La decisión más importante que tendrá que tomar el gobierno al comienzo de 2010 será si prosigue su “guerra” contra el narcotráfico en los términos en los que la ha llevado a cabo estos tres años, o si a partir de los resultados obtenidos hace correcciones para los siguientes tres. Una buena manera de decidir en la política es considerar los escenarios extremos. Las opciones extremas esclarecen y permiten, una vez que se ha pasado por la prueba de la lógica deductiva, hacer los ajustes y precisar los matices que más acerquen a la realidad. La última operación contra el narcotráfico que llevó a cabo la Secretaría de Marina en Cuernavaca permite fijar uno de los puntos extremos. En términos de sus resultados, la opinión pública nacional e internacional la consideraron una operación exitosa. Quizá la más exitosa. Sin embargo, con el paso de los días el júbilo inicial se perdió. Si hasta en la operación más exitosa las cosas no están saliendo bien, eso quiere decir que, en las otras, mucho menos. Lo que hace falta es mirar el problema en perspectiva. Ya muchos han insistido en señalar que es difícil ganar una guerra si no se sabe cuál el objetivo a alcanzar. En la medida en la que el gobierno estableció un objetivo irrealizable, él mismo se puso un rasero que, con el paso del tiempo, lo llevaría al fracaso. Pero aún con mayor urgencia es necesario resolver cómo se proseguirá el enfrentamiento a las organizaciones delincuenciales. ¿En una guerra sin cuartel, fuera del estado de derecho y sin respeto a los derechos humanos? ¿Con un Estado unido, o en medio de una serie de luchas facciosas entre los órganos de seguridad federales, vacíos en los estados y descoordinación generalizada? ¿Con un enfoque partidista, o sumando a todas las fuerzas políticas y niveles de gobierno en una causa común que, como tal, requiere de un alto nivel de aceptación? Lo que ya está claro es que la política en curso no tendrá éxito. En estos días de meditación habría que plantearse una corrección de fondo. El manejo partidista ya hizo agua en las pasadas elecciones de 2009, sin que siquiera diera resultados electorales. La utilización política de la lucha contra el narco como instrumento de legitimación está agotada. Las tareas debieran ser otras: uno, reconstruir la confianza interna; dos, sumar, coordinadamente, los recursos con los que se cuenta; tres, abandonar la política de desplantes y prepotencia, en favor de la mesura en el lenguaje y el ejercicio templado de la autoridad. Antes de que empiece el año, Felipe Calderón debiera hacerse preguntas diferentes. No ya cómo logro apoyo a mi popularidad con la lucha contra el narcotráfico. Sino cómo protejo al Ejército mexicano, reconstruyo la confianza, sumo a los gobernadores; qué tengo que hacer para dejar una mejor policía y un mejor sistema judicial. No es con la encuesta, los desplantes, las operaciones turbias y confrontando a unos contra otros como se logrará la necesaria reconducción. El objetivo no es elevar el número de víctimas, sino fortalecer al Estado.
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