En ese libro extraordinario que es la "Vida de Don Quijote y Sancho según Miguel de Cervantes Saavedra", explicada y comentada por Miguel de Unamuno, Don Quijote es la representación perfecta de la búsqueda de la Justicia, es la idea y el ideal de la Justicia. Allí el genial escritor bilbaíno o bilbotarra cita dos frases memorables: "Con la Iglesia topamos Sancho" y "Ladran, Sancho, luego cabalgamos". Topar con la Iglesia era para Cervantes, y lo sigue siendo hoy, chocar, encontrarse violentamente con el "statu quo", con el "estado en que" o "estado del momento actual", con el llamado "sistema" o "stablishment" inglés. Y Don Quijote sabía muy bien, y obviamente conocía, lo que esto significaba y significa: enfrentarse a una barrera, a un obstáculo casi insuperable. En una palabra topar con el poder proviniere de donde proviniera, que en el caso de Cervantes y de su inmortal personaje provenía de la iglesia. Unamuno, que sabía más de Derecho de lo que se supone, comenta al respecto que en la lucha por el Derecho hay una serie de valladares, obstáculos, inconvenientes. Se trata aquí nada menos que de la naturaleza dialéctica y controvertible del Derecho, porque luchar por la Justicia no es fácil, no es cosa que se conceda, salvo excepciones, de manera automática. La Justicia no "es", la Justicia "debe ser". Y aquello de que "ladran, Sancho, luego cabalgamos", qué bien lo conocían el Caballero y su escudero. Haga uno lo que haga, defienda uno lo que defienda, se oyen de cerca y de lejos los ladridos. Es la naturaleza humana, puesto que no sólo ladran los perros, con el debido respeto a ellos, que son animales maravillosos dotados de una gran nobleza que se remonta al famosísimo Argos de Ulises. Unamuno dice que la egregia figura de Don Quijote ha inspirado durante siglos un modelo de quehacer humano. En efecto, el caballero de la Triste Figura ha ido por el mundo difundiendo algo muy especial: el compromiso con la verdad, que en el fondo es el compromiso con la Justicia. Tenía Don Quijote la obsesión, para Unamuno divina, de "desfacer entuertos", que en rigor son agravios. Era Don Quijote un deshacedor de agravios. Y claro, topaba con el muro casi infranqueable de la Iglesia, del sistema, y por supuesto lo ensordecían los ladridos de los perros. Dos cosas que el abogado debe superar y hasta vencer. Leopoldo Alas "Clarín", que prologa la versión que al castellano vierte Adolfo Posada de ese libro memorable de von Ihering, "La Lucha por el Derecho", escribe lo siguiente: "Todo lo dicho hasta aquí se redujera a vana declamación si no se hiciese ver la legitimidad de la lucha por el derecho, la necesidad del esfuerzo enérgico y constante y hasta del sacrificio, para conquistar el reino de la Justicia que no se viene a la mano por sí solo". No importa, comenta Unamuno. El mundo se divide en dos: los negadores, abruptos, conformistas, y los soñadores a los que ladran los perros. Ahora bien, se trata de la lucha por el Derecho, de la conquista del reino de la Justicia. En consecuencia tal reino "no se viene a la mano por sí solo", o sea, hay que luchar contra otros por él. En principio esto implica que nadie es depositario de la Justicia, de la verdad en el Derecho, porque ambos, Derecho y Justicia, son entidades, valores supremos, que se van definiendo en el curso de la historia. Pero los necios, los testarudos, siempre han pensado tener la razón. Son los que ponen un muro con el que topa el buscador de la Justicia y del Derecho. Con ellos topamos, Sancho, diría Unamuno. Son el sistema personificado en la terquedad, en la falta de fluidez mental. Por lo mismo suelen ladrar. "Ladran, Sancho, luego cabalgamos". Uno en Rocinante, otro en el rucio canoso aunque posiblemente de color parecido al oro, primo hermano de Platero. Y los perros ladran, y el sistema se empecina en negar que los molinos de viento son gigantes contra los cuales hay que luchar. Sin embargo Platero y su cohorte de canes admirables le ladran a la luna."¡Qué pocos Plateros hay!", ironizaba Juan Ramón Jiménez. Y es cierto.
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