viernes, 22 de julio de 2011

¡ALLENDE CUMPLIÓ SU PALABRA!

HERMILIO LÓPEZ BASSOLS

En abril pasado estuve en Santiago de Chile, visité el Cementerio General, ubicado en la zona proletaria de la ciudad. Una amplia avenida conduce a una media glorieta rodeada por arcos monumentales y al frente las puertas de un sitio vinculado con la historia de ese país. Dentro, pequeñas callecillas que forman las secciones donde están las tumbas de la aristocracia chilena desde el siglo XIX. A unos 100 metros de la entrada, está un monumento imponente de mármol blanco compuesto de grandes columnas rectangulares, dos más pequeñas y en el centro una gran placa que dice "Salvador Allende Gossen 1908-1973". El monumento podría enmarcar, acaso, una cruz en el horizonte. Atrás se desciende por ambos lados a la cripta familiar: Allende-Bussi, una gran reja negra y en ambos lados las tumbas. Allí estaban los restos de Allende y de su esposa Hortensia Bussi "Doña Tencha" (a quien tuve el gusto de tratar tanto en San Jerónimo como en Santiago y en El Salvador). Preside una columna que sostiene un libro de piedra con una placa con las últimas palabras del presidente en La Moneda. A mitad de los 70, había un monumento pequeño. No lejos, tras un gran muro estaban los restos de Pablo Neruda.
Hoy, mirando hacia el infinito, en Isla Negra, a una hora de Valparaíso, bajo una lápida con sus nombres, descansan los restos del más celebrado poeta de América y su tercera esposa. A metros está la casa con caracolas, la locomotora que recuerda a Temuco, la recámara con los equipales tapatíos y la colcha de Aguascalientes, el escritorio hecho de una puerta de barco perdida en el mar, la sala y la silla donde se mecía el poeta, cuadros de su predilección, astrolabios, grabados en madera, "caballitos" y la cava, de los que era muy aficionado y al fondo se contemplan las rugientes playas del Pacífico. Así lo dispuso él. La Fundación ha convertido el lugar en un negocio.
A esa tranquilidad de los sepulcros, ha venido a perturbar la justicia en busca de la verdad. Se consideraba, por amigos y familiares de ambos, que debían esclarecerse las circunstancias de sus muertes. De Allende se dijo que se había suicidado dentro del palacio de La Moneda en la mañana del 11 de septiembre de 1973. Él anunció que lo haría y en la mano tenía un fusil AK- 47 que le había regalado Fidel Castro. Neruda, cuando ocurrió el golpe de Estado se encontraba en su casa de Isla Negra, dolido de un cáncer de próstata. Cuando conoce del crimen de los militares se agrava y es trasladado a un hospital en Santiago. Allí, el embajador de México, Gonzalo Martínez Corbalá le transmitió el ofrecimiento del presidente Echeverría para que se trasladara a México. Neruda dudó en un principio, su mal lo puso cerca de la muerte, más conservaba su lucidez. Finalmente, Neruda murió -en circunstancias por esclarecer- y fue llevado al Cementerio General, acompañado por un grupo pequeño de personas. No se puede afirmar que la muerte de Neruda haya sido causada por el mal que aludo y hay quienes -su chofer- piensan que fue envenenado en el hospital por orden de los milicos.
Pues bien, la primera incógnita -para algunos- ha sido develada, el Servicio Médico Legal de Chile tras tres meses de pruebas a sus restos, entre ellas de carácter balístico, aseguró que se trató de una "muerte violenta de etimología médico legal suicida, sin lugar a dudas provocada por una herida de proyectil". Se confirma plenamente la entereza y decisión del presidente en sus últimos momentos. Ante muy pocas personas, entre ellas su hija, su secretaria y algunos ayudantes, Allende tomó el fusil y se dio un tiro abajo de la barbilla, muriendo instantáneamente. Luego su cuerpo fue tomado por militares, que lo depositaron en un ataúd, lo soldaron y se lo entregaron a Doña Tencha, quien lo llevó al Cementerio General, donde ahora vuelve a reposar. Resta saber si otro de los muertos ilustres de Chile fue asesinado, como lo afirma el Partido Comunista de Chile, en circunstancias semejantes a las del expresidente Eduardo Frei Montalva.

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