Un año nefasto, coinciden todos. Sin embargo, también un año en el que dejan huella cambios que obligan a ver con ojos nuevos el mundo que viene. El ambiente internacional estuvo dominado por los efectos de la crisis económica, más profunda y extendida de lo que se había previsto. En algunos países, la recuperación comenzó en el último trimestre; han repuntado los niveles de crecimiento, fluye más el crédito, y la demanda, según encuestas de las últimas semanas, se recupera. Lo que no mejora es el empleo; en Estados Unidos se mantiene en los dos dígitos y, en algunos países europeos, como España, alcanza el 18% de la población económicamente activa. La inquietud más grande, sobre todo entre los jóvenes, es el panorama de crecimiento sin creación de empleo. La crisis económica dejó en segundo plano, pero no por ello son menos amenazadoras, otras crisis que se hicieron evidentes desde el año anterior y cuya solución está lejos de alcanzarse. El alza en el precio de los alimentos, la disminución de recursos energéticos tradicionales, la generalización de problemas de sequías o inundaciones, la persistencia o agravamiento de enfermedades endémicas, la extensión del sida. A los problemas anteriores hay que añadir la irrupción inesperada de la influenza A/H1N1, cuya peligrosidad puede aumentar si hay mutación del virus que la produce, cuyo origen y características todavía no están bien determinados. Por último: el cambio climático. Un problema que no se originó en 2009, viene desde mucho antes, desde que comenzaron a manifestarse, de manera inequívoca, los efectos del calentamiento atmosférico. Este año, lo ocurrido tuvo que ver con la toma de conciencia, alentada por la celebración de la Conferencia de Copenhague. Como todas las grandes conferencias internacionales, ésta vino acompañada de mayor información, mayores investigaciones, mayores discusiones y mayor convencimiento de lo difícil que resulta enfrentar el problema. Es un buen ejemplo de lo globalizado de los problemas y lo diferenciado de sus efectos; por lo tanto, de la imposibilidad de encontrar respuestas homogéneas a lo que está en todas partes, pero ni se originó ni afecta a todos de la misma manera. Sin duda es un problema ante el que hay “responsabilidades comunes pero diferenciadas”; lograr al respecto acuerdos específicos, verificables y obligatorios jurídicamente es una tarea de titanes. En el campo de la política, el dato más importante fue la llegada al poder de Barack Obama en Estados Unidos. Su figura es polémica y pronto ha suscitado odios y descalificaciones. Sería un grave error, sin embargo, olvidar el aire de renovación y esperanza que aporta a las relaciones de poder internas en Estados Unidos, y a la racionalidad para manejar una situación internacional peligrosa en la que hay prendidos muchos focos rojos. A la nueva presidencia estadunidense se debe haber puesto sobre la mesa el tema de millones de ciudadanos en Estados Unidos que no tienen servicios de salud; a su presencia se debe que esté de regreso el tema del desarme nuclear, que hayan recuperado vigencia las instancias multilaterales y que haya la disposición de construir una arquitectura internacional que incorpora nuevos actores y nuevas relaciones de poder. El segundo dato de importancia fue, justamente, el desplazamiento de los ejes de poder internacional de Occidente hacia Asia. En 2009 se confirmó que el mundo unipolar del que tanto se habló en los primeros años del siglo XXI será sustituido por un esquema bipolar, aún naciente y mal definido, probablemente inestable pero con tendencias ya claras, encabezado por Estados Unidos y China. La importancia de esta última, no sólo por su papel económico sino por su indudable peso industrial, demográfico y militar cambiará las ideas tradicionales sobre las influencias que determinan el devenir de la historia contemporánea. Mucho de lo que ocurra a las potencias emergentes (India, Brasil, Rusia, cada vez menos México) estará relacionado con la manera en que se adapten a la nueva correlación de fuerzas. Para México fue un año horrible. En parte por nuestra situación geopolítica, en parte por mala suerte y en parte por torpeza. Era inevitable ser el país latinoamericano más golpeado por la crisis económica originada en Estados Unidos. Exportaciones, remesas, turismo, créditos, inversión extranjera, todo cayó como era de esperarse y como debieron saber desde siempre los encargados de la política económica del país. Que además se haya respondido torpemente, es cuestión de mala estrategia. La mala suerte fue que la influenza A/H1N1 comenzara aquí, que los medios de comunicación informaran tan mal, que tantos países se dejaran llevar por la alarma y que estuviésemos tan desprevenidos para manejarla adecuadamente. En este año de 2009, México perdió en la carrera para ocupar un lugar en las nuevas coordenadas de poder internacional. A los problemas de anteriores cabe añadir la fuerza mediática de las imágenes de violencia que opacaron cualquier otra información sobre lo que ocurra en nuestro país. En ese contexto, el ganador en América Latina fue Brasil, diversos indicadores lo señalan. No obstante, son muchos los cambios que están ocurriendo, muchas las circunstancias que pueden profundizar o debilitar el papel de ese país como el de mayor influencia mundial entre los latinoamericanos. Su juego internacional es hábil, pero mucho dependerá de las cuestiones internas que están abiertas, entre ellas las elecciones presidenciales de 2010. La herencia de 2009 dificulta el avance de México hacia un mejor espacio en las relaciones internacionales de la segunda década del siglo XXI. El bicentenario puede ser la fecha clave para confirmar nuestro lugar secundario y oscuro, o abrir una puerta para recuperar parte del terreno perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario