En lugar de impulsar medidas que resuelvan o aminoren los más graves problemas del país –empezando por reconocerlos–, el presidente Felipe Calderón, quien parece confundir la tarea de gobernar con la oratoria, se encuentra sobre todo preocupado por el optimismo o pesimismo, por las expectativas o el desaliento que sus palabras –y sus cifras– puedan generar.
Por ejemplo, en diciembre de 2008, durante una entrevista televisiva señaló que para enfrentar la crisis económica que se avecinaba tenía que atenderse “también la parte de expectativas, de liderazgo adaptativo que nos permita enfrentar y superar esta adversidad”.
Y en enero de 2009, al discrepar (en Davos, Suiza) del pronóstico de decrecimiento que expresó el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz (quien por cierto fue más certero en su cifra que Calderón), el presidente sentenció:
“Yo creo que tan malo es generar expectativas sobradas o infundadas, infundadamente optimistas, como también generar expectativas cada vez más negativas y deterioradas que también puedan carecer de fundamentos sólidos (…) Yo prefiero ubicarme en un escenario equilibrado, realista; es la instrucción que le he dado a mi gobierno…”
Para confirmar su convicción de que se puede vencer la adversidad generando expectativas, en sus más recientes mensajes presidenciales exhibe un sorprendente afán transformador cuando, justamente, hay una mayoría opositora en la Cámara de Diputados y, por lo mismo, sus posibilidades de concretarlo se reducen de manera notable.
El 2 de septiembre, en el mensaje que dirigió con motivo de su tercer informe de gobierno, Calderón propuso un decálogo transformador; y el pasado domingo 29 de noviembre refrendó dicho compromiso y anunció algunas de sus propuestas en el ámbito político.
Parece haber olvidado que incluso cuando su partido era la primera fuerza legislativa en ambas cámaras sus proyectos de reforma sufrieron modificaciones sustanciales. En la actualidad este fenómeno seguramente se acentuará (como acaba de suceder con su propuesta de reforma fiscal y su presupuesto de egresos para 2010). Cuando tenga en sus manos los resultados legislativos, aunque éstos se hallen muy lejos de sus propuestas, lo más probable es que, además de congratularse por lo conseguido, advierta que es necesario avanzar más a fondo en las reformas de segunda generación.
Por lo pronto, en sus actuales mensajes –infundadamente optimistas– destaca los presuntos logros de su gobierno y asegura que hubo un adecuado manejo de la crisis económica, con el que “pudo aminorarse” su impacto sobre el empleo y el ingreso de las familias. Además de que no tiene ninguna responsabilidad, pues, de acuerdo con sus palabras, “no estaba en manos de México el poder evitar una crisis internacional que no sólo no se evitó a nivel mundial –nadie podía hacerlo, quizá–, sino que ni siquiera, honestamente, nadie la previó en esa magnitud. Esa es la verdad”.
Si eso ocurre con las palabras, veamos algunos ejemplos de lo que pasa con las cifras.
En sólo tres meses de su guerra contra el narco (del 2 de septiembre al 29 de noviembre), el número de vehículos decomisados subió de “casi 22 mil vehículos” a “25 mil”, mientras que la droga incautada pasó de ser el equivalente a “80 dosis” para cada joven mexicano entre los 15 y 30 años de edad, según el primer discurso, a “casi 100 dosis”, de acuerdo con el segundo.
En el campo de la educación no ocurre nada diferente, pues si en septiembre se habían remodelado 16 mil escuelas, para noviembre el número ascendía a más de 20 mil.
Igualmente, si en el primer mensaje la pobreza extrema afectaba a “uno de cada cinco mexicanos”, es decir, a 21 millones de pobladores, en el segundo ya eran sólo 19 millones.
Y, desde luego, el lacerante problema del desempleo tuvo también, en las palabras y cifras de Calderón, una disminución tan veloz como asombrosa. En septiembre señaló que mientras en la crisis de 1995 se perdieron más de 10% de las plazas formalmente ocupadas, en 2009 sólo habían disminuido en un porcentaje “menor de 2%: 1.6% para ser exactos”, aunque para noviembre únicamente había desaparecido “…uno de cada 100 empleos formales en el país”.
Al respecto, cabe advertir que mientras en enero de este año el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, declaró que en 1995 “se perdieron 750 mil trabajos”, las cifras del IMSS establecieron que de octubre de 2008 a agosto de 2009 el número de trabajadores asegurados –por contar con un empleo formal– disminuyó en 646 mil. (La Secretaría del Trabajo calculó que los despedidos habían sido 621 mil.)
Pese a todo, los anuncios y cifras alentadores de los discursos de Calderón no le permitieron modificar la percepción de los mexicanos, pues de acuerdo con la última encuesta del periódico Reforma, más de la mitad de la población, 52% para ser exactos, considera que el país va por mal camino, y únicamente 27% (poco más de una cuarta parte) piensa que va por buen camino. Son las peores cifras para Calderón desde que él hace declaraciones y cálculos desde el gobierno.
