lunes, 14 de diciembre de 2009

¿QUÉ HACER CON NUESTRA GRAN GUERRA CIVIL?

LORENZO MEYER

La justicia de una gran rebelión social no es garantía de su éxito final, y la Revolución Mexicana es un ejemplo de ello
Guerras en torno a una guerra
En toda guerra, en particular en las civiles, cuando cesa el fuego se inicia otro combate, incruento pero sin término: el de su interpretación. Eso sucedió con la Revolución Francesa, la Guerra de Secesión norteamericana o con la Revolución Mexicana, especialmente cuando estamos a punto de conmemorar su centenario.
Relativo
Cada tanto se reconstruye e interpreta al pasado según las preocupaciones del presente. Y dentro de cada época hay juicios encontrados porque en su realidad cotidiana hay intereses objetivos en pugna. En la elaboración de toda historia se debe intentar la "imparcialidad" y la "certeza". Sin embargo se trata de objetivos imposibles. Nunca nadie podrá recrear "lo que realmente pasó" y menos juzgar "sin ira y con estudio" un acontecimiento tan controvertido como una guerra civil. La simple incorporación o rechazo de datos inclina el relato y la interpretación en una dirección o en otra.
Una respuesta tajante
En torno al qué hacer con la Revolución Mexicana, Roger Bartra aconseja que lo mejor es enterrarla y poner la energía en el futuro, en la construcción de una democracia moderna y una economía dinámica (La Jornada, 21 de noviembre). Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda, en un ensayo en torno al futuro de México, aseguran que: "La historia acumulada en la cabeza y en los sentimientos de la nación... obstruye su camino al futuro" (Nexos, noviembre, 2009).
Pero hay otras propuestas. Estados Unidos envuelve cada uno de sus proyectos de futuro en las luchas del pasado: Barack Obama, por ejemplo, se inspiró en el Lincoln de la guerra norte-sur para integrar su gabinete y en el segundo de los Roosevelt -en los 1930- para enfrentar la gran crisis económica que estalló el año pasado. Otra respuesta interesante se está dando en Rusia. Ahí Andrei Zubov y 45 historiadores más acaban de publicar Rusia en el siglo XX. Por informaciones de la prensa internacional sabemos que este libro en dos tomos ha causado ya una conmoción porque intenta dar una visión desde el aquí y ahora de la última etapa del zarismo, de la revolución bolchevique y del régimen soviético que le siguió. ¿Qué tan significativo es repensar la historia revolucionaria rusa? Según, Aleksandr Arkhangelsky, un conductor de televisión y columnista, "la sociedad no está satisfecha y busca en el futuro respuesta a la pregunta ¿quiénes fuimos? y en el pasado respuesta a ¿quiénes vamos a ser?". Para el comentarista, "nos esperan tiempos serios, pues la conciencia histórica colectiva de Rusia se agudiza en vísperas de cambios sustantivos" (The New York Times, 24 de noviembre, 2009).
Es válido intentar mandar al olvido a nuestra gran guerra civil de hace 100 años, pero eso no significa que el pasado haga caso y se vaya. La alternativa es volver a someter a examen a la Revolución Mexicana, que no es otra cosa que examinarnos en el aquí y ahora. Los individuos, como las colectividades, sólo pueden entender a cabalidad su situación y sus opciones de futuro si son conscientes de lo que ya fueron e hicieron y asimilan positivamente esa experiencia hasta convertirla en parte de su carta de navegación de cara al futuro.
Las revisiones
El intento de reflexión sobre nuestras guerras civiles ha sido continuo. A diferencia de lo que aconteció en la URSS, en México el juicio sobre el pasado es ejemplo de pluralismo. En el campo de la historia de la Revolución Mexicana, las versiones siempre fueron varias y contrastantes. José Vasconcelos, por ejemplo, elaboró una desde su frustración y desde la derecha. Jesús Silva Herzog presentó otra, crítica pero positiva. La lista es larga, en 1947 Daniel Cosío Villegas publicó "La crisis de México" donde fundamentó por qué la Revolución Mexicana había fracasado en su empeño último: hacer de México un país justo, pero tendría éxito si podía revertir la tendencia y volver al espíritu original. Y esa discusión continúa hasta el presente.
Ayer y hoy
