Los presidentes responden a los problemas que enfrentan con base en sus ambiciones, experiencias, cálculos, temores y complicidades. Felipe Calderón está en medio de la tormenta. No es el capitán que tiene el conocimiento, serenidad y temple necesarios para llevar la nave a buen puerto. Ojalá sea, al menos, el contramaestre (el suboficial) que sostiene el timón; y no termine siendo un jefe de gobierno que ante una crisis agudizada, se exceda y precipite el hundimiento de la nave.
Felipe Calderón ya no fue el líder del cambio. Su último intento de mostrarse como un reformista fue su discurso del 2 de septiembre. El intento no cuajó. Desde entonces sus acciones han sido contrarias a su discurso. Calderón no gobierna conforme a un proyecto liberal de reformas.
Algunos piensan que Calderón ha perdido su poder. Que a raíz de su derrota electoral de julio es un gobernante impotente. Lo subestiman. Una y otra vez se sale con la suya. La mayoría priísta le ha permitido consolidar su poder y aceptado sus principales decisiones.
Paso a paso se ha ido apoderando de las palancas del poder y encajonado a sus adversarios. Ganó el control del Tribunal Electoral, la Comisión de Derechos Humanos, impuso a su procurador, sus prospectos para la Corte salieron bien librados, dejará un gobernador del Banco de México que durante ocho años tendrá enorme influencia sobre la política económica, le ha quitado a la tecnocracia el control de Hacienda, con lo cual podrá sacarle toda la ventaja al presupuesto y disponer de fondos abundantes para sus fines políticos. Ha nombrado para la Secretaría de Desarrollo Social a un activo panista. Sin contar con mayoría legislativa, pudo imponer su meta de déficit a los senadores que intentaron modificar el paquete fiscal. Decretó la disolución de Luz y Fuerza.
La oposición no debería subestimar estos hechos. Sin mayoría, Felipe Calderón ha ganado control del Estado. Ha dado ya muestras suficientes de que está dispuesto a utilizar ese poder sin atender a la opinión pública. Su poder no es para reformar ni para someter a los intereses: es para sostenerse él, a su grupo y su partido.
Con sus brazos fuertes —Seguridad Pública, Trabajo y Gobernación— ha impuesto una línea dura frente al sindicalismo, acota a las organizaciones de derechos humanos y se ha propuesto vencer al narcotráfico en una “guerra” que podría extenderse a la criminalización de la protesta social. Dado que no es un reformador, lo decisivo es determinar cómo utilizará Calderón las palancas de poder si la crisis se agrava.
En un momento donde la aprobación presidencial va a la baja, y ante una situación económica y social grave, con una violencia que no cede, van a llegar varios momentos de definición. Calderón aún puede ser el contramaestre que utiliza su control del timón para resistir con serenidad y con ello mantener la nave a flote. Lo otro, dejarse arrastrar por sus pasiones, suponiendo que puede forzar aún más las amarras, cuando éstas ya no resisten, sería muy grave para México.
Felipe Calderón ya no fue el líder del cambio. Su último intento de mostrarse como un reformista fue su discurso del 2 de septiembre. El intento no cuajó. Desde entonces sus acciones han sido contrarias a su discurso. Calderón no gobierna conforme a un proyecto liberal de reformas.
Algunos piensan que Calderón ha perdido su poder. Que a raíz de su derrota electoral de julio es un gobernante impotente. Lo subestiman. Una y otra vez se sale con la suya. La mayoría priísta le ha permitido consolidar su poder y aceptado sus principales decisiones.
Paso a paso se ha ido apoderando de las palancas del poder y encajonado a sus adversarios. Ganó el control del Tribunal Electoral, la Comisión de Derechos Humanos, impuso a su procurador, sus prospectos para la Corte salieron bien librados, dejará un gobernador del Banco de México que durante ocho años tendrá enorme influencia sobre la política económica, le ha quitado a la tecnocracia el control de Hacienda, con lo cual podrá sacarle toda la ventaja al presupuesto y disponer de fondos abundantes para sus fines políticos. Ha nombrado para la Secretaría de Desarrollo Social a un activo panista. Sin contar con mayoría legislativa, pudo imponer su meta de déficit a los senadores que intentaron modificar el paquete fiscal. Decretó la disolución de Luz y Fuerza.
La oposición no debería subestimar estos hechos. Sin mayoría, Felipe Calderón ha ganado control del Estado. Ha dado ya muestras suficientes de que está dispuesto a utilizar ese poder sin atender a la opinión pública. Su poder no es para reformar ni para someter a los intereses: es para sostenerse él, a su grupo y su partido.
Con sus brazos fuertes —Seguridad Pública, Trabajo y Gobernación— ha impuesto una línea dura frente al sindicalismo, acota a las organizaciones de derechos humanos y se ha propuesto vencer al narcotráfico en una “guerra” que podría extenderse a la criminalización de la protesta social. Dado que no es un reformador, lo decisivo es determinar cómo utilizará Calderón las palancas de poder si la crisis se agrava.
En un momento donde la aprobación presidencial va a la baja, y ante una situación económica y social grave, con una violencia que no cede, van a llegar varios momentos de definición. Calderón aún puede ser el contramaestre que utiliza su control del timón para resistir con serenidad y con ello mantener la nave a flote. Lo otro, dejarse arrastrar por sus pasiones, suponiendo que puede forzar aún más las amarras, cuando éstas ya no resisten, sería muy grave para México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario