Nadie puede negar lo que todos conocemos, sufrimos y vivimos en esta debacle económica, educativa, de seguridad y justicia; la cual se repite prácticamente en cualquier ámbito de la vida pública del país; y el año que está terminando ha tenido la cuestionable virtud de obligarnos a ver esa realidad, que muchos mexicanos tanto han eludido y que no han querido reconocer, hasta que materialmente se nos ha venido encima y nos está aplastando. Existe en muchos compatriotas un deseo suyacente de no enfrentar esta situación, creyendo que al soslayarla por sí sola se va a ir diluyendo y desaparecerá como una mala pesadilla, para que así podamos despertar a un mundo de prosperidad, tranquilidad y bienestar, sin que para ello tengamos que molestarnos ni hacer esfuerzo alguno, porque los mexicanos no hemos querido aprender la dura lección de los países que han sufrido graves crisis y que sólo han podido levantarse gracias al esfuerzo individual y colectivo de los miembros de esas comunidades. Japón, que quedó arrasado en la Segunda Guerra Mundial, ahora es una de las más grandes potencias económicas, como resultado del trabajo y del ahorro incansable de millones de habitantes de ese país, que en su capacidad de producción y de austeridad han dado un ejemplo indudable. Alemania, después de haber sufrido la pesadilla monstruosa del nazismo y de la guerra es ahora la primera economía de Europa, y está sorteando en la mejor forma posible la crisis que asedia a ese Continente. En China y en el sureste asiático miles de millones de hombres y mujeres se levantan sobre la nube negra del comunismo maoísta y de las guerras fratricidas, mientras la India da un ejemplo de crecimiento y de eficiencia, frente a una tradición de miseria y de atraso que era emblemática. En México podemos salir adelante, como lo han hecho todos esos países, siempre y cuando cada uno de nosotros asumamos que esta es nuestra casa, nuestro patrimonio común y el único proyecto que tenemos que defender en forma colectiva, si queremos tener un presente y un futuro que salgan de esta debacle en la que nos hallamos, porque es simplemente absurdo creer que podemos seguir siendo los campeones del doble lenguaje y los promotores de la inmoralidad, aceptando la corrupción, endiosando a nuestros verdugos y navegando en medio de todas las contradicciones que nos han llevado a ser el país con menos crecimiento en América Latina, con el índice de inflación más alto, con la pérdida de empleos más contundente y con la fuga de trabajadores más elevada; por lo tanto, no es huyendo de la realidad, cuando ésta es negativa, como se va a resolver el problema que no queremos ver, a pesar que se nos venga encima. Si deseamos que la prosperidad se anide en cada hogar mexicano, la única manera de lograrlo será uniéndonos por encima de partidos e intereses sectarios para generar un verdadero poder ciudadano que aprenda a exigirle cuentas a todos los niveles y estructuras de gobierno, que al fin y al cabo son nuestros empleados, y para que también nos exijamos a nosotros mismos esas cuentas, dejando de creer que “pasándonos de vivos” vamos a poder tomarle el pelo a todo el mundo, cuando todo el mundo sí nos toma el pelo y nos explota. Ojalá que el 2010 sea un año de madurez para no tenerle miedo a la verdad, para no rehuir nuestras responsabilidades y para unir las fuerzas de los mexicanos en una verdadera cruzada de recuperación de la infinidad de valores que este país posee y en los que cada uno de nosotros tenemos la fortuna de participar. Por eso, si no queremos tener malas noticias, ni oír hechos que no nos gusten o nos molesten, vamos realmente a hacer algo para evitarlo, y en lugar de descalificar a la verdad y a quienes la sostienen, tengamos la madurez, el patriotismo y el sentido de responsabilidad que se necesitan para aceptar el diagnóstico de lo que nos está ocurriendo y la medicina que debemos tomar para cambiar esta enfermedad en salud y en prosperidad. Que el año de 2010 no sea el bicentenario de nuestras desgracias, sino el inicio de nuestros éxitos.
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