En Suiza existen sólo cuatro minaretes, cuatro alminares, torres desde las cuales el muecín, con su melancólica voz, llama a los creyentes a la oración. Actualmente esos cuatro minaretes están mudos, porque si bien existen, nadie los usa con el fin tradicional, pues los musulmanes saben perfectamente a qué hora deben acudir a su cita.
En 2007, un grupo de extrema derecha en dicho país comenzó la reunión de firmas para llevar al parlamento y de ahí al referéndum una propuesta de enmienda constitucional que prohibiera la construcción de nuevos minaretes en territorio de la Confederación Helvética, con el pretexto de que Suiza se está islamizando. Se reunieron apretadamente las 100 mil firmas requeridas, la propuesta pasó con muchos trabajos por el parlamento y el gobierno se vio obligado a proponer a los ciudadanos el referéndum. Aun cuando el régimen hizo todo cuanto estaba en sus manos para alentar en los electores el voto por el no, los resultados en las urnas, el 29 de noviembre, fueron de 57.5% a favor de la prohibición; el cantón alemán de Appenzell tuvo 71.5% a favor de la prohibición y, da gusto saberlo, el “no” más fuerte provino de los cantones franceses, especialmente el de Ginebra, donde el rechazo alcanzó 59.7 por ciento.
Son ya muchos los avisos que el mundo está presenciando. La vuelta a la intolerancia, al odio y a la incomprensión avanza donde menos se le espera y toma formas que creíamos ya superadas. Lo mismo que satanizar a los jóvenes por su vestimenta o a las personas debido a sus creencias, es identificar musulmán con terrorista o Islam con violencia. Suiza ha sido el lugar de asilo por excelencia de Europa, muchos han salvado la vida trasponiendo sus fronteras, hoy, ese horizonte parece alejarse.
Habría que pensar que hay en Europa algunos alminares interesantes, el Minarete Verde de la Mezquita mayor de París, por ejemplo, pero hay otros que también deben llamar nuestra atención, el campanario de la Catedral de Sevilla es uno de los minaretes más hermosos del mundo. Ojalá es una palabra de origen árabe que quiere decir etimológicamente si Alá quiere. Y a nadie se le ocurriría derruir la mezquita de París o la Giralda de Sevilla, a nadie se le ocurriría que en toda la geografía de la lengua española se prohibiera pronunciar la palabra ojalá, todo porque edificios y palabras son parte de nuestro patrimonio histórico.
Cada vez que se acalla una lengua, se pierde un universo; cada vez que nos negamos al diálogo, se pierde parte de la herencia de todo el mundo pero, sobre todo, cada vez que iniciamos una prohibición basada en la diferencia de creencias o en cómo ver el mundo, abrimos el camino al odio. La migración musulmana en Europa es parte del desequilibrio económico entre el Norte y el Sur. Se trata también de formas de explotación y de problemas que los electores suizos, por sí mismos, no pueden solucionar, pero que podrían contribuir a arreglar con buena voluntad y con un sentido humanitario. Ojalá, que así fuera.
En 2007, un grupo de extrema derecha en dicho país comenzó la reunión de firmas para llevar al parlamento y de ahí al referéndum una propuesta de enmienda constitucional que prohibiera la construcción de nuevos minaretes en territorio de la Confederación Helvética, con el pretexto de que Suiza se está islamizando. Se reunieron apretadamente las 100 mil firmas requeridas, la propuesta pasó con muchos trabajos por el parlamento y el gobierno se vio obligado a proponer a los ciudadanos el referéndum. Aun cuando el régimen hizo todo cuanto estaba en sus manos para alentar en los electores el voto por el no, los resultados en las urnas, el 29 de noviembre, fueron de 57.5% a favor de la prohibición; el cantón alemán de Appenzell tuvo 71.5% a favor de la prohibición y, da gusto saberlo, el “no” más fuerte provino de los cantones franceses, especialmente el de Ginebra, donde el rechazo alcanzó 59.7 por ciento.
Son ya muchos los avisos que el mundo está presenciando. La vuelta a la intolerancia, al odio y a la incomprensión avanza donde menos se le espera y toma formas que creíamos ya superadas. Lo mismo que satanizar a los jóvenes por su vestimenta o a las personas debido a sus creencias, es identificar musulmán con terrorista o Islam con violencia. Suiza ha sido el lugar de asilo por excelencia de Europa, muchos han salvado la vida trasponiendo sus fronteras, hoy, ese horizonte parece alejarse.
Habría que pensar que hay en Europa algunos alminares interesantes, el Minarete Verde de la Mezquita mayor de París, por ejemplo, pero hay otros que también deben llamar nuestra atención, el campanario de la Catedral de Sevilla es uno de los minaretes más hermosos del mundo. Ojalá es una palabra de origen árabe que quiere decir etimológicamente si Alá quiere. Y a nadie se le ocurriría derruir la mezquita de París o la Giralda de Sevilla, a nadie se le ocurriría que en toda la geografía de la lengua española se prohibiera pronunciar la palabra ojalá, todo porque edificios y palabras son parte de nuestro patrimonio histórico.
Cada vez que se acalla una lengua, se pierde un universo; cada vez que nos negamos al diálogo, se pierde parte de la herencia de todo el mundo pero, sobre todo, cada vez que iniciamos una prohibición basada en la diferencia de creencias o en cómo ver el mundo, abrimos el camino al odio. La migración musulmana en Europa es parte del desequilibrio económico entre el Norte y el Sur. Se trata también de formas de explotación y de problemas que los electores suizos, por sí mismos, no pueden solucionar, pero que podrían contribuir a arreglar con buena voluntad y con un sentido humanitario. Ojalá, que así fuera.
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