JAVIER CORRAL JURADO
Tampoco nos podemos llamar a sorpresa. Estaba dicho que sin alianza electoral entre las principales fuerzas de la oposición en el Estado de México, la elección de este 3 de julio pasado le resultaría al PRI un evento relativamente fácil de sacar adelante. Habita en esa entidad uno de los grupos políticos mas inescrupulosos en la operación electoral, fundado en un sistema de canonjías, chantajes y amenazas. La expresión más decantada de la cultura de la zanahoria y el garrote: el grupo Atlacomulco.
Y precisamente para eso, se impulsaron las coaliciones electorales el año pasado y se intentaron en éste, para vencer en las más adversas condiciones de competencia electoral y en el ambiente más inhospitalario para la democracia, el enquistamiento político, el dispendio de recursos, el uso ilegal de las estructuras de gobierno, la parcialidad de los órganos electorales, la impunidad de una maquinaria que ha llevado a sus extremos el modelo mercantilista a las elecciones. El mismo que se puso en marcha durante el proceso y la jornada electoral pasada.
Sólo una coalición podía haberlos derrotado, porque estaban a la mano las estadísticas históricas, la experiencia éxitosa de las alianzas en Oaxaca, Sinaloa y Puebla que dejaron el sabor de la faena posible, y las encuestas recientes registraban el aumento de la opinión favorable que los mexiquenses iban teniendo sobre la necesaria unidad de las oposiciones. La consulta del 27 de marzo nos sorprendió a los propios organizadores en su nivel de participación y la contundencia por el Sí.
Enrique Peña Nieto lo supo siempre, que una coalición podría descarrilarle su proyecto, incluso desbarrancarle definitivamente sus aspiraciones; no porque el Estado de México represente el país o porque ahí se decida la elección del 2012 para los demás partidos, como ahora pretenden traducirlo. Era definitivo para él, porque el simple relevo del poder local, lo desnudaría de manera singular en la verdadera biografía personal y en su ineficaz desempeño como gobernador que la Televisión ha tenido el buen cuidado de ocultar, y lo que es peor, sobreponer a esa realidad un disfraz de modernidad y progreso.
Peña Nieto esperaba la coalición y temblaba parejo; por eso fue capaz de intercambiar el apoyo de sus bancadas legislativas al aumento de algunos impuestos a cambio de que los dirigentes del PAN y del PRI - teniendo como testigos de honor al secretario de gobierno del Estado de México y al Secretario de Gobernación de Felipe Calderón -, rubricaran el pacto de no coaligarse para estas elecciones.
Puesto al descubierto ese pacto vergonzante, la idea de la coalición se abrió camino como regero de pólvora. Y Peña Nieto se preparó para enfrentarla: diseñó un plan para controlar a los organismos electorales, tribunales, medios de comunicación. Usando maquinaciones rebuscadas y nefastas modificó la ley electoral para cancelar las candidaturas comunes, acortó el tiempo de las campañas para que no hubiera posibilidad de posicionamiento alguno por parte de un candidato opositor, ni comparación de plataformas, ni proselitismo. Sin tapujo, ni vergüenza realizó un descomunal gasto en imagen violando la constitución y las leyes. Organizó a la estructura priísta de promoción del voto conforme a la división de áreas y dependencias del gobierno del estado, lo que acreditamos con el video que se tomó al Presidente de la junta local de conciliación y arbitraje en el que explicaba la operación, y que demuestra además, el sistematico reparto desde el poder de beneficios materiales a cambio de votos. Acto hasta hoy impune.
Desde tiempo atrás introdujo la cizaña en los partidos de oposición para mantenerlos divididos y polarizados. También demostró cabeza fría cuando evitó cualquier riesgo de fractura interna o la posibilidad de nutrir desde sus filas al frente opositor. Cuando hizo candidato a Eruviel Avila -contra su opinión por no ser uno de sus incondicionales-, demostró que estaba dispuesto a ganar. Y sin embargo, todo eso pudo haber sido superado.
Pero Peña Nieto jamás sospechó contar con un apoyo fundamental, con el factor decisivo de su plan, inimaginable para los demócratas de México: el apoyo de Andrés Manuel López Obrador, que colocó sobre esa coalición el chantaje de su ruptura con el PRD si se realizaba. Rehenes desde hace tiempo de su satrapía -con la que los insulta casi a la par de como lo hace con sus adversarios-, las corrientes aliancistas y moderadas del PRD se plegaron a sus designios, en asombroso acto de autoinmolación política. Lo hicieron por la unidad, fue la explicación, pero les faltó decir que en torno de un fanatismo mentiroso que con frecuencia los desprecia.
No les dio ni un punto porcentual más de lo que ya tenían en 2009 las llamadas "izquierdas" del Estado de México, es probable incluso que hayan perdido puntos con relación a las encuestas de febrero y marzo, “pero ya ha quedado claro cuáles van a ser los reales competidores del 2012”, dicen algunos dirigentes del PRD —en continuación del autoengaño— al mismo tiempo que casi desaparecen en Coahuila, y se desfondaron en Nayarit, como nosotros los del PAN en el Estado de México.
El grupo Atlacomulco que tiene a la entrada de Toluca una estatua del Profesor Carlos Hank González, en el mero Paseo de Tollocan, le debe una casi del mismo tamaño a Andrés Manuel López Obrador. Le ha dejado a su hijo predilecto el camino franco a la candidatura del PRI, para tratar de concretar la hipoteca mercantil celebrada con Televisa y la plutocracia salinista que pretende regresar al poder. La primera estatua puede ser homenaje a la impunidad. La segunda a la intolerancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario