La tradición democrática guanajuatense resulta escasamente comparable con la del resto del país. La entidad formó parte de la coalición de estados que sostuvo a Juárez durante la Guerra de Reforma.
La mañana de aquel domingo 16 de septiembre de 1810 la nación mexicana de ayer, hoy y siempre adquirió en el pueblo de Dolores una deuda histórica con los guanajuatenses de todas las generaciones. La deuda, insoluta hasta el día de hoy, consistió en una lección de coraje y temeridad, visión y rebeldía, el “Camino de Guanajuato” que hizo posible años más tarde la conquista de nuestra soberanía y de nuestra libertad política.
Las pruebas están a la vista. Baste con citar al cura Hidalgo, a Allende, a la familia Aldama, a Mariano Abasolo y a José María Liceaga, para coronar un ejemplar conjunto de guanajuatenses hechos de un solo golpe de troquel. Posteriormente Santos Degollado y nada menos que José María Luis Mora, entre otros más igualmente guanajuatenses, vinieron a confirmar la importancia de su estado natal como un semillero de hombres liberales. Guanajuato era un manantial de líderes progresistas. La Alhóndiga de Granaditas es a los mexicanos lo que La Bastilla a los franceses.
La tradición democrática guanajuatense resulta escasamente comparable con la del resto del país. Guanajuato formó parte de la coalición de estados que sostuvo a Juárez durante la Guerra de Reforma. El propio Benemérito de las Américas asumió la Presidencia de la República por ministerio de ley precisamente en esa entidad el 19 de enero de 1858. Y por si faltaran los ejemplos, ahí está la crucial batalla de Celaya que vino a definir la Revolución a principios del presente siglo a favor de las fuerzas constitucionalistas.
El Bajío, una región privilegiada comunicada por troncales ferrocarrileras y por una buena red de carreteras fue uno de nuestros territorios más ricos y prósperos en razón de sus inmensos yacimientos de oro y plata, estaño y cantera. En lo que hace a su pujanza agrícola El Bajío llegó a ser reconocido como el “Granero de la Nación”, un título justo para destacar su gigantesca capacidad de producción con la que era posible satisfacer las necesidades alimentarias de toda la República. Y no sólo eso, ¿qué tal el desarrollo acelerado de su industria y la fortaleza de su ganadería? ¿No encabezó Guanajuato igualmente la vanguardia arquitectónica con los temas neoclásicos más bellos de México? ¿No era un fértil invernadero de ideas progresistas? ¿San Miguel de Allende no es un verdadero relicario de la arquitectura colonial?
¿Por qué oscura razón se vino a convertir entonces en una de las entidades más pobres del país, en uno de los estados más rezagados en materia de ingreso per cápita? “Guanajuato es uno de los estados más poblados de la República Mexicana, el tercer estado en el país con mayor tasa de migración; las necesidades de salud de la población de ciertas zonas son superiores a la capacidad de respuesta social existente, una parte importante de la población vive en condiciones de extrema marginación y sin acceso regular a los servicios de salud, permaneciendo como presa fácil de enfermedades técnicamente evitables y por tanto socialmente inaceptables.” ¿Qué sucedió? ¿Cuándo perdió Guanajuato la brújula?
Entre las diversas respuestas sobresale la inequívoca influencia de la institución más retardataria y anacrónica, enemiga de toda modernidad, una de las causantes de la regresión: la Iglesia católica. Los bajos niveles de desarrollo social, el analfabetismo y la miseria, entre otros flagelos humanos, se explican en buena parte por el fanatismo religioso. Pueblo pobre, Iglesia rica. Los curas aceptan limosnas de los muertos de hambre. Lucran con el miedo de los ignorantes, a quienes les garantizan un pedazo de cielo a cambio de someterse a sus infamantes condiciones. Inventan santos y fiestas religiosas para hacerse de más ingresos negros, jamás declarables para el ISR. Se oponen a la maternidad voluntaria sin detenerse a considerar que las mujeres más afectadas con esta influencia perniciosa son las más pobres, porque las que tienen acceso a hospitales de lujo se practican el legrado fuera del estado o del país sin perecer en las planchas de los cuchareros clandestinos o sobrevivir acaso mutiladas para siempre. Nos convierten en un país de cínicos a través de la confesión y sus absurdas penitencias. Los sacerdotes católicos, sálvese el que pueda, pierden cualquier sentido de la piedad tan pronto ven en las bolsas de los pantalones de manta o en los humildes morrales las monedas que ocasionaron que Jesús expulsara de los templos a los fariseos. ¿Ya se ven las universidades católicas en los campos guanajuatenses instruyendo a los desamparados a pesar de no poder cobrar las gigantescas colegiaturas con las que esquilman a la población escolar?
El espíritu liberal y combativo de los guanajuatenses se apaga como el tímido parpadeo de una vela. Son víctimas como otros tantos de la Iglesia católica, la más siniestra enemiga del desarrollo económico nacional. El nervio y el talento guanajuatense están a prueba. ¿Qué evaluación podrán hacer los guanajuatenses de cara al Bicentenario?
La mañana de aquel domingo 16 de septiembre de 1810 la nación mexicana de ayer, hoy y siempre adquirió en el pueblo de Dolores una deuda histórica con los guanajuatenses de todas las generaciones. La deuda, insoluta hasta el día de hoy, consistió en una lección de coraje y temeridad, visión y rebeldía, el “Camino de Guanajuato” que hizo posible años más tarde la conquista de nuestra soberanía y de nuestra libertad política.
Las pruebas están a la vista. Baste con citar al cura Hidalgo, a Allende, a la familia Aldama, a Mariano Abasolo y a José María Liceaga, para coronar un ejemplar conjunto de guanajuatenses hechos de un solo golpe de troquel. Posteriormente Santos Degollado y nada menos que José María Luis Mora, entre otros más igualmente guanajuatenses, vinieron a confirmar la importancia de su estado natal como un semillero de hombres liberales. Guanajuato era un manantial de líderes progresistas. La Alhóndiga de Granaditas es a los mexicanos lo que La Bastilla a los franceses.
La tradición democrática guanajuatense resulta escasamente comparable con la del resto del país. Guanajuato formó parte de la coalición de estados que sostuvo a Juárez durante la Guerra de Reforma. El propio Benemérito de las Américas asumió la Presidencia de la República por ministerio de ley precisamente en esa entidad el 19 de enero de 1858. Y por si faltaran los ejemplos, ahí está la crucial batalla de Celaya que vino a definir la Revolución a principios del presente siglo a favor de las fuerzas constitucionalistas.
El Bajío, una región privilegiada comunicada por troncales ferrocarrileras y por una buena red de carreteras fue uno de nuestros territorios más ricos y prósperos en razón de sus inmensos yacimientos de oro y plata, estaño y cantera. En lo que hace a su pujanza agrícola El Bajío llegó a ser reconocido como el “Granero de la Nación”, un título justo para destacar su gigantesca capacidad de producción con la que era posible satisfacer las necesidades alimentarias de toda la República. Y no sólo eso, ¿qué tal el desarrollo acelerado de su industria y la fortaleza de su ganadería? ¿No encabezó Guanajuato igualmente la vanguardia arquitectónica con los temas neoclásicos más bellos de México? ¿No era un fértil invernadero de ideas progresistas? ¿San Miguel de Allende no es un verdadero relicario de la arquitectura colonial?
¿Por qué oscura razón se vino a convertir entonces en una de las entidades más pobres del país, en uno de los estados más rezagados en materia de ingreso per cápita? “Guanajuato es uno de los estados más poblados de la República Mexicana, el tercer estado en el país con mayor tasa de migración; las necesidades de salud de la población de ciertas zonas son superiores a la capacidad de respuesta social existente, una parte importante de la población vive en condiciones de extrema marginación y sin acceso regular a los servicios de salud, permaneciendo como presa fácil de enfermedades técnicamente evitables y por tanto socialmente inaceptables.” ¿Qué sucedió? ¿Cuándo perdió Guanajuato la brújula?
Entre las diversas respuestas sobresale la inequívoca influencia de la institución más retardataria y anacrónica, enemiga de toda modernidad, una de las causantes de la regresión: la Iglesia católica. Los bajos niveles de desarrollo social, el analfabetismo y la miseria, entre otros flagelos humanos, se explican en buena parte por el fanatismo religioso. Pueblo pobre, Iglesia rica. Los curas aceptan limosnas de los muertos de hambre. Lucran con el miedo de los ignorantes, a quienes les garantizan un pedazo de cielo a cambio de someterse a sus infamantes condiciones. Inventan santos y fiestas religiosas para hacerse de más ingresos negros, jamás declarables para el ISR. Se oponen a la maternidad voluntaria sin detenerse a considerar que las mujeres más afectadas con esta influencia perniciosa son las más pobres, porque las que tienen acceso a hospitales de lujo se practican el legrado fuera del estado o del país sin perecer en las planchas de los cuchareros clandestinos o sobrevivir acaso mutiladas para siempre. Nos convierten en un país de cínicos a través de la confesión y sus absurdas penitencias. Los sacerdotes católicos, sálvese el que pueda, pierden cualquier sentido de la piedad tan pronto ven en las bolsas de los pantalones de manta o en los humildes morrales las monedas que ocasionaron que Jesús expulsara de los templos a los fariseos. ¿Ya se ven las universidades católicas en los campos guanajuatenses instruyendo a los desamparados a pesar de no poder cobrar las gigantescas colegiaturas con las que esquilman a la población escolar?
El espíritu liberal y combativo de los guanajuatenses se apaga como el tímido parpadeo de una vela. Son víctimas como otros tantos de la Iglesia católica, la más siniestra enemiga del desarrollo económico nacional. El nervio y el talento guanajuatense están a prueba. ¿Qué evaluación podrán hacer los guanajuatenses de cara al Bicentenario?
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