RODRIGO MORALES MANZANARES
La movilización social que se ha articulado en torno al poeta Javier Sicilia y al defensor de los derechos humanos Emilio Álvarez Icaza contiene sin duda algunos gérmenes de originalidad que conviene destacar. Acaso el punto más relevante es que ha podido colocar el drama de las víctimas en el centro de la agenda: hacer visibles las tragedias humanas asociadas al combate a la delincuencia organizada le imprime otra dinámica al debate.
Y eso ha hecho que la movilización, hoy, no sea otra marcha más, sino que se esté gestando un movimiento social. A diferencia de otros momentos climáticos en el reclamo por la seguridad, marchas sin duda multitudinarias y conmovedoras, la movilización encabezada por Sicilia y Álvarez Icaza no sólo ha tenido continuidad en el tiempo, sino que parece haber logrado transitar del caso a la causa.
El caso del lamentable homicidio del hijo del poeta, aparentemente está en vías de solución, pero con ello no parece que se apague la movilización. Insisto: la gran virtud de ésta ha sido su capacidad para frasear de otra manera el problema de la inseguridad.
Estábamos acostumbrándonos al debate en torno a si la guerra se había declarado con un diagnóstico adecuado, si contábamos o no con las instituciones capaces de hacer frente a semejante embate, si había inteligencia que soportara un combate como el que se emprendió, si la legislación vigente era la adecuada, etcétera. Incluso, como colofón natural, al debate en torno a cómo repartir los costos políticos de la tragedia. Lo que han hecho Sicilia y Álvarez Icaza es justamente sacudirnos con la tragedia. Más allá del debate de políticas públicas, han conseguido que a éste se incorpore la dimensión humana: tras las cifras de la violencia hay nombres y apellidos concretos, dramas familiares tangibles. Al menos han conseguido que el discurso oficial vaya transitando poco a poco de los daños colaterales a la introducción gradual del vocablo víctimas. No es poca cosa. Es decir, me parece que a diferencias de otras movilizaciones que han querido poner el centro del reclamo en la incompetencia, la impunidad, etcétera. ahora se ha alertado sobre las consecuencias tangibles, las víctimas, el drama, los desaparecidos.
Insisto en que se trata de un cambio no menor. La agenda que se desprende es cualitativamente distinta. Me parece que la movilización ahora deberá transitar de lo testimonial a la construcción de un entramado institucional que abra paso a lo documental. De entrada, la cuantificación de los daños: cómo arribar a un registro riguroso de víctimas, cómo reconstruir su identidad, cómo ubicar los rastros de los desaparecidos, en fin, creo que tendrá que haber una nueva etapa en la movilización en que la experiencia y los protocolos internacionales pueden ser de gran utilidad justamente para construir y perfeccionar un nuevo nivel de exigencia en el combate a la inseguridad. Estoy cierto de que todos ganaríamos.
La marcha consiguió hacerse de relatos desgarradores que bajo ningún otro formato hubiera accedido a dar su testimonio; sus dirigentes ostentan la credibilidad que no tienen los ministerios públicos. He ahí un activo sustancial para imaginar nuevas formas de participación ciudadana, para activar una crítica constructiva que nos dé luz al final del túnel. Ojalá, con un nuevo fraseo, encontremos el camino para ser más eficaces en el rescate de la seguridad
No hay comentarios:
Publicar un comentario