lunes, 28 de diciembre de 2009

¿FELIZ AÑO DIEZ?

CARLOS FUENTES

No hay que creer en la cabalística para recordar que los años terminados en "diez" han señalado cambios históricos en la vida del país. Hispanoamérica se dispone a celebrar -celebra ya- el Bicentenario de las revoluciones de independencia. México, siempre singular (o excéntrico) festeja dos fechas: la Independencia de 1810 y la Revolución de 1910. ¿Qué nos reserva, en este orden de la memoria histórica -que no de la fatalidad política- el año venidero, 2010?
La laxitud del Gobierno Federal en organizar las celebraciones del caso contrasta con el proyecto incluyente (e inteligente) de Rafael Tovar, como titular de los festejos del Bicentenario sustituido, al dejar el puesto, por una desidia desconcertante. La carga se ha trasladado de hecho, a los gobiernos de los estados y a las instituciones culturales. El Gobierno Federal, por lo visto, se encargará tan sólo de los fuegos artificiales.
Aunque por muchas luces de bengala que estallen, ningún fuego artificial ocultará la realidad de un país que está pasando de una vieja a una nueva política. No en estricta coincidencia con el año "diez" aunque éste, por razones obvias, ilumine -ahora sí- la situación cambiante del país. La de los partidos políticos puede servir de punto de arranque.
A la izquierda, el descenso de la intención de voto (en la elección federal para diputados en 2009 el PRD sacó 12.7% de la votación total -4'231,342 votos-); en el 2006, en la elección presidencial, "la Coalición por el bien de todos" (PRD, PT y Convergencia) tuvo una votación del 35.3% que significó 14'783,096 votos), revela un carnaval con mucho confeti y pocas piñatas. Hundida en una gran confusión de pequeñas parcelas, la izquierda sufre de un síndrome de división dogmática que le impide dar el salto a un centro-izquierda moderno, como el que personifican Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile, Lula (y el propio Cardoso) en Brasil y Felipe González en España. La nueva izquierda se ha despojado de dogmas totalitantes (y paralizantes) para concentrarse, no en la fidelidad al dogma, sino en propuestas viables para resolver problemas reales: salud, educación, libertad de expresión, seguridad ciudadana, protección de la tercera edad, respeto a las etnias, lucha contra la criminalidad, mejor distribución de la riqueza. ¿Qué estos son temas que obligan a todo gobierno? Cierto y falso. La derecha los aborda de manera parcial y los delega a la iniciativa privada. La izquierda debería verlos como un todo que incumbe a la política rectora del Estado. ¿Está nuestra izquierda en condiciones de proponer y abordar un "Nuevo Trato" para México? Hoy, lo dudo. Dividida en facciones, atrapada en su propia retórica -confusa y anacrónica- la izquierda está lejos de la unión no sólo para ganar eleccio- nes, sino para administrar el Estado.
Sin embargo, allí están sus mejores figuras. Amalia García, gobernadora de Zacatecas, donde ha demostrado que la izquierda no gobierna con fantasmas, sino con los elementos sociales de la realidad. Marcelo Ebrard en el Distrito Federal, donde se ha iniciado una tarea de reconstrucción urbana que requiere el concurso de muchos factores sociales. En el propio seno de los partidos de izquierda, quiero creer que tanto Jesús Ortega como Alejandro Encinas podrían superar la postración actual. Y Cuauhtémoc Cárdenas, el líder histórico, parece aguardar un momento propicio para actuar dentro de normas de una dinámica de progreso sin los retrasos del dogma y el personalismo. Difícil camino: cuesta arriba. Pero González, Lagos, Bachelet, Cardoso y Lula demuestran que se puede transitar.
Se atribuye a Manuel Gómez Morin el dicho de que el P.A.N. (Partido Acción Nacional) nació para oponer y proponer, no para gobernar. Llegado al Ejecutivo Federal por una ola de entusiasmo y voluntad de cambio, así como por el apego del presidente Ernesto Zedillo a la normatividad electoral, el PAN no tardó en darle la razón a Gómez Morin. El gobierno de Vicente Fox, recibido con entusiasmo, fue despedido con algo peor que el reclamo: la indiferencia. Y el gobierno de Felipe Calderón, cuya legitimidad le fue seriamente disputada, contó también, en gran medida, con la aprobación de -por lo menos- la mitad del electorado.
Hoy, se advierten severas grietas en el gobierno calderonista. Las ha señalado, con insólita franqueza, Miguel Alemán Velasco en un número reciente de Proceso: mediocridad del gabinete, gobierno secretero, falta de proyecto "coherente y claro". Un "rosario de calamidades" -narcotráfico, violencia, sequías- que la gente atribuye al gobierno porque "el gobierno no se ayuda ni lo ayuda su gabinete".
Este -el gabinete de Calderón- es uno de los más mediocres de nuestra historia. Basta comparar los equipos, digamos, de Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruiz Cortines para lamentar la pobreza del actual. Y es que los citados presidentes del pasado exigían colaboradores mejor informados, a veces, que el propio Jefe de la Nación. De Eduardo Suárez a Jaime Torres Bodet, pasando por Javier Rojo Gómez, Gustavo P. Serrano, Gustavo Baz, Héctor Pérez Martínez, Alfonso Caso o Manuel Tello, los gabinetes mexicanos (con escasas excepciones) estuvieron a la altura exigida por los presidentes. Alemán Velasco tiene razón: con pocos casos (él señala a cuatro o cinco personajes) los demás no vuelan alto. Y acaso no lo hacen porque Calderón prefiere ordenar (e insultar, dado el caso) a gente menor a él mismo -cosa impensable en las situaciones del pasado que aquí he señalado.
Un buen ejemplo de lo que sucede lo ilustra la sucesión del Banco de México. La institución fue gobernada con independencia y eficacia por Guillermo Ortiz. Eliminado éste, ¿lo manejará con iguales virtudes el nuevo gobernador, Agustín Carstens, hasta ahora secretario de Hacienda de Calderón? No prejuzgo. Temo. Porque la tendencia calderonista de nombrar gente secundaria a puestos de primera importancia es un mal augurio para un país que, en 2010, enfrentará desafíos mayores. A esta suma hay que añadir buen número de figuras de la empresa privada que le han retirado la confianza a Calderón, aumentando una peligrosa situación de despojo, abandono e incertidumbre.
¿Asegura lo dicho que el futuro le pertenece al P.R.I. (Partido Revolucionario Institucional)? Un partido que lo ha sido todo puede ahora ser algo o ser nada. Me explico. Las apuestas más conocidas señalan al gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, como el priísta del futuro. Algunos dicen, en cambio, que un político requiere las tres "C": carisma, carácter y cabeza y que Peña Nieto carece de esta última. En todo caso, sí es muy temprano para hablar de candidaturas priístas, algunos prefieren, por razones entendibles, aunque a veces misteriosas, al senador Manlio Fabio Beltrones y otros a Beatriz Paredes por razones más que entendibles. En tanto que otros señalan a los candidatos sorpresa, el primero de los cuales sería el Gobernador de Veracruz, Fidel Herrera Beltrán, el presunto "Góber Preciso".
Todos estos cálculos, sin embargo, no oscurecen el gran problema, que no es de personalidades sino de algo que las supone pero las supera: la Reforma del Estado. De esto me ocuparé en el artículo siguiente.

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