El concierto de Plácido Domingo en el Paseo de la Reforma, con el Ángel de la Independencia como trasfondo, es un lienzo donde quedó estampado lo mejor de la ciudad de México. La ciudad, la que se ve, reconoce y se analiza todos los días, no deja de maravillarnos. Es la ciudad que pudo solidarizarse y reconstruirse después de los sismos de 1985. La que aceptó y sostuvo medidas drásticas para salir de las crisis ambientales que la azotaban la mitad de los días del año. La que dio cabida a las grandes protestas desde las de 1968 hasta la marcha por la seguridad y las movilizaciones contra el desafuero. La ciudad de la excepcional riqueza cultural con sus cuatro sitios que son patrimonio de la humanidad: el Centro Histórico, el campus de la UNAM, Xochimilco y la casa estudio de Luis Barragán. La ciudad capital de todos los mexicanos que, contra todas las adversidades, nos sorprende. Nuestra ciudad quedó estampada en un concierto memorable. Pudieron convivir familias enteras, desde niños hasta abuelos que, con mucha dificultad se acercaban al concierto apoyados en sus bastones. Habitantes de las colonias más pobres que, horas antes, llegaron para ocupar un espacio y empresarios que han pagado cientos o miles de dólares por asistir a un concierto semejante en el Lincoln Center en Nueva York o en la Ópera de París. Estaban familiares de funcionarios de gobiernos de todos los partidos, hijos de militares de alto rango, miembros de las comunidades de emigrantes que han llegado a México. El centro del escenario lo ocupó Plácido Domingo. A él le correspondía por ser uno de los grandes artistas de nuestro tiempo, para muchos el mejor tenor del mundo, pero también por haber sabido estar tan cerca de los corazones de los habitantes de esta ciudad. La gente no lo olvida. Cientos de familias saben que en 1986 y 1987 trabajó sin descanso para ayudarlas a tener una vivienda digna. Su concierto lo empezó con una obra que recordaba al Cid Campeador, después de una derrota militar. Dijo Plácido, “hay tiempos malos y tiempos buenos, pero siempre hay que agradecer lo que tenemos”. ¿De qué mejor manera podía haber iniciado después de este año terrible? Terminó su concierto refiriéndose al 2010, al los centenarios “de la Independencia y la Revolución”. Acompañaron a Plácido las sopranos mexicanas Eugenia Garza, María Alejandre y Olivia Gorra, su hijo Plácido, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México y el Coro de México. La ciudad disfrutó a Plácido y él seguramente se sintió muy complacido de ocupar el Paseo de la Reforma y lograr convocar a decenas de miles de sus habitantes. Plácido está en su mejor momento. Conserva en plenitud su talento y en su rostro se percibe una alegría y serenidad que reflejan sus grandes realizaciones y su manera humana y bondadosa de relacionarse con la gente y los mexicanos. Como ocurrió con Plácido en la Reforma, mientras el espacio público de nuestra ciudad pueda ser ocupado pacíficamente y con alegría por ricos y pobres la ciudad estará a salvo.
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