo suficiente como para celebrar la solidez de una democracia que es a claras luces intermitente. Capturada. Caciquil en algunos estados y feudal en otros. Una democracia "iliberal" como la calificaría Fareed Zakaria, porque la forma en la cual se usa y se comparte y se administra el poder sigue siendo profundamente corporativa. Y ése es el problema que presenta para el país el retorno del PRI. No es que el priismo pueda resucitar a la Presidencia imperial o controlar al Congreso o reinstituir el fraude electoral o restablecer el sistema de partido hegemónico. Pero lo que sí puede hacer -y sin duda lo intentará- es mantener el sistema de cotos corporativos, repartición de prebendas, extracción de rentas, derechos adquiridos e intereses establecidos que creó. Será tan estatista y tan dirigiste como siempre lo ha sido y basta con escuchar cualquier discurso de Beatriz Paredes o leer cualquier artículo de Enrique Peña Nieto para constatarlo. El PRI no regresa para modernizar a México sino para momificarlo.
Y quienes no entienden eso pecan de una gran ingenuidad que acaba legitimando al PRI que no cambia ni se define. Le reclaman -como lo hace Claudio X. González Guajardo- a Felipe Calderón su "obsesión por evitar que el PRI regrese al poder" que "deja en el limbo las reformas que como Presidente debería encabezar". Sentencian que, ante las alianzas electorales que agreden al PRI y sabotean su colaboración legislativa será necesario esperar al 2012 para ver las reformas indispensables. Pero esas posturas presuponen que el PRI encabezará las reformas; que Enrique Peña Nieto las hará suyas; que el priismo empujará cambios estructurales aunque afecten los intereses que protege. Presupone que los ciudadanos sin representación política real lograrán que a partir del 2012 el sistema funcione para ellos en lugar de hacerlo fundamentalmente para las élites corporativas.
Pero ambas suposiciones son un acto de fe; son un ejemplo de la política de apaciguamiento ante el adversario que llevó a Neville Chamberlain a afirmar que "debemos buscar todas las maneras de evitar la guerra". Pero para México habría pocas cosas peores que allanar -de manera conciliadora- el retorno de la fuerza política responsable de los usos y costumbres que la democracia necesita erradicar. Sería equiparable a dormir con el enemigo y hacerlo voluntariamente.

No hay comentarios: