jueves, 7 de julio de 2011

TELEVISORAS Y ELECCIONES

JOSÉ WOLDENBERG

Ni modo. Lo que más me sigue gustando de las elecciones es lo más elemental pero a la vez fundamental: se instalan las urnas y miles y miles de ciudadanos acuden a votar en orden, luego los funcionarios de casilla hacen el recuento y en la noche, a través de los PREP, tenemos resultados oficiales preliminares. Se escribe fácil, pero esa rutina tiene un enorme significado para la convivencia social. Se trata del único procedimiento que la humanidad ha sido capaz de inventar para que la diversidad de opciones políticas pueda contender y coexistir de manera pacífica y para que los electores puedan decidir quién debe gobernarlos y cómo debe integrarse el Poder Legislativo.
Los resultados son producto de los humores públicos oscilantes y los ganadores de hoy pueden ser los perdedores de mañana. Pero darles la espalda, imaginar que sólo son consecuencia de maquinaciones y triquiñuelas, como si la política -en el sentido más amplio del término- estuviera ausente, no es más que un triste autoengaño. Por supuesto los comicios no transcurren en un laboratorio -aséptico, controlado, puro- sino en un espacio cargado y modelado por intereses, buenas y malas artes, retóricas de todo tipo y súmele usted. Y la labor de las autoridades es dejar que fluya la política, el debate, las movilizaciones y atajar las conductas ilegales. Y en ese terreno hay mucho por hacer. Pero bien harían los perdedores del domingo en volver a colocar a la política en el centro de sus diagnósticos y apuestas.
Estamos a un año de las elecciones federales que volverán a ordenar la vida política. A querer o no, una vez que los partidos propongan a sus candidatos -y aún antes- se formarán grandes coaliciones. Candidatos y partidos tratarán de tender puentes de comunicación y acuerdo con la diversidad de agrupaciones y multiplicarán sus ofertas para atraer la voluntad de ese universo masivo, contradictorio, cargado de agravios y esperanzas al que por comodidad llamamos sociedad. Desde la sociedad, las organizaciones de trabajadores y empresarios, de ecologistas y defensoras de los derechos humanos, los comentaristas y los ciudadanos de a pie, los hiperpolitizados y los que de manera cotidiana "pasan" de la política se identificarán con unos u otros y acabarán forjado grandes constelaciones formales e informales de apoyo o repudio a quienes quieren gobernar y legislar a nombre de todos. Por eso digo: ordenarán el amasijo de ilusiones, reclamos y ofensas que cruzan a México.
Los partidos se pelearán entre sí y eso es parte del script de las contiendas democráticas. Ojalá aparezcan sus diagnósticos y propuestas, pero lo más probable es que tengan que ser encontrados bajo la bruma de la publicidad simplificadora. Habrá grandes concentraciones y actos pequeños, movilizaciones y acarreos, proclamas y bravuconadas y una estela de comentarios que llenarán el espacio informativo. La logística de las elecciones será preparada con esmero y eficiencia por el IFE. En ese terreno son muchas más las certezas que las dudas. Los conflictos, connaturales en todo proceso electoral, desatarán una espiral de reclamos, pero encontrarán una vía para ser resueltos y las decisiones de los jueces serán discutidas, analizadas, controvertidas. Y ojalá la vara para medir del Tribunal sea siempre la misma.
Pero hay algo que (me) preocupa por el carácter disruptivo que puede tener: el comportamiento de las dos grandes televisoras que desde 2007, con un tesón y un encono digno de mejores causas, han estado refutando las disposiciones constitucionales y legales y desa- tando campañas contra las instituciones electorales. Primero, allá por el 2007, la queja contra los lineamientos que por ley el IFE entrega a la CIRT solicitándole una cobertura noticiosa de las campañas equilibrada y que ni siquiera son obligatorios, pero que fueron atacados como si violaran la libertad de expresión. El episodio se difuminó, pero cuando el Congreso resolvió que no habría más compra de espacios de radio y televisión de los partidos, la ira de los concesionarios subió de tono y su campaña se tiñó de tintes histéricos. Luego TV Azteca acudió de manera sistemática a la vía del amparo para combatir las sanciones que en diferentes momentos el IFE le aplicó, hasta que hace unos días la Corte tuvo que ratificar lo que la ley ya establecía: que el amparo no es una vía contra resoluciones de carácter electoral. Ahora, la batahola es contra el ajuste que pretende acortar el tiempo entre la entrega de los spots a las televisoras y radiodifusoras y el momento de su trasmisión. Y los pronunciamientos de la CIRT, exagerados en el tono y agitados en el contenido, parecerían enfrentarse a una amenaza similar a la de la peste bubónica. Las televisoras que debieran coadyuvar en la construcción de certeza parecen querer dinamitarla.
¿No habrá llegado la hora de que los dueños de las televisoras nos digan si van a cooperar para que el proceso electoral transcurra de buena manera? Digo, sólo para saber a qué atenernos.

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