Por ejemplo, en diciembre de 2008, durante una entrevista televisiva señaló que para enfrentar la crisis económica que se avecinaba tenía que atenderse “también la parte de expectativas, de liderazgo adaptativo que nos permita enfrentar y superar esta adversidad”.
Y en enero de 2009, al discrepar (en Davos, Suiza) del pronóstico de decrecimiento que expresó el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz (quien por cierto fue más certero en su cifra que Calderón), el presidente sentenció:
“Yo creo que tan malo es generar expectativas sobradas o infundadas, infundadamente optimistas, como también generar expectativas cada vez más negativas y deterioradas que también puedan carecer de fundamentos sólidos (…) Yo prefiero ubicarme en un escenario equilibrado, realista; es la instrucción que le he dado a mi gobierno…”
Para confirmar su convicción de que se puede vencer la adversidad generando expectativas, en sus más recientes mensajes presidenciales exhibe un sorprendente afán transformador cuando, justamente, hay una mayoría opositora en la Cámara de Diputados y, por lo mismo, sus posibilidades de concretarlo se reducen de manera notable.
El 2 de septiembre, en el mensaje que dirigió con motivo de su tercer informe de gobierno, Calderón propuso un decálogo transformador; y el pasado domingo 29 de noviembre refrendó dicho compromiso y anunció algunas de sus propuestas en el ámbito político.
Parece haber olvidado que incluso cuando su partido era la primera fuerza legislativa en ambas cámaras sus proyectos de reforma sufrieron modificaciones sustanciales. En la actualidad este fenómeno seguramente se acentuará (como acaba de suceder con su propuesta de reforma fiscal y su presupuesto de egresos para 2010). Cuando tenga en sus manos los resultados legislativos, aunque éstos se hallen muy lejos de sus propuestas, lo más probable es que, además de congratularse por lo conseguido, advierta que es necesario avanzar más a fondo en las reformas de segunda generación.
Por lo pronto, en sus actuales mensajes –infundadamente optimistas– destaca los presuntos logros de su gobierno y asegura que hubo un adecuado manejo de la crisis económica, con el que “pudo aminorarse” su impacto sobre el empleo y el ingreso de las familias. Además de que no tiene ninguna responsabilidad, pues, de acuerdo con sus palabras, “no estaba en manos de México el poder evitar una crisis internacional que no sólo no se evitó a nivel mundial –nadie podía hacerlo, quizá–, sino que ni siquiera, honestamente, nadie la previó en esa magnitud. Esa es la verdad”.
Si eso ocurre con las palabras, veamos algunos ejemplos de lo que pasa con las cifras.
En sólo tres meses de su guerra contra el narco (del 2 de septiembre al 29 de noviembre), el número de vehículos decomisados subió de “casi 22 mil vehículos” a “25 mil”, mientras que la droga incautada pasó de ser el equivalente a “80 dosis” para cada joven mexicano entre los 15 y 30 años de edad, según el primer discurso, a “casi 100 dosis”, de acuerdo con el segundo.
En el campo de la educación no ocurre nada diferente, pues si en septiembre se habían remodelado 16 mil escuelas, para noviembre el número ascendía a más de 20 mil.
Igualmente, si en el primer mensaje la pobreza extrema afectaba a “uno de cada cinco mexicanos”, es decir, a 21 millones de pobladores, en el segundo ya eran sólo 19 millones.
Y, desde luego, el lacerante problema del desempleo tuvo también, en las palabras y cifras de Calderón, una disminución tan veloz como asombrosa. En septiembre señaló que mientras en la crisis de 1995 se perdieron más de 10% de las plazas formalmente ocupadas, en 2009 sólo habían disminuido en un porcentaje “menor de 2%: 1.6% para ser exactos”, aunque para noviembre únicamente había desaparecido “…uno de cada 100 empleos formales en el país”.
Al respecto, cabe advertir que mientras en enero de este año el secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, declaró que en 1995 “se perdieron 750 mil trabajos”, las cifras del IMSS establecieron que de octubre de 2008 a agosto de 2009 el número de trabajadores asegurados –por contar con un empleo formal– disminuyó en 646 mil. (La Secretaría del Trabajo calculó que los despedidos habían sido 621 mil.)
Pese a todo, los anuncios y cifras alentadores de los discursos de Calderón no le permitieron modificar la percepción de los mexicanos, pues de acuerdo con la última encuesta del periódico Reforma, más de la mitad de la población, 52% para ser exactos, considera que el país va por mal camino, y únicamente 27% (poco más de una cuarta parte) piensa que va por buen camino. Son las peores cifras para Calderón desde que él hace declaraciones y cálculos desde el gobierno.
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