CIRO MURAYAMA RENDÓN
La prensa económica mundial resalta que el parlamento griego aprobó un duro plan de ajuste económico. Pero esa medida lejos está de ofrecer una salida real al laberinto en que se encuentran Grecia y Europa.
El programa de ajuste incluye medidas para aumentar impuestos y recortar gastos por 28 mil millones de euros, más un paquete de privatizaciones de empresas públicas —incluyendo la gestión de puertos en un país marítimo por excelencia, lo que implica una cesión importante de la soberanía, así como de los servicios de agua, gas y hasta la lotería— por otros 50 mil millones de euros entre 2012 y 2015. Este drástico esfuerzo de 78 mil millones de euros fue la condición del FMI y la Unión Europea para liberar 12 mil millones de euros el mes que entra, como parte del plan de rescate por 110 mil millones aprobado hace un año. Es decir, se exige un ajuste de 78 mil millones de euros en cuatro años a cambio de 12 mil millones ahora; venden el coche para pagar la gasolina.
El destino de los 12 mil millones de ayuda inmediata es conocido: entre julio y agosto hay vencimientos de la deuda por 10 mil 600 millones de euros, pagables a los principales acreedores del país helénico: bancos alemanes y franceses.
El recorte contempla despedir a 150 mil empleados públicos (uno de cada cuatro) y reducirles el sueldo 15%, limitar las pensiones y el gasto social para evitar inestabilidad financiera en la zona euro. Pero hay que poner las cosas en su dimensión adecuada: si bien la deuda griega es de 150% del PIB, el peso de Grecia en la Unión Europea es de apenas 2.5%. Así, el gran problema griego no implica más de 6.25% de lo que produce la UE en un año. Con las decisiones adecuadas, la UE no debería ahogarse en este vaso de agua.
La preocupación de los “mercados” se alimenta del riesgo de que los griegos no puedan pagar su deuda, lo que afectaría a entidades financieras de Alemania y Francia, principalmente. Más conviene no olvidar que así como los griegos subieron su deuda por encima de lo recomendable y ocultaron el desbalance, también desde el sector financiero privado de Frankfurt y París irresponsablemente se prestó y se fue cómplice en el maquillaje de cifras. El problema es que, como se sabe en México y América Latina tras la crisis de la deuda de los años 80, las decisiones equivocadas de deudores y acreedores las pagan con creces las poblaciones de los países que tomaron los préstamos.
Sobresale en todo este drama la ausencia de definiciones políticas relevantes de los líderes de la UE, quienes tendrían la responsabilidad de ofrecer vías políticas de solución a los desafíos que los mercados no hacen sino incrementar. Si el bienestar es aún un objetivo del proyecto de integración europea, los responsables políticos no pueden asistir impávidos a la puesta en operación de medidas draconianas que ni aseguran el reestablecimiento de los equilibrios económicos y que comprometen la seguridad económica de poblaciones y generaciones enteras. En vez de asumir que Grecia necesita una suerte de Plan Marshall de reconstrucción económica, la indefinición política hace que los recursos comprometidos tardíamente resulten insuficientes y que sean las mismas calificadoras que se equivocaron al no prever la crisis y que otorgaron su visto bueno a operaciones financieras fraudulentas, quienes fijen el costo del rescate y definan el modelo social a seguir.
Para Ángela Merkel debe ser complicado convencer a los electores alemanes de que mediante sus impuestos se debe rescatar a Grecia; tampoco es fácil para Sarkozy. Lo inaudito es que mientras en la Comisión Europea se dice que no hay plan B para Grecia, sino más sacrificio social y recortes, sean los bancos franceses los que sugieran rutas para refinanciar la deuda griega a 30 años.
Si a pesar de la purga que tomaron los griegos, los mercados continúan inquietos, y si se continúa careciendo de voluntad política para avanzar a una mayor integración económica desde el punto de vista fiscal (para respaldar a los miembros en problemas, como hace el Tesoro en Estados Unidos con California ahora mismo), entonces tarde o temprano los griegos irán a la suspensión de pagos aun vendiendo la Acrópolis. Entonces Grecia abandonará el euro y el proyecto de la moneda única comenzará a desmontarse, y con él la apuesta europea por una zona económica con una moneda de referencia mundial. Grecia está en peligro y el liderazgo alemán en duda. El euroescepticismo de hoy tiene domicilio en Berlín.
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