Tras las elecciones del domingo, inquieta el riesgo latente de desandar el camino recorrido en el desarrollo de nuestra democracia. La polarización, las campañas de odio y los sucios artilugios no deben dictar el futuro. Si se trata de evitar esto, un diálogo nacional no funciona con una simple convocatoria, sin agenda, reglas ni principios, o sin expresar respeto a los actores políticos cuando se desea construir gobernabilidad.
Bienvenido el diálogo para ajustar lo que no está funcionando tanto en la seguridad pública como en la acción de gobierno, partiendo del reconocimiento al peso político de los interlocutores, en el marco institucional establecido para la negociación política y con ideas y propuestas puntuales, muchas de las cuales ya están sobre la mesa o en el proceso legislativo.
Discutamos los temas relevantes para el país sin dobles discursos y sin manipular los tiempos o las imágenes. Vayamos a fondo en una reforma fiscal con transparencia en los ingresos y egresos públicos y respetando el federalismo. Replanteemos la política social sin delegados federales ni la manipulación electoral de los programas de combate a la pobreza. Veamos los temas de competencia económica y telecomunicaciones con la perspectiva de Estado que garantizarían los órganos autónomos de regulación. Entremos a la reforma política para pactar las reglas de competencia, representación y convivencia, con un horizonte de gobernabilidad plural.
Si concebimos a la democracia como un sistema más amplio que las elecciones, debemos acordar un arreglo institucional donde los avances de la pluralidad no sean pérdidas para la Presidencia de la República. Esta discusión ha estado presente en México y buena parte de las democracias del mundo, donde gobernar implica el ejercicio del poder en el contexto de sociedades altamente diversificadas y de amplia pluralidad, redes transnacionales de organizaciones civiles, actores privados de gran influencia y donde la exigencia de transparencia, eficiencia y rendir cuentas es una cuestión ineludible.
En estas condiciones, conviene revisar cómo es que, actualmente, los diversos regímenes e instituciones políticas dialogan y resuelven estos problemas de la modernidad, trátese de sistemas presidenciales, parlamentarios o mixtos, en países en desarrollo o el mundo industrializado. Y cómo es que estos retos han modificado el ejercicio mismo de la política ante la necesidad de construir acuerdos que incorporen esta pluralidad y complejidad.
En una perspectiva comparada, existen profundas similitudes en las agendas de gobierno de países con distintos sistemas políticos, que buscan alinear los arreglos institucionales y las formas del ejercicio del poder al ritmo que exigen sus sociedades. En este sentido, no deja de causar sorpresa el contenido del programa de gobierno de la coalición conservadora y liberaldemócrata en el Reino Unido y sus implicaciones políticas.
En el apartado sobre reforma política del programa de la nueva coalición británica destacan, en primera instancia, las propuestas sobre una ley electoral que sería aprobada por referéndum y modificaría el sistema de voto de mayoría simple por uno que disminuya la sobrerrepresentación tradicionalmente favorable a las dos fuerzas políticas principales.
Adicionalmente, se contemplan iniciativas sobre un sistema de representación proporcional en la cámara alta, el cambio en la organización del trabajo parlamentario en la cámara baja, un sistema de “lectura pública” de las iniciativas parlamentarias, la regulación de los prerrogativas de los legisladores, así como la introducción de mecanismos de democracia directa como la iniciativa popular, la revocación de mandato y el referéndum a nivel local.
En vista de lo anterior, debatir sobre la desincorporación o no de la pluralidad política a la gobernabilidad del país resulta un dilema falso. El pluralismo —y la transparencia— han transformado la política en un espacio de diálogo público entre intereses diversos que es necesario conciliar y dirigir, de acuerdo al interés general. Hay que integrar las diferencias, no subordinarlas. No hay más política que el camino largo pero fecundo del reconocimiento del otro, el respeto a la diversidad y el horizonte de largo plazo, para asegurar acuerdos, diseñar políticas públicas integrales y construir una gobernabilidad plural que permita sumar capacidades para la solución de los complejos retos de la actualidad
Bienvenido el diálogo para ajustar lo que no está funcionando tanto en la seguridad pública como en la acción de gobierno, partiendo del reconocimiento al peso político de los interlocutores, en el marco institucional establecido para la negociación política y con ideas y propuestas puntuales, muchas de las cuales ya están sobre la mesa o en el proceso legislativo.
Discutamos los temas relevantes para el país sin dobles discursos y sin manipular los tiempos o las imágenes. Vayamos a fondo en una reforma fiscal con transparencia en los ingresos y egresos públicos y respetando el federalismo. Replanteemos la política social sin delegados federales ni la manipulación electoral de los programas de combate a la pobreza. Veamos los temas de competencia económica y telecomunicaciones con la perspectiva de Estado que garantizarían los órganos autónomos de regulación. Entremos a la reforma política para pactar las reglas de competencia, representación y convivencia, con un horizonte de gobernabilidad plural.
Si concebimos a la democracia como un sistema más amplio que las elecciones, debemos acordar un arreglo institucional donde los avances de la pluralidad no sean pérdidas para la Presidencia de la República. Esta discusión ha estado presente en México y buena parte de las democracias del mundo, donde gobernar implica el ejercicio del poder en el contexto de sociedades altamente diversificadas y de amplia pluralidad, redes transnacionales de organizaciones civiles, actores privados de gran influencia y donde la exigencia de transparencia, eficiencia y rendir cuentas es una cuestión ineludible.
En estas condiciones, conviene revisar cómo es que, actualmente, los diversos regímenes e instituciones políticas dialogan y resuelven estos problemas de la modernidad, trátese de sistemas presidenciales, parlamentarios o mixtos, en países en desarrollo o el mundo industrializado. Y cómo es que estos retos han modificado el ejercicio mismo de la política ante la necesidad de construir acuerdos que incorporen esta pluralidad y complejidad.
En una perspectiva comparada, existen profundas similitudes en las agendas de gobierno de países con distintos sistemas políticos, que buscan alinear los arreglos institucionales y las formas del ejercicio del poder al ritmo que exigen sus sociedades. En este sentido, no deja de causar sorpresa el contenido del programa de gobierno de la coalición conservadora y liberaldemócrata en el Reino Unido y sus implicaciones políticas.
En el apartado sobre reforma política del programa de la nueva coalición británica destacan, en primera instancia, las propuestas sobre una ley electoral que sería aprobada por referéndum y modificaría el sistema de voto de mayoría simple por uno que disminuya la sobrerrepresentación tradicionalmente favorable a las dos fuerzas políticas principales.
Adicionalmente, se contemplan iniciativas sobre un sistema de representación proporcional en la cámara alta, el cambio en la organización del trabajo parlamentario en la cámara baja, un sistema de “lectura pública” de las iniciativas parlamentarias, la regulación de los prerrogativas de los legisladores, así como la introducción de mecanismos de democracia directa como la iniciativa popular, la revocación de mandato y el referéndum a nivel local.
En vista de lo anterior, debatir sobre la desincorporación o no de la pluralidad política a la gobernabilidad del país resulta un dilema falso. El pluralismo —y la transparencia— han transformado la política en un espacio de diálogo público entre intereses diversos que es necesario conciliar y dirigir, de acuerdo al interés general. Hay que integrar las diferencias, no subordinarlas. No hay más política que el camino largo pero fecundo del reconocimiento del otro, el respeto a la diversidad y el horizonte de largo plazo, para asegurar acuerdos, diseñar políticas públicas integrales y construir una gobernabilidad plural que permita sumar capacidades para la solución de los complejos retos de la actualidad
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