A Jacobo Zabludovsky. Peña Nieto es un feligrés de férreas convicciones católicas cinceladas en institutos educativos confesionales en los que se tituló como abogado en la Universidad Panamericana operada por el Opus Dei, es decir, por la Santa Mafia que controla políticamente diversos países, entre los que bien quisiera dicha organización siniestra que se encontrara México. Peña Nieto, un gobernador supuestamente laico, se ha rodeado de los máximos representantes de la jerarquía católica no sólo en sus viajes como el que concluyó apenas hace unos días al Vaticano acompañado nada menos, entre otros tantos, por Onésimo Cepeda, un pintoresco obispo quien, entre “otras cualidades”, tiene pleitos pendientes con la justicia. Peña Nieto celebró la primera comunión de sus hijos en la catedral de Toluca, con lo que Fox y Martita, los yunquistas camuflados, a su lado quedarían reducidos al papel de meras Carmelitas Descalzas. Peña Nieto está por lograr la anulación del matrimonio de su prometida con el pretexto indigerible de que el enlace de ella se llevó al aire libre en Acapulco y no en el interior de un templo… ¿Dios no está en todas partes..? Monseñor Peña Nieto se dirige al jefe de un Estado extranjero como Su Santidad… ¡Cuánta ignorancia, cuánta perversión institucional y cuánto desprecio por nuestro doloroso pasado! El Estado laico no es antirreligioso, sino defiende la libertad de creencias al acotar privilegios indebidos para cualquier religión. Un Estado laico respeta todas las religiones y creencias por igual, contrarrestando con ello la discriminación; no se identifica con ninguna religión en particular. En un Estado laico no hay preferencia a las mayorías, hay trato igualitario y respeto a las minorías; se enseña religión en los templos y no en las escuelas, por lo que deben preocupar y mucho, los vínculos secretos entre monseñor Peña Nieto con el clero, el peor enemigo de México a lo largo de su dolorida historia. ¿Sabrá Peña Nieto que en los estatutos de su propio partido el laicismo es un principio básico? El CEN del PRI o cualquiera de sus comisiones, ¿se habrá percatado de las tendencias clericales de su precandidato a la Presidencia, quien tratará de integrar un Congreso en 2012 compuesto por reaccionarios de la peor ralea, tal y como aconteció en el siglo XIX? ¿Habrá olvidado el PRI las dolorosas lecciones de la historia cuando México se desangró para arrancarse del cuello a esa insaciable sanguijuela, llamado clero católico, que devoraba las mejores esencias del país? Es la hora precisa de recordar la importancia de preservar el Estado laico en México. Cuando el clero cogobernó México, nuestro país echó para atrás, por lo menos 100 años, las manecillas de la historia patria. Es clara la presión ejercida por el Vaticano para que en México vuelva a imponerse un modelo confesional orientado a recuperar los privilegios perdidos antes de la devastadora Guerra de Reforma. El objetivo de la alta jerarquía consiste en acabar con la separación Iglesia-Estado y borrar todo concepto de laicidad de la Constitución. Dicha alta jerarquía pretende que la educación impartida por el Estado deje de ser laica y vuelva a ser religiosa en las escuelas públicas. Busca una mayor injerencia en asuntos políticos, incluyendo el que sus ministros puedan ser votados. Se ha propuesto poseer y controlar directamente medios de comunicación electrónicos, así como oficializar la injerencia del clero en el Ejército mediante el reconocimiento de las llamadas capellanías militares. Lucha porque un porcentaje de los impuestos que recauda el Estado se destinen a las arcas de la Iglesia. Impulsa el establecimiento del diezmo parroquial obligatorio, como en los negros años de la Inquisición. Es evidente que el poder detrás de la silla presidencial color púrpura sería, sin duda alguna, Joseph Ratzinger… ¡Horror de horrores! ¿A dónde van a dar los miles de millones de pesos recaudados por el clero? ¿Qué tal el sacerdote Raúl Soto, canónigo de la Basílica de Guadalupe, cuando declaró que “…más mexicanos deberían seguir el ejemplo de los narcotraficantes Rafael Caro Quintero y Amado Carrillo, que entregaron varias donaciones millonarias a la Iglesia”? ¿Qué tal cuando el extinto obispo de Aguascalientes, monseñor Ramón Godínez, admitió que la Iglesia católica purifica las limosnas pagadas por los narcos? ¡Monseñor Peña Nieto, está usted traicionando las más caras conquistas de la historia de México!
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