lunes, 25 de julio de 2011

ESPERANDO ESTAR COMPLETAMENTE EQUIVOCADO

RICARDO BECERRA LAGUNA

Como todos saben, la recesión económica mundial que padece una tercera parte del planeta, fue minuciosamente fabricada en los Estados Unidos
Dinero puesto en manos de quien no tenía empleo, salario ni patrimonio. Sus dos únicas condiciones: utilizar el dinero para comprar una hipoteca –digamos en Miami- pagando una prima altísima. Este riesgo se esparcía por todo el mundo a través de títulos que amparaban aquellas deudas de aquellas casas y cuya atracción era la tasa de interés, hemos dicho, mayor que en cualquier otro sector.
La ficción se autoalimentó: todos creían que había un negocio hipotecario pujante en Norteamérica y eso atrajo a bancos y fondos de inversión. Todo el sistema bancario de occidente bebió de los títulos. Las agencias calificadoras reforzaron el espejismo anunciando que los papeles eran una gran cosa triple “A”. Unos seis billones de dólares se movieron hacia ese mercado, ya para 2006. Todos ganaban, o parecía que ganaban, hasta que el que no tenía empleo, salario ni patrimonio dejó de pagar. El castillo de naipes se cayó y así la crisis hipotecaria se convertía en crisis crediticia (las principales instituciones de préstamo quebraron) y en pandemia financiera global.
Entre otras cosas, esto le costó a los Estados Unidos, una caída del producto de -2.6% en el 2009 y la destrucción de 7.3 millones de empleos. La FED afirma que el patrimonio neto de los hogares estadounidenses descendió en 11 billones de dólares (un derrumbe gigantesco en un solo año, que iguala la producción anual combinada de Alemania, Japón y el Reino Unido) lo cual dejó a nuestros vecinos por debajo de los niveles patrimoniales de 2004. Aquí hay que hacer un apunte: la caída del patrimonio neto de los estadounidenses se produce después de un auge extraordinario. La riqueza de los norteamericanos creció a más del doble entre 1992 y 2000, y, tras una pausa, subió casi 50% antes del colapso de 2008. O sea: ellos venían de 18 años de prosperidad sostenida.
En este lado, el 2009 se vivió como una conmoción de -6.5% del PIB, dos y media veces más grave que en Estados Unidos. La pregunta es insidiosa y también inevitable: ¿por qué la caída productiva fue mayor en nuestro caso que no tuvimos responsabilidad ni culpa en ese loco festín financiero? En parte, claro está, por la inacción ideológica del gobierno, pero por ahora dejemos ese tema. Abramos mejor el foco de nuestra visión para abarcar un lustro comparativo: entre diciembre de 2005 y el mismo mes de 2010, se generaron en México 1.14 millones de empleos formales. Son 228 mil al año en promedio o una tasa anual media de 2.7 por ciento. En el mismo lapso, en EU hubo una pérdida de 3.9 millones de puestos de trabajo, lo que les supone una caída de 2.9 por ciento.
Así las cosas, en México perdimos “apenas” 440 mil puestos en el 2009, no tuvimos una crisis bancaria ni un disparo de la inflación o del precio del dólar. Santo y bueno. Pero como nuestras redes de protección social son mucho más débiles que en los Estados Unidos, los costos sociales de este lado resultaron mayores, como lo sabemos ahora, gracias a la Encuesta de Ingreso Gasto 2010, del INEGI. ¿Porqué? No solo por la inexistencia de un Estado de bienestar nativo, sino también porque nosotros no venimos de ningún periodo de crecimiento ni de prosperidad, más bien al contrario.
La semana pasada adelantábamos que, en conjunto, los mexicanos vieron reducir sus ingresos constantes y sonantes en un 12.3%; es decir, el país se empobreció en el cruce de la primera década del siglo XXI. Con efectos desiguales, el peor saldo lo saca la clase media. Veamos.
En los 2.9 millones de hogares más pobres de México (decil I) el ingreso familiar fue de 2 mil 54 pesos al mes, 7.6 por ciento inferior al de 2008. En el otro extremo, las familias mejor acomodadas (decil 10) obtuvieron 39 mil 476 pesos promedio, una caída de 17.8 por ciento. Sin embargo, quienes trabajan por su cuenta, profesionistas independientes y comerciantes, vieron una caída de ¡39 por ciento de su ingreso en dos años!
Primera conclusión: los datos muestran que estamos lejos de haber superado los efectos de la crisis 2008-2009, como a veces relatan los de Hacienda.
Ahora bien, perder la tercera parte del patrimonio para seis millones de hogares es una tragedia social y económica en cualquier país, pero no es lo peor. Además de las cifras absolutas, lo más preocupante es la tendencia que delata, pues la crisis financiera interrumpió -dramáticamente- el proceso de reducción de la pobreza en México.
Todos recordamos las secuelas del "error de diciembre" en 1995 y su cifra aterradora: el 69% de la población cayó en la pobreza. Un periodo de crecimiento en el trienio siguiente y la multiplicación de subsidios en varias direcciones, hicieron que diez años después -en 2006- la pobreza abrazara “solo” al 42.6 por ciento de los mexicanos. Pero llegó la crisis, y todos los datos ofrecidos hasta hoy parecen apuntar un nuevo salto de la pobreza, precisamente porque antes de 2008, 35.2 millones de personas, estaban expuestas a una condición de “vulnerabilidad” económica.
Creo que hay que repetirlo: con todo y sus quiebras, indecisión de su crecimiento, desempleo histórico y trances de suspenso presupuestal, ni siquiera a los gringos les fue tan mal, no obstante y que esta vez, la irresponsabilidad, el despilfarro y el pecado estuvieron de su lado.
En resumen: la crisis no ha terminado (ni aquí ni en los Estados Unidos); el efecto social y productivo fue más destructivo en México porque Norteamérica venía de una etapa de crecimiento y prosperidad por dos décadas y porque conserva una red de seguridad económica sólida para sus ciudadanos; y la oleada de empobrecimiento generada por la crisis, canceló la reducción paulatina de la pobreza que con todo, México había podido sostener luego de la crisis del tequila en 1994-95.
El efecto definitivo de la crisis en México, lo sabremos con precisión esta misma semana, el día 29, cuando CONEVAL emitan oficialmente los nuevos resultados de la medición de la pobreza. Espero estar completamente equivocado.

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