MIGUEL CARBONELL
Seis años es mucho tiempo. Lo es para la vida personal de cualquiera de nosotros y lo es todavía más para la vida política de un país. En seis años pueden suceder, y suceden, muy importantes cambios en las circunstancias de cualquier régimen democrático, en el desempeño de los servidores públicos y en la percepción que de ellos tiene la ciudadanía.
En México, a diferencia de todos los países de América Latina, con excepción de Venezuela, el Presidente de la República dura seis años en su cargo. Es un tiempo demasiado prolongado. Habría que cambiarlo para hacerlo más breve, aunque ello nos lleve a la discusión (que tarde o temprano tendremos que enfrentar con madurez democrática) del tema de la reelección presidencial.
En Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras y República Dominicana el mandato presidencial es de cuatro años. En Bolivia, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay el presidente de la República dura en el cargo cinco años. Solamente en México y en Venezuela el titular del Poder Ejecutivo tiene un periodo de seis años.
En Estados Unidos, que es el país del que copiamos en América Latina el sistema presidencial de gobierno, el presidente dura en el cargo cuatro años y puede ser reelecto por una única ocasión.
La pregunta que debemos hacernos en México es si queremos seguir teniendo un mandato presidencial que en los dos últimos años ya muestra evidentes signos de agotamiento (le pasó a Fox y le está pasando al presidente Calderón) o si reducimos el periodo, con o sin reelección presidencial.
Claro que, viendo las limitaciones mentales de nuestros legisladores al procesar la reforma política (todavía inconclusa), la modificación del periodo presidencial puede parecer algo fuera de su alcance, pero la responsabilidad de los ciudadanos —y sobre todo de los académicos— es plantear los mejores esquemas institucionales, de forma que podamos avanzar en la construcción de una democracia consolidada. Si tenemos claro qué arreglos institucionales le convienen más al país, podremos igualmente exigir a nuestros representantes que estén a la altura del reto y aprueben lo que los ciudadanos consideran mejor.
Cabe recordar que solamente dos países en América Latina, en las décadas recientes, han ampliado la duración del mandato presidencial: Bolivia, que lo tenía de cuatro años y lo pasó a cinco en la Constitución de 2009, y Venezuela, que lo pasó de cinco a seis. Los demás países lo han mantenido igual o lo han reducido (Chile y Argentina tenían un mandato de seis años y lo pasaron a uno de cuatro). ¿Nos queremos parecer más a Chile o más a Venezuela?
Cualquier persona que recuerde los dos últimos años del gobierno de Vicente Fox tendrá presente el hartazgo y la sensación de inmovilidad gubernamental que compartían millones de mexicanos. El Presidente lucía cansado, con escasa motivación y seguramente frustrado por no haber podido avanzar en muchos de sus proyectos debido a la constante oposición que tuvo que enfrentar en el Congreso.
Al presidente Calderón, más joven que Fox y con mayor empuje, se le ve disminuido en su capacidad de iniciativa. Muchos ciudadanos están viendo hacia el 2012 y no les importan los discursos presidenciales, en parte porque Calderón ya no tiene el empuje para ofrecer ideas nuevas o para promover iniciativas de fondo que pudieran mejorar aspectos sustantivos de la vida de los mexicanos.
Quizá muchos piensen que la pesadez con que los presidentes transitan por sus dos últimos años se debe a su falta de liderazgo, de compromiso político o de motivación personal. Yo no lo creo así. Más bien se trata de la disfuncionalidad de un arreglo constitucional que tal vez sirvió para otro momento de la vida política mexicana, pero que hoy ya no resulta de ninguna utilidad.
La mejor solución es pasar a un periodo de cuatro años y discutir si queremos copiar el modelo de Estados Unidos, que permite una sola reelección inmediata, o el modelo chileno que permite una reelección pero no consecutiva. O si reducimos el periodo pero seguimos manteniendo el principio de la no reelección de forma absoluta.
Lo peor que nos puede pasar es quedarnos como estamos, esperando durante meses a que llegue el nuevo presidente, mientras los demás países nos rebasan en crecimiento económico, reforma judicial, desarrollo de infraestructuras, generación de empleo, educación de calidad, etcétera. Necesitamos modernizar nuestro vetusto régimen político y necesitamos hacerlo lo antes posible, para remontar la parálisis en la que nos encontramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario