El PRI, el partido proteico por definición, vuelve a trabar alianzas con la jerarquía eclesiástica para garantizarse su regreso al poder en el año 2012. Las ambiciones políticas obnubilaron a los priistas al extremo de no poder medir las consecuencias que se desprenderían de la suscripción secreta de un pacto con la peor enemiga de México a lo largo de su dolorida historia. Si el PRI desconoce los esfuerzos que ha hecho la nación para sacudirse a esa gigantesca sanguijuela gelatinosa, que ha succionado la sangre más cara de todos los mexicanos, malo, muy malo… Ahora bien, si el PRI conoce las felonías cometidas por su aliado y a pesar de todo ello se amafia con él, entonces peor, mucho peor…
El PRI ha olvidado, o se niega dolosamente a recordar, los horrores de la Santa Inquisición, una institución católica establecida para imponer en la pira la conquista espiritual de México. La insultante riqueza de la Iglesia comienza en aquellos años, en que la fusión Iglesia-Estado operaba en demérito de la sociedad y del crecimiento económico de la nación, que en buena parte era acaparado por los supuestos representantes de Dios en la Tierra. La Iglesia limitó la inmigración a creyentes católicos. Con ello no sólo empobreció cultural y socialmente al país, desde el momento en que nos amurallamos culturalmente, sino que también impidió la posibilidad de que California, Nuevo México y Tejas fueran oportunamente poblados, con lo cual se hubiera complicado, al menos, el ulterior despojo de la mitad de nuestro territorio. La Iglesia, la única responsable de la educación durante la Colonia, arrojó 98% de analfabetos en 1821, el año de la consumación de la Independencia. Este lastre educativo no hemos podido superarlo hasta nuestros días…
La Iglesia católica mandó decapitar y fusilar a Miguel Hidalgo, el Padre de la Patria, en lugar de beatificarlo, así como mandó ejecutar a Morelos, uno de los grandes forjadores del México moderno. La Iglesia utilizó como sus brazos armados a Iturbide, al macabro Antonio López de Santa Anna, a Félix Zuloaga, a Miguel Miramón, al propio Porfirio Díaz, el gran enterrador del liberalismo mexicano del siglo XIX, para rematar con Victoriano Huerta. La propia Iglesia católica no solamente fusiló a auténticos héroes, sino que derrocó gobiernos y clausuró congresos, sin olvidar su incalificable alianza con el ejército norteamericano en la invasión de 1846 a 48, amenazando con la excomunión a todos aquellos mexicanos que se atrevieran a atentar en contra de la vida de un soldado invasor… La guerra no sólo la perdimos en razón de la superioridad de los cañones estadunidenses, sino gracias a las advertencias lanzadas desde los púlpitos con más poder destructivo que los obuses extranjeros. En 1858, el mismo clero católico convocó a otro enfrentamiento armado entre todos los mexicanos al negarse a acatar las disposiciones contenidas en la Constitución de 1857, igual que lo había hecho con la de 1824 y lo haría con la de 1917… Derrotada militarmente en la guerra de Reforma, que la “Santa Madre Iglesia” financió con las limosnas pagadas por el pueblo de México, ésta no tuvo empacho en imponer, con el apoyo de las fuerzas francesas, el imperio de Maximiliano.
La Iglesia se alió con Díaz, el tirano; apostó a favor de Huerta, el Chacal; se volvió a oponer, con la fuerza de las armas, a la Constitución de 1917, al hacer estallar la rebelión cristera en 1927, para convertirse en cómplice en el asesinato del presidente Obregón, entre otros crímenes políticos más…
El PRI y la Iglesia han reformado aviesamente las constituciones de 17 estados de la República en acatamiento a lo dispuesto por el papa Ratzinger, un jefe de Estado extranjero que interviene en nuestros asuntos internos por medio de la alta jerarquía que históricamente ha carecido de la más elemental noción de patria. ¿Los curas obedecen a Ratzinger o al gobierno mexicano…? ¿Dónde está su lealtad? ¿Reformarán también el artículo tercero para que la educación que imparta el Estado sea católica y ya no laica?
El PRI orilla a las mujeres humildes a ser madres en contra de su voluntad o las pone en manos de sanguinarios cuchareros al intervenir en decisiones que corresponden a su vida más íntima, sin detenerse a considerar que, a más niños no deseados y antisociales, mayores serán, entre otros dramas, los índices de crecimiento delictivo en el país.
Pobre México, tan cerca del PRI, del PAN y de la Iglesia, y tan lejos de Dios…
El PRI ha olvidado, o se niega dolosamente a recordar, los horrores de la Santa Inquisición, una institución católica establecida para imponer en la pira la conquista espiritual de México. La insultante riqueza de la Iglesia comienza en aquellos años, en que la fusión Iglesia-Estado operaba en demérito de la sociedad y del crecimiento económico de la nación, que en buena parte era acaparado por los supuestos representantes de Dios en la Tierra. La Iglesia limitó la inmigración a creyentes católicos. Con ello no sólo empobreció cultural y socialmente al país, desde el momento en que nos amurallamos culturalmente, sino que también impidió la posibilidad de que California, Nuevo México y Tejas fueran oportunamente poblados, con lo cual se hubiera complicado, al menos, el ulterior despojo de la mitad de nuestro territorio. La Iglesia, la única responsable de la educación durante la Colonia, arrojó 98% de analfabetos en 1821, el año de la consumación de la Independencia. Este lastre educativo no hemos podido superarlo hasta nuestros días…
La Iglesia católica mandó decapitar y fusilar a Miguel Hidalgo, el Padre de la Patria, en lugar de beatificarlo, así como mandó ejecutar a Morelos, uno de los grandes forjadores del México moderno. La Iglesia utilizó como sus brazos armados a Iturbide, al macabro Antonio López de Santa Anna, a Félix Zuloaga, a Miguel Miramón, al propio Porfirio Díaz, el gran enterrador del liberalismo mexicano del siglo XIX, para rematar con Victoriano Huerta. La propia Iglesia católica no solamente fusiló a auténticos héroes, sino que derrocó gobiernos y clausuró congresos, sin olvidar su incalificable alianza con el ejército norteamericano en la invasión de 1846 a 48, amenazando con la excomunión a todos aquellos mexicanos que se atrevieran a atentar en contra de la vida de un soldado invasor… La guerra no sólo la perdimos en razón de la superioridad de los cañones estadunidenses, sino gracias a las advertencias lanzadas desde los púlpitos con más poder destructivo que los obuses extranjeros. En 1858, el mismo clero católico convocó a otro enfrentamiento armado entre todos los mexicanos al negarse a acatar las disposiciones contenidas en la Constitución de 1857, igual que lo había hecho con la de 1824 y lo haría con la de 1917… Derrotada militarmente en la guerra de Reforma, que la “Santa Madre Iglesia” financió con las limosnas pagadas por el pueblo de México, ésta no tuvo empacho en imponer, con el apoyo de las fuerzas francesas, el imperio de Maximiliano.
La Iglesia se alió con Díaz, el tirano; apostó a favor de Huerta, el Chacal; se volvió a oponer, con la fuerza de las armas, a la Constitución de 1917, al hacer estallar la rebelión cristera en 1927, para convertirse en cómplice en el asesinato del presidente Obregón, entre otros crímenes políticos más…
El PRI y la Iglesia han reformado aviesamente las constituciones de 17 estados de la República en acatamiento a lo dispuesto por el papa Ratzinger, un jefe de Estado extranjero que interviene en nuestros asuntos internos por medio de la alta jerarquía que históricamente ha carecido de la más elemental noción de patria. ¿Los curas obedecen a Ratzinger o al gobierno mexicano…? ¿Dónde está su lealtad? ¿Reformarán también el artículo tercero para que la educación que imparta el Estado sea católica y ya no laica?
El PRI orilla a las mujeres humildes a ser madres en contra de su voluntad o las pone en manos de sanguinarios cuchareros al intervenir en decisiones que corresponden a su vida más íntima, sin detenerse a considerar que, a más niños no deseados y antisociales, mayores serán, entre otros dramas, los índices de crecimiento delictivo en el país.
Pobre México, tan cerca del PRI, del PAN y de la Iglesia, y tan lejos de Dios…
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