lunes, 27 de junio de 2011

¿BELLA ESTRATEGIA?

DENISE DRESSER

Para: Felipe Calderón.
De: una ciudadana presente en el Diálogo en el Castillo de Chapultepec.

Señor Presidente, aplaudo el diálogo que tuvo lugar entre usted, Javier Sicilia y las víctimas de la violencia que vive el país. Reconozco el valor de sentar en la misma mesa a gobernantes y gobernados, a quienes no tienen poder y a quienes lo ejercen, a ciudadanos y a quienes deberían actuar como sus representantes, pero que con demasiada frecuencia no lo hacen. Celebro un evento reconocido como excepcional a pesar de que no debería serlo y tardó demasiado en ocurrir. Aplaudo que su gobierno demuestre el deseo de escuchar en vez de ignorar, atender en vez de posponer, encarar la magnitud de los agravios en vez de justificarlos. Todo ello es un indicador de avance. Un pequeño paso en la dirección correcta. Una rendija de oportunidad ante lo que ha sido -hasta ahora- una ventana cerrada.
Pero detrás de la forma loable, persiste el fondo cuestionable. Detrás de la interlocución aplaudible, permanece la obcecación sorprendente. Detrás del diálogo sobre la estrategia gubernamental, queda la percepción de que usted no está, en realidad, dispuesto a reformarla. Su posición fue clara y contundente. Ante la violencia el Estado no puede permanecer indiferente, dijo. Hubiera sido más cómodo para mí no actuar, insistió. Aceptaré la crítica -aún injusta- por haber actuado, reiteró. Muchos no hicieron nada y yo en cambio actué, argumentó. No claudicaré, avisó. Y así confirmó un patrón de comportamiento que ha sido sello de su gobierno y razón de los cuestionamientos crecientes hacia él. Ahondó la brecha entre su postura y la de quienes padecen los costos de una estrategia mal diseñada.
La brecha entre esfuerzo y resultados, entre intención e impactos, entre el orgullo que usted siente por haber actuado y lo que ha producido esa actuación. El mensaje que usted manda es que México estaría mucho peor si usted no hubiera demostrado la osadía que le regateamos. Si usted no hubiera desplegado la valentía que le escatimamos. En el Castillo de Chapultepec mostró humor y humildad, tolerancia y humanidad. Pero en el tema de fondo -el replanteamiento de la estrategia de combate al crimen- no estuvo dispuesto a moverse. Al contrario, lo que hubo de su parte fue un reproche a nosotros por no comprender que actúa correctamente.
Lo que quizás usted no entiende es que Javier Sicilia y quienes lo acompañamos no le estamos pidiendo que deje de combatir a los criminales, sino que lo haga de mejor manera. No le estamos exigiendo que el Estado abdique de su responsabilidad, sino que la ejerza con más inteligencia. No le estamos diciendo que cese en sus esfuerzos, sino que deje de confundir esos esfuerzos con la eficacia. Porque quedan pendientes las preguntas de Javier Sicilia: ¿dónde están las ganancias de la estrategia seguida hasta el momento? ¿Hay un solo indicador que hable de la ruta correcta? Como dijera Winston Churchill -con quien usted se identifica-, "Por más bella que sea la estrategia, ocasionalmente hay que mirar los resultados".
Ante los resultados conocidos -este México nuestro de decapitados y acribillados y una violencia que escala cada vez más- añado las siguientes preguntas a las que Javier Sicilia le formuló. ¿Su estrategia ha producido los resultados deseados más allá del número de capos que ha logrado aprehender? ¿No será que en lugar de reducir la violencia ha contribuido a su incremento? ¿No será que en vez de contener a los cárteles ha llevado a su dispersión? ¿No será que en lugar de mejorar la coordinación entre las agencias del sector de seguridad nacional ha alentado la duplicación de funciones y el cambio constante de agendas entre ellas? ¿No será que en vez de fomentar la colaboración entre los tres niveles de gobierno ha acentuado su disfuncionalidad? ¿Acaso México hoy es un país más seguro, menos inestable, menos violento que cuando usted envió al Ejército a las calles?
¿No es cierto que aunque el gobierno ha podido capturar o matar a capos de alto nivel, las detenciones han provocado divisiones entre los cárteles y el surgimiento de nuevas organizaciones? ¿No es cierto que, a su vez, estas divisiones y las acciones vengativas contra el gobierno han generado una alza abrupta en la violencia?
¿No es cierto que aunque su gobierno ha producido la fragmentación de las organizaciones criminales, su dispersión a lo largo del territorio nacional ha impedido la recuperación de espacios públicos? ¿No es cierto que al cortar una cabeza surgen cinco más? ¿No es cierto que esta guerra -librada así- no va a producir una victoria contundente sino una violencia sin fin? ¿No es cierto que la responsabilidad sobre la búsqueda de alternativas viables a la estrategia actual recae en sus hombros y no en los de las víctimas?
Finalmente, señor Presidente, ¿no es cierto que el liderazgo efectivo se evalúa en función de resultados y no de esfuerzos? ¿O le parece injusto que midamos su bella estrategia así? ¿Debemos aplaudir que haya lanzado una piedra aunque -como boomerang- regresó a pegarnos en la cabeza?

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