martes, 29 de diciembre de 2009

REFORMA, REVOLUCIÓN E INSURGENTES

CARLOS FUENTES

"Al diablo las instituciones", exclamó en un arranque bilioso Andrés Manuel López Obrador hace tres años, durante una pretérita temporada electoral. Y no le ha faltado razón. Sólo que no se trata de mandar al diablo las instituciones, sino de reformarlas y refundarlas para el nuevo tiempo mexicano. El presidente Felipe Calderón ha dejado de lado, por un momento, su obsesión con el combate (que no "guerra" pues "guerra" sólo hay entre estados nacionales) contra el narcotráfico. En cambio, nos ofrece el programa que el país viene reclamando desde hace años, si atendemos a las voces políticas (Porfirio Muñoz Ledo), académicas (Diego Valadés) y ciudadanas (Juan Ramón de la Fuente) y que se refiere a la reforma del estado.
Los principales capítulos de la reforma son:
1.- Mantener el principio de no-reelección del Presidente de la República.
2.- Mantener un mandato de seis años para el Ejecutivo.
3.- Permitir la re-elección de diputados, alcaldes y jefes de delegación.
4.- Autorizar candidaturas independientes.
5.- Admitir, asimismo, las iniciativas ciudadanas.
6.- Adoptar la segunda vuelta de la elección presidencial, evitando las dudas acerca de elecciones reñidas.
Estas, repito, son demandas nacionales desde hace tiempo. Son consustanciales a la consolidación de una democracia mexicana, entorpecida por notables resabios del pasado. No olvidemos que la re-elección de legisladores constaba en la Constitución de 1917 y que la extensión de la no-reelección a las legislaturas y alcaldías fue obra de Plutarco Elías Calles, a quien convenía tener un Congreso domesticado, débil y renovable a voluntad del "jefe máximo". La debilidad, en efecto, se convirtió en norma de legisladores que a) no podían extender sus iniciativas de ley más allá de los tres o seis años de su función y b) se convertían en funcionarios fungibles (como muebles) en busca de la siguiente "chamba" al dejar las cámaras.
El miedo a la re-elección de legisladores es miedo a la democracia. En un sistema de libertades, es el electorado (no el jefe máximo o mínimo) quien determina la re-elección. Edward M. Kennedy fue senador por Massachusetts de 1962 a 2009 sólo porque así lo decidieron los votantes. Lo mismo puede decirse de legisladores re-electos numerosas veces como Richard Lugar (R; Indiana); Robert Byrd (D; West Virginia); Orrin Hatch (R; UTAH); Charles Rangel (D; Nueva York); Max Baucus (D; Montana); John Kerry (D; Massachusetts); Christopher Dodd (D; Connecticut) o Barbara Boxer (D; California).
La lista es larga. Apenas ejemplifico. Estos legisladores fueron reelectos gracias a muchos factores. Uno priva sobre todos los demás: así lo decidieron los ciudadanos. Debemos congratularnos, precisamente como ciudadanos, que en esta ocasión la exigencia de la reforma y la propuesta de la misma hayan coincidido. No se necesita ser fatalista para pensar, históricamente, que el año "diez" ha sido simbólico en la historia de México. Independencia en 1810. Revolución en 1910 y en 2010, ¿reforma, insurgentes o revolución?
Los visitantes extranjeros se asombran de que las principales avenidas de la ciudad de México sean conmemoraciones de rebeldías pasadas. Ojalá no sean anuncio de rebeldías por venir. Las medidas reclamadas por la sociedad y propuestas, ahora, por el presidente, indican una voluntad explícita de reformar políticamente exorcizando voluntades implícitas de acción insurgente o revolucionaria para mover el país.
Recuerdo, de paso, que los actores reconocidos en 1810 ó 1910 fueron desplazados con rapidez por los actores hasta entonces desconocidos. Antes de 1810, ¿quién sabía de Miguel Hidalgo, José María Morelos o Agustín de Iturbide? Y antes de 1910, Álvaro Obregón era agricultor en Huatabampo, Plutarco Elías Calles maestro de escuela en Sonora y Emiliano Zapata campesino en Morelos. En la paz o en la guerra, me parece evidente que, también en 2010, surgirán personalidades -hombres y mujeres- cuyos nombres desconocemos aún. Es ley de la historia: Saint-Just, Danton, Robespierre, Bonaparte eran seres anónimos antes de la Revolución Francesa. Washington, Jefferson, Hamilton, sólo conocieron su momento histórico gracias a la Revolución de las colonias de Norteamérica, etcétera.
Hay un extendido descontento en México. Las actividades recaudadoras de divisas -turismo, petróleo, migración laboral- disminuyen o se secan. La frontera cerrada en el norte creará un excedente de mano de obra desempleada en México. ¿A dónde irán nuestros trabajadores? El crimen es la tentación y es la facilidad. La exigencia, en cambio, es la oferta organizada de trabajo para construir y reconstruir educación y salud, urbes y puertos, carreteras y caminos, toda una infraestructura envejecida. Sin infraestructuras renovadas, la iniciativa privada languidece, la fuerza de trabajo se desperdicia, la tentación insurgente crece...
Por eso importa tanto que el estado nacional vuelva por sus fueros y cree, como lo hicieron en su momento Franklin Roosevelt y Dwight Eisenhower en los Estados Unidos de Norteamérica, como lo hicieron Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán en México en el suyo, políticas de desarrollo acelerado. El estado nacional es el motor, el trabajo y el mercado son los beneficiarios.
Hablo del destino actualizado (o actualizante) del conjunto de reformas anunciado oportunamente por el Presidente Calderón y reclamado por las voces -Muñoz Ledo, Valadés, De la Fuente- que aquí he citado. Subsiste la cuestión ayer planteada: ¿con quién llevará a cabo el presidente su programa de reformas? Porque, con las excepciones conocidas, su gabinete actual no le ayuda.
¿Tendrá Calderón la visión necesaria para renovar su gabinete con hombres y mujeres a la altura de las circunstancias?

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