lunes, 20 de junio de 2011

¿SE TOMAN EN SERIO LA POLÍTICA ECONÓMICA?

RICARDO BECERRA LAGUNA
Encuentro esta cita en un antiquísimo texto publicado hace 42 años: “Pero nada hubiese funcionado ni se hubiera sostenido, sin esa generación de servidores públicos probos, comprometidos con su función y su cargo, atentos a su responsabilidad las 24 horas, sin otro objetivo que implicarse y dedicar su vida a los propósitos del desarrollo”.   
Quien escribió esa parrafada que hoy parece moralina y fuera de época, es nada menos que Don Antonio Ortiz Mena. Y la plasmó, nada menos que en el texto que relató, por primera vez, la etapa de mayor prosperidad económica conocida en México durante todo el siglo XX (y lo que llevamos del XXI): “Desarrollo estabilizador: una década de estrategia económica de México”. El Mercado de Valores, t.1. núm. 44, Nafinsa, 1969.
Tasas de crecimiento del orden del 6 y 7 por ciento en doce años, sin crisis, depresiones ni inflación, fueron el resultado no solo de una voluntad estatal y de una estrategia correcta, sino de la perseverancia y seriedad de los funcionarios que la implementaron. Si no hay eso, “no hay política económica”, repetía el propio Ortiz Mena, y gracias a él y a esa camada burocrática, el país pudo dar el estirón económico más importante en un siglo.
Esos funcionarios “sin otro objetivo” parecen ya vestigios de un pasado estatista que hace rato abandonamos. Lo que hoy cuenta, en cambio, es el desarraigo con la responsabilidad, las fugas institucionales y las carreras por otros cargos y otros propósitos. Allí está Agustín Carstens, ex Secretario de Hacienda, Gobernador del Banco de México (ratificado por el Senado hasta 2015), quien ahora quiere regresar a Washington como Director del Fondo Monetario Internacional. O Ernesto Cordero, ex Secretario de Desarrollo Social y Secretario de Hacienda, quien dedica los domingos a postularse como candidato a la Presidencia de México.
Hay muchos otros ejemplos, pero por la importancia de sus puestos, Carstens y Cordero son ejemplo extremo de una deformación política que hemos admitido con demasiada facilidad: esa escasa vocación por el encargo, esa necesidad de abandonarlo a la primer oportunidad, esas ansias por trepar el escalafón de la República o de la burocracia internacional, a costa claro, de la responsabilidad pública presente.
No hablo de violación a la ley; tampoco juzgo la legitimidad o no de sus aspiraciones ni de sus ambiciones. Lo que trato de decir es que hace rato, nuestro país dejó de tener una burocracia económica “comprometida con su función y su cargo, atenta a su responsabilidad las 24 horas”, como quería Ortiz Mena, y por el contrario, lo que tenemos es una especie de casta instalada en la fe de su ortodoxia desde donde administra una especie de no-política económica, santificada por la ley de responsabilidad hacendaria.
¿Recuerdan el resbalón de Carstens en febrero de 2008, cuando un periodista le preguntó sobre los efectos de la crisis hipotecaria y financiera mundial sobre nuestro país?: "Estoy seguro de que no nos va a dar una pulmonía. Espero que nos dé un catarrito", dijo, pero la realidad es que vivimos la peor contracción en 77 años al caer -6.5%. Puede parecer un mal chiste o una pura anécdota, pero si lo pensamos bien, caemos en cuenta que el yerro tenía sus raíces en una falta de previsión, cuando no en una negligencia monumental.
Nuestra política económica se ha convertido en inercia donde abundan las recetas de manual; no genera ideas ni diagnósticos sugerentes para la acción; no moviliza; tampoco innova ni parece preocupada por anticiparse a las circunstancias. Procíclica y acomodaticia como ninguna otra en América Latina y, probablemente, como ninguna dentro de la OCDE.
De ahí la ostensible desidia de sus más altos directivos: como todo está atado y bien atado a la ortodoxia, poco importa quien represente a las instituciones, ni su trabajo, visión del país, previsión o talento personal. Y por eso nos podemos dar el lujo de contemplar el espectáculo que nos ofrecen, un banquero central y el principal integrante del gabinete nacional, metidos y entretenidos en otras cosas que no son la política cambiaria, monetaria, fiscal o presupuestal, es decir, distraídos en otras cosas que no son la economía mexicana.
¿Qué opina el Presidente de la República? ¿Qué opina el Senado que ratificó a Carstens y le confirió una responsabilidad de ese tamaño hasta el año 2015? ¿No se suponía, a la hora de su nombramiento, que su cualificación técnica los hacía candidatos exactos e indispensables para su encargo? ¿No existe, no perciben perturbación en los mercados por el insensato bailoteo de los principales responsables de la economía del país? ¿Se toman en serio la política económica?
Yo creo que no, y si lo dudan vean este dato: cuando Castrens era Secretario de Hacienda la contracción del PIB de 2009 ubicó al país entre las 12 de peor desempeño en el mundo: el inconveniente de un país que renunció a tener política y burocracia económicas.

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