Escribo el jueves 24 en la mañana. Hoy no vinieron los empleados al despacho. En parte porque por las vacaciones relativas de los tribunales, los abogados –no todos– descansan. En parte también porque hoy es un día familiar. Por la noche nos reuniremos con hijos y nietos a celebrar la Nochebuena. En mi niñez, cuando vivíamos en Madrid –por supuesto que antes de la guerra–, me parece que la Nochebuena no contaba. En cambio el día de Navidad mi madre nos hacía una comida especial. Teníamos unos vecinos suizos y nos llamaba la atención que ellos, el día 24, esperaban a papá Noel, personaje que nos era totalmente extraño. La costumbre en la familia De Buen y en general en España, era que los regalos se repartían el Día de Reyes. Había que poner los zapatos bien limpios para que los Reyes nos dejaran los regalos de cada quien. Después, a partir del 18 de julio de 1936, vino la guerra y ciertamente las costumbres cambiaron. No eran compatibles con las bombas que caían indiscriminadamente, en cualquier fecha. El exilio en México hizo que la familia cambiara en parte las costumbres. Seguimos con la historia de los Reyes Magos (no Santos Reyes como por aquí se les conoce) y aunque ya estábamos todos mayorcitos, se mantuvo la tradición aunque la noche del 24 se convirtió en la cena familiar. Olvidamos el 25. Reconozco la fuerza que tienen esos días en nuestro medio. Por eso no me llamó tanto la atención que el señor Vicente Fox provocara la reforma del artículo 74 de la Ley Federal del Trabajo que lista los días de descanso obligatorio. Es curioso pero no sorprende: mantuvo intocables los que podrían significar festividades religiosas como el 25 de diciembre. El día primero de enero no lo cambió tampoco pese a que no tiene otro valor que ser el día de la
santa crudapor las festividades de fin de año. Pero se dio gusto cancelando el 5 de febrero, aniversario de la Constitución y por lo tanto del artículo 123; el 21 de marzo, cumpleaños de Benito Juárez y el 20 de noviembre, aniversario del inicio imprudente y anunciado por Francisco I. Madero, de la Revolución. O de lo que llaman Revolución, en realidad una sucesión de golpes de Estado. A la manera gringa, y con el pretexto de los puentes, los cambió por el primer lunes anterior. Es cierto que la práctica de los puentes genera problemas empresariales si la fiesta cae a media semana o algo así. Un sentido práctico de las cosas justifica el cambio por un lunes lo que, además, prolonga la duración del fin de semana. Pero de lo que no tengo la menor duda fue que la intención del cambio olió a política conservadora. Cambio de tema. Me habla Carlos para decirme que murió Rafael Caldera, ex presidente de Venezuela y uno de los laboralistas más distinguidos, no solamente de América. Fuimos muy buenos amigos. Era grato encontrarnos en un Congreso. En Roma nos tocó una huelga que en el hotel se manifestó sin servicios de alimentos ni hechura de las camas. En lugar de desayuno nos entregaron algo en la recepción. Pero Rafael, muy señor, entró al comedor con su ayudante y desayunó lo mismo pero con toda formalidad. Era un hombre de gran encanto. A mis compañeros venezolanos, laboralistas, les envío un fuerte abrazo. Me ha dolido, aunque ya lo esperaba. En mi último viaje a Venezuela, hace unos meses, pregunté por Rafael y las noticias no fueron buenas. Lo que pasa es que los nombres famosos de laboralistas de Europa y América empiezan a desaparecer. Hace relativamente poco tiempo fallecieron Manuel Alonso Olea, en España, y Gino Giugni, en Italia. Don Américo Plá, del Uruguay, hace menos de un año que murió y un mes después Marta, su inseparable esposa. De nuestros fundadores: J.J. Castorena, Mario de la Cueva y Alberto Trueba Urbina, nos faltan los tres. Y uno empieza a pensar si lo que ocurre, por razón natural, es que los nuevos viejos somos nosotros mismos. El fallecimiento hace menos de un año de Baltasar Cavazos fue significativo. Lo bueno es que ya son numerosos en Europa y América los nuevos laboralistas. Ojalá que alcancen el merecido prestigio de sus antecesores.
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