jueves, 24 de diciembre de 2009

EL OFICIO

SERGIO AGUAYO QUESADA
Con frecuencia recibo cartas de lectores cuestionando la utilidad de publicar críticas que, consideran, son ignoradas por quienes gobiernan este país. Daré algunas respuestas que requieren comentar el oficio de columnista.
Las ideas difundidas en prensa sí afectan la realidad, aunque lo hacen a su manera y en sus tiempos. Su efecto depende de la solidez de los argumentos, de la claridad con la que se escriban y de la postura adoptada por el autor. La neutralidad no existe. Quienes publicamos tenemos ideas y opiniones sazonadas con filias y fobias que salen a la luz cuando nos definimos frente al dilema más elemental: ¿se quiere asesorar y/o halagar al Príncipe (o como se llame al poderoso) o, por el contrario, se toma como brújula el interés general? Se trata, por supuesto, de extremos al interior de los cuales caben multitud de variantes. Sea cual sea la opción elegida, es obligada la objetividad en el manejo de la información y el compromiso de no suprimir hechos importantes aun cuando vayan en contra de opiniones personales.
Otro nivel está en los principales destinatarios de una columna: los gobernantes y los lectores. En términos generales, los primeros reaccionan con mayor rapidez frente a la información dura (aunque rara vez lo reconozcan), y los segundos utilizan la columna para confirmar o modificar lo que ya pensaban y tal vez eso los lleve a actuar de tal o cual manera en el ámbito público. En cualquier escenario, es un oficio que exige paciencia sobre todo cuando la interpretación va en contra de lo dicho por esos monopolios que intentan mantener el control de la interpretación sobre el pasado y el presente. La forma como se les enfrenta cambia de acuerdo al momento histórico.
Cuando vivíamos bajo un autoritarismo áspero, disentir del poderoso con textos cargados de adjetivos era aceptable porque lo importante era demostrar que podía sobrevivirse en circunstancias adversas. La libertad de expresión y la proliferación de medios plurales han causado que el lector sea, cada vez más, un ciudadano activo que espera una opinión informada sobre los temas relevantes y que, en algunos casos, también exige recomendaciones concretas para la acción. Esta actitud, facilitada por la revolución en las comunicaciones, ha modificado el tipo de relación entre lectores y columnista. Cada semana me sorprende la cantidad de personas que por todo el país siguen con atención crítica los acontecimientos y las ideas de los comentaristas.
Cuando se tiene este tipo de interlocutores, elaborar una columna semanal se transforma en un reto permanente por la gran fluidez en los acontecimientos, porque es una etapa de demolición y construcción de mitos y porque el cinismo florece por doquier. Este nuevo contexto influye en la selección de los temas y en la forma como se les aborda. Es decir, en el México de hoy, la revisión de algún tema coyuntural exige ponerle como trasfondo las tendencias de una transición descarriada y eso requiere la búsqueda, selección y procesamiento de material de entre la cascada de cifras y datos que tenemos a nuestra disposición.
Los vientos de renovación también determinan el tono y el estilo que se le da al texto. Para que los adjetivos influyan en la realidad tienen que anclarse en hechos sólidos ordenados en un marco general y redactados en una prosa clara. Cuando se alcanza este ideal, la columna se hace atractiva para los expertos, para los gobernantes y para el público amplio. En otras palabras, la influencia de un escrito va en proporción directa a la relevancia del tema, a lo bien documentado que esté y a la claridad con la cual se lea.
Aún entonces es impredecible el cómo y el cuándo transformará la visión del mundo de una persona, de un grupo o de una sociedad. Los senderos, rodeos y atajos tomados por las ideas son imposibles de anticipar o determinar. Por ejemplo, hace 30 años casi nadie hablaba de los derechos humanos y escribir sobre ellos provocaba indiferencia; en la actualidad, forman parte de la cultura política y del "sentido común" ciudadano y la preocupación de muchos de nosotros está en el oportunismo y la mediocridad de la mayor parte de organismos públicos de derechos humanos.
En suma, más allá de las consideraciones sobre el mediano y largo plazos y de las tendencias que adopte la historia, escribir columnas de manera regular es un ejercicio gratificante y vital por la cantidad de lectores informados y críticos que aprueban, refutan o matizan lo que el columnista expone. Cada semana, la tarea es publicar un texto atractivo y bien fundamentado que provoque reacciones de aprobación o de rechazo. Estas respuestas confirman la existencia de un estamento ciudadano consciente y comprometido que renueva la esperanza de que el futuro puede ser mejor que el presente. Por la interacción con ustedes, mis lectores, vale la pena escribir y cerrar esta columna con mi deseo de que pasen una feliz navidad.

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