lunes, 21 de diciembre de 2009

SALARIOS MÍNIMOS

JAIME CÁRDENAS GRACIA

El insignificante aumento en los salarios mínimos demuestra el desprecio del empresariado y del gobierno por la clase trabajadora. En momentos de crisis uno de los principales caminos consiste en elevar el nivel del poder adquisitivo de los trabajadores. Ante la inexistencia de un mercado interno vigoroso por obra del Tratado de Libre Comercio y, la incapacidad del gobierno para generar miles de empleos, las soluciones podían haber residido en una política fiscal que gravara a los grandes empresarios y en una política salarial osada que restableciera el poder de compra de los mexicanos para alentar, aunque sea en parte, a la débil industria manufacturera y de servicios nacional. El gobierno ni ha intentado derogar o renegociar el Tratado de Libre Comercio con Norteamérica ni ha propiciado por la vía del gasto público la generación de empleos que necesitamos ni ha gravado como se debe –con equidad y proporcionalidad a los grandes empresarios- y, mucho menos ha establecido condiciones salariales remunerativas para todos los trabajadores. En todas las materias ha fracasado y ha ido en contra de los intereses del pueblo. Nuestro país demanda que el derecho a la alimentación sea una realidad al igual que el resto de los derechos económicos, sociales y culturales. Queremos un campo que sea productivo y que permita la autosuficiencia alimentaria, requerimos de una industria vigorosa y, de una ciencia nacional que promueva la sociedad del conocimiento que nos pueda colocar entre los países más avanzados. Desgraciadamente la mezquindad y la cortedad de miras de este gobierno impiden cualquier cambio en este sentido. La determinación de los salarios mínimos para el próximo año es un ejemplo palpable de nuestro inmenso atraso. El futuro consiste no solo en sustituir a los funcionarios del gobierno, o en el diseño de nuevas instituciones, está en la amplitud de miras y de objetivos para arribar a nuevos consensos sociales que tengan como punto de partida los derechos y los intereses de los más pobres. Sin esa concepción seremos siempre una sociedad y un Estado ramplón, sin posibilidad para acercarnos a la prosperidad.

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