RICARDO BECERRA LAGUNA
Para Ciro Murayama.
Italia se quita de 17 años de berlusconismo, pero no lo hace por razones democráticas: lo hace por razones de mercado.
No es que Silvio Berlusconi y su coalición de gobierno hayan perdido la mayoría en el Parlamento. No es que el Estado nacional le hubiera impuesto una sanción ejemplar por su grosera evasión fiscal. Y no es que el Estado de derecho se haya sobrepuesto a la barroca trama mafiosa de un Primer Ministro acusado de casi todo en cinco procedimientos judiciales que aún no se resuelven y que incluyen corrupción de testigos y prostitución de menores.
Fueron esas arteras criaturas que conocemos como “los mercados”, las potencias que finalmente forzaron su dimisión ante la impúdica exhibición de una de las peores administraciones públicas existentes en Europa, después de 17 años –casi- ininterrumpidos en el poder. Miren esto.
Italia lleva 10 años con un crecimiento medio del PIB de 0.25%. A ese ritmo, con ese nivel del ingreso nacional, ningún adeudo es pagable ni financiable. La deuda pública equivale al 119% del PIB. El desempleo abierto se haya apenas por debajo del 9% y por supuesto, financiar lo que debe Italia cuesta cada vez más caro: al empezar octubre, un bono de respaldo al gobierno pagaba 4.1%, al conocerse más y más, las cifras de la administración y la perspectiva real de crecimiento, el interés que tendrán que pagar los italianos subió 80 por ciento.
¿Y quien le prestó al gobierno de Berlusconi? Francia, más que nadie, o más precisamente, los bancos franceses y por supuesto los alemanes: unos con 416 mil y otros con 162 mil millones de euros. Ellos fueron los que presionaron por todas partes para forzar su definitivo adiós, pues la magnitud del problema que hereda el personaje, hace parecer lo de Grecia una sencilla comedia de 280 mil millones de euros, frente a la gran tragedia italiana de 1.8 billones, a pagar –en una buena parte- en el corto plazo.
El menos estatista. El más anticomunista. El fundador de la Casa de las Libertades, logró el mayor desorden de las finanzas de Italia de posguerra (nunca caracterizadas por el orden), al amparo de mucha desregulación financiera, legislaciones a modo, la bendición del Vaticano, la élite católica y sobre todo, un mar de intereses económicos que cuajaron y se multiplicaron en los medios de comunicación, no sólo los electrónicos.
Subrayo: fueron 17 años pero no de petrificación, sino de un espasmódico cambio en las reglas de juego, cuando y como mejor conviniera.
Berlusconi ganó en las elecciones de 1994 gracias a la eliminación del sistema proporcional; diez años después convino resucitarlo, aunque fuera parcialmente, entre otras cosas, para propiciar la fragmentación de la oposición y así, hacer la vida de cuadritos si le vencía la variopinta coalición de izquierda. Y si Berlusconi ganaba con penas como era probable, había que sacarse de la manga otro artefacto, especie de cláusula de gobernabilidad, que le regalaría una prima de 340 escaños a la coalición más votada, así fuera por un voto.
La defensa de sus intereses y los de su élite, eran el eje de su gobierno y mientras él se hizo cinco veces más rico de lo que era en el lapso de sus sucesivos gobiernos, Italia se mecía en el estancamiento económico y productivo, en la época de menor crecimiento desde la posguerra. ¿Les suena?
Creo que los estudiosos de la política y la politología, mexicanos y no, deberían escudriñar al personaje en esos 17 años. Porque creo que él –que se hizo pasar siempre como muy italiano- es en realidad un arquetipo de la política de nuestra época, una política que acabará afectándonos a todos.
Berlusconi en serio y no cómo anécdota pasajera de la picaresca italiana. Más bien como portador de los cruentos tiempos por venir para las democracias occidentales: el Presidente zafio que sabe conectar con los sentimientos elementales de la plebe para ridiculizar e intentar hacer irrelevante al propio país culto y sus estorbosas opiniones (¿recuerdan el círculo rojo de Vicente Fox?). Un hombre de continua manipulación televisiva y periodística, que encabezó una “cargada permanente” (se diría en México) en espacios de radio, televisión y aún en periódicos de gran tradición y prosapia (como el Corriere della Sera). El más astuto, el más rico de Italia y el propietario casi monopolístico de los medios de comunicación cuyo talento principal residió, precisamente, en hacer admisible su propia arbitrariedad.
Berlusconi es un síndrome de peso y gravedad universal, cuyo pragmatismo despiadado y desde el Estado, dio la señal para que todos los intereses particulares se endemonien, se sientan a gusto, exultantes y sin contención alguna.
Nada que no intuyamos o hayamos visto en versiones locales. Por eso, creo, el berlusconismo es nuestro obligado objeto de investigación.
1 comentario:
gracias por su aportación a mi persona he encontrado útil su blog, además de interesante y variado.
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