En The Civic Culture (Princeton, N. J., Princeton University, 1963), los profesores Gabriel Almond y Sidney Verba examinaron las actitudes y valores políticos en cinco países, uno de ellos México. Entre sus muchos hallazgos hay uno que aquí importa: el grueso de los mexicanos se sentían orgullosos de los grandes momentos de su historia política, entre ellos el movimiento de 1910. En contraste, casi medio siglo más tarde, una encuesta de Consulta Mitofsky publicada el 15 de noviembre encontró que sólo el 11% de los mexicanos considera importante celebrar la Revolución Mexicana. En un sentido estadístico, Bartra, Castañeda y Aguilar Camín le dan gran lanzada a moro muerto, pues la actitud hoy dominante frente al movimiento de 1910 es de indiferencia. Si México está mal -y vaya que lo está- no es porque sea "prisionero de su historia" sino por otras razones.
Desde aquí
Desde el 2009, la guerra civil iniciada hace un siglo debe verse, primero, como resultado de un fracaso mayúsculo de la élite del poder de entonces; su incapacidad de cambio, su abuso del poder y su corrupción, la pagaron muy caro todos. El movimiento de 1910 fue de izquierda, pero desatado por el fracaso de la derecha.
En la medida en que la lucha iniciada por Madero puso fin a una dictadura -dictablanda, para estándares actuales- y a un sistema oligárquico, ese movimiento amplió los grados de libertad de la sociedad mexicana, pero finalmente no alcanzó su meta y a partir de 1940 las derechas, pues son varias, fueron las beneficiadas y no las mayorías.
Si la Revolución Mexicana debe ser recordada hoy, es para sacar una lección de los errores de la elite que la motivó. Si debe ser celebrada, debe serlo sólo por el espíritu que la animó en sus mejores momentos: el espíritu de la justicia. En una sociedad diseñada hace casi cinco siglos como colonia de explotación, como sociedad de desiguales por naturaleza, la guerra civil de 1910-1920 llevó a una expansión de la conciencia del derecho a la igualdad. La reforma agraria fue el gran instrumento del cambio, pero tuvo una vigencia muy limitada, pues justo cuando se llevó a cabo, durante el cardenismo, México empezó a dejar de ser la sociedad rural de siglos para convertirse en urbana. Por otro lado, el nacionalismo que entonces arraigó, constituyó la única defensa posible para un país pobre y vecino de una gran potencia, Estados Unidos, que era y sigue siendo, agresivamente nacionalista.
El lado obscuro
El "sufragio efectivo" -motivo inicial de la rebelión- nunca tuvo oportunidad de ser efectivo y el proceso desembocó en la construcción de uno de los sistemas autoritarios más exitosos del siglo XX. Al final, la guerra civil no logró la destrucción del Porfiriato sino simplemente su modernización. El nuevo sistema de poder ya no dependió de un dictador sino de un partido que ya no estaba sostenido sólo por una oligarquía -base social siempre precaria- sino que incorporó, subordinándolos, a obreros, campesinos, clase media y a la nueva burguesía y controló al Ejército. La cooptación fue su arma más importante de control, pero cuando desató la represión, ésta no tuvo más límite que la voluntad presidencial.
El nuevo régimen fortaleció una cultura cívica basada en la simulación, en el desprecio por la norma jurídica y en el respeto por la regla no escrita. La impunidad y la no rendición de cuentas deben ponerse en el lado negativo de la Revolución Mexicana. Finalmente, la corrupción que hoy caracteriza a México no tuvo su origen en lo que ocurrió a partir de 1910, pero entonces echó raíces más profundas.
La oligarquía Porfirista desapareció, pero surgió otra, tan o más voraz que la anterior. La subordinación de la nueva oligarquía al presidencialismo autoritario fue uno de sus límites, pero al final del siglo pasado desaparecido ese presidencialismo, la sociedad mexicana quedó a merced de los actuales "poderes fácticos", que son tan o más dañinos que los del pasado.
Un balance siempre provisional
La rebelión de 1910 surgió de la demanda de justicia de una sociedad por largo tiempo humillada. De la explosión nació una utopía que por un tiempo revitalizó al presente. Sin embargo, agotada la promesa, el país desembocó en un arreglo institucional tan injusto como corrupto. La búsqueda de la salvación individual volvió a ser la única motivación tanto para las mayorías como para las élites. Hoy, el legado de esa gran guerra civil es ambivalente y se le puede resumir así: la tolerancia de la sociedad ante la irresponsabilidad y corrupción de sus dirigencias tiene un límite, pero la justicia de una rebelión no es garantía suficiente de su éxito final.

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