jueves, 30 de junio de 2011

EL DERECHO A LA LUCHA INSACIABLE POR LA JUSTICIA Y LA PAZ

GENARO DAVID GÓNGORA PIMENTEL

El Cerro del Chapulín, mejor conocido como el Castillo de Chapultepec, fue el punto de encuentro donde se dieron cita el pasado jueves, el Poder Ejecutivo encabezado por el Presidente de la República Felipe Calderón, y representantes del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por el poeta Javier Sicilia.
En un intento por visibilizar a las miles de personas que han quedado en el sepulcro (hombres, mujeres, jóvenes y niños) como resultado de la guerra del gobierno panista y en un ejercicio de diálogo, algunas víctimas contaron sus vivencias.
Al escuchar los testimonios que rindieron en presencia del Presidente Calderón, nos encontramos con una narrativa viva de los familiares que aún tienen la herida abierta, por donde supura el dolor y el coraje que busca embriagarse de justicia a fin de encontrar un poco de resignación.
El diálogo estuvo entronado por algunas víctimas que, en ese momento se convirtieron en portavoz de las miles que estaban ausentes, en nombre de sus muertos reclamaron al gobierno su incapacidad para garantizar a todos seguridad y su responsabilidad en la impunidad gestada en todas las esferas de gobierno.
Reclamaron al gobierno de Calderón su indiferencia para atender los miles de casos de personas desaparecidas; la corrupción de las autoridades que se encuentran inmiscuidas con las redes criminales y el cinismo absurdo con que se les protege; el caso de Marisela Escobedo aún impune; los cientos de casos de mujeres desaparecidas en toda la República, los femenicidios y la falta de compromiso del Estado Mexicano con los derechos humanos de las mujeres que, se ve reflejado entre muchas otras cosas más, con el incumplimiento de la sentencia “Campo Algodonero” dictada por la Corte Interamericana; la situación de los migrantes y la sucia colusión de las autoridades migratorias con los delincuentes, la falta de investigaciones y la lentitud de las autoridades para actuar, fueron parte de las demandas de la sociedad civil.
María Herrera Magdaleno, una de las víctimas presentes que ha perdido a cuatro hijos en lo que va de esta guerra, con voz aguda, plagada de dolor, estando cara a cara con el Presidente, apuntó: “Señor Calderón, todo esto demuestra su incapacidad para garantizar justicia, su falta de interés y la de todos los políticos para garantizarnos seguridad”.
Otro de los hechos que la ciudadanía reprochó fue el despilfarro de dinero que se ha destinado a esta lucha, que no se puede entender, ni traducir como una inversión, pues en vez de edificar se está destruyendo. Araceli Magdalena Rodríguez Nava dijo: “¿Esas montañas de dinero no debieron usarse mejor en la educación y empleos para los jóvenes? ¿En la edificación de más Universidades y Hospitales?”.
El poeta Javier Sicilia externo su inconformidad y declaró: “Somos víctimas inocentes. ¿Le parecemos bajas colaterales? ¿Números estadísticos? ¿El uno por ciento de los muertos? Usted debe pedir perdón. Está obligado a reconocer que su estrategia ha sido contraproducente. Miles de muertos, putrefacción de instituciones, crecimiento de los cárteles... ¿Dónde están las ganancias de su estrategia?"
El Presidente del sexenio de los más de 40 mil muertos protagonizó una disculpa pública —no por disponer de las fuerzas federales para combatir al crimen— sino por no haber podido evitar que mataran a todas las víctimas que yacen en el anonimato y el olvido, acto que a los escépticos no convenció.
Por lo que respecta a la estrategia de combate al crimen organizado, Felipe Calderón en repetidas ocasiones reiteró su postura y creencia de estar empleando la manera correcta para combatir la delincuencia. En este sentido los interlocutores dejaron en claro que su intención no es que el gobierno deje de actuar y de combatir al crimen organizado, sino precisamente que se replantee esa actuación, esa estrategia, a fin de modificar la política pública que está siendo utilizada y que sigue arrojando más pérdidas que ganancias.
Ante la situación actual que vive México y sus mexicanos es casi imposible no contristarse, no condolerse, no enrabiarse, se conmocionan los sentimientos que nos incitan a exigir paz y seguridad, de repente la garganta se engruesa para pedir a gritos un cambio en la realidad política y social del país, estamos quebrados y sangrando, la lanza que era para el toro nos fue enterrada.
El diálogo para la paz vino a poner una primera piedra que es símbolo de la esperanza por la lucha insaciable de que las cosas cambien en México.

“No es justo, no es ético, no es cristiano derramar tanta sangre, sembrar tanta desolación a lo largo y ancho del país, en una guerra que deja intactos a los principales beneficiarios económicos de la industria del narcotráfico”.[1]
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[1] Araceli Magdalena Rodríguez Nava, en su testimonio rendido el jueves 23 de junio de 2011. Castillo de Chapultepec.

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