lunes, 27 de junio de 2011

RETÓRICA DE LAS REFORMAS ESTRUCTURALES

RICARDO BECERRA LAGUNA

Ya llevamos unas décadas –quizás más- admitiendo con paso veloz y sin mayor examen, esa admonición económica que nos llama la atención acerca de las-reformas-estructurales-que-necesita-el-país.
Sesudos estudios de instituciones internacionales; libros enteros; intelectuales afamados; funcionarios del Banco de México o de Hacienda; políticos y comentaristas repiten la misma reprimenda todos los días. Y fue el Presidente Fox quien la coronó en la conciencia televisada nacional con su famoso spot, en 2003: “Quítale el freno al cambio”.
La lógica de la retórica es sencilla: algunos avispados ya descubrieron la verdadera agenda nacional, ellos ya saben que existe un irrecusable y obligado puñado de cambios estructurales, los cuales, nos aseguran la prosperidad (cambio en las pensiones, en el mercado laboral, abrir Pemex a la inversión privada y restar impuestos a los ricos). México no ha crecido porque no hace esas reformas y quienes se oponen a ellas son los peores intereses enquistados (sindicatos molestos, partidos de izquierda, inercias burocráticas, intelectuales marchitos y premodernos, etcétera).
Con el tiempo la retórica se hizo cada vez más intransigente y ahora no admite debate, análisis ni diagnósticos alternativos. No responde ni hace caso, por ejemplo, de estas constataciones:
1.- México ha metabolizado decenas y muy diversas reformas estructurales, al menos desde 1985, y lo que vivimos a estas alturas son, precisamente, sus consecuencias (no su ausencia).
2.- Tampoco admite que algunas de esas reformas han derivado en algo parecido a un fracaso (por ejemplo la privatización bancaria o la pasión por los muchos tratados de libre comercio, olvidando a China).
3.- No tienen explicaciones al hecho rotundo de que los afectados por las reformas estructurales son y han sido siempre los mismos: trabajadores asalariados, urbanos y agrícolas, clases medias y pensionados.
4- El modelo ha dependido de la reproducción de un mercado laboral débil. En 35 años, el salario mínimo de México constituye una cuarta parte del que se percibía en 1976, una disminución de 78 por ciento. Si los términos salariales hubiesen permanecido nada más que estancados, el salario mínimo en 2011 rondaría los 6 mil 984 pesos, y no los mil 794 que realmente se pagan hoy. Pero la exportación, el control de precios, la atracción de capitales -las grandes promesas del modelo- han dependido de los salarios menguantes.
5.- Y finalmente: las reformas han apuntado siempre a restar instrumentos al Estado. Liberalizar, desregular, privatizar- las palabras maestras de la época- han causado una generalizada hemiplejía en las posibilidades del gobierno para actuar, estimular y corregir las muchas fallas del mercado.
Luego de tres décadas, creo, nos merecemos esa discusión, un balance sobre lo que hemos reformado y sobre los llamados a las “urgentes reformas estructurales”. Sin ese recuento obligado, el imperativo seguirá siendo poco más que una fraseología ritual, repetida por costumbre, sin respaldo, aliento ni intenciones declaradas y precisas.
Y lo peor: poco a poco, la plaga de reformadores compulsivos se tornan cada vez menos respetuosos con la democracia y el pluralismo. Allí está el Premio Nobel, Lawrence R. Klein, en cuyo libro "The Making of National Economic Forecasts" afirma a las claras: "México ha logrado algunos avances en términos de reformas, pero el proceso ha sido lento y la llegada del cambio político ha interrumpido el cambio estructural”. O sea, además de todo, la democracia estorba y ha venido a complicar la feliz modernización económica liberal.
Hay que decirlo claro: nuestra época vive las consecuencias –no la falta- de reformas estructurales; no son hipótesis y sus resultados están a la vista: en 30 años, el país acumula un saldo decepcionante en materia de crecimiento y de ingreso, lo que debería cuestionar el contenido y el sentido general de esas reformas y no pedir, tramposamente, más de lo mismo en nombre de no sabemos qué cálculos del porvenir.
Estoy convencido que allí está una de las principales discusiones públicas de nuestro tiempo: ¿Qué han producido nuestras reformas estructurales? ¿De veras necesitamos más? ¿Cuáles, quien las pagaría y a cargo de qué intereses? ¿Podemos prescindir del Congreso y de los circuitos de decisión pluralista en nombre de la pureza técnica? ¿No es necesaria, acaso, una reforma estructural para la seguridad económica y la redistribución precisamente para abrir el camino a otros cambios importantes?
Hay que volver sobre el asunto…

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