Apachurradas por la emergencia sanitaria, las campañas llegan a su tercera semana sin despertar mayor interés de los ciudadanos. No recuerdo un contexto tan desfavorable como el que hoy enmarca los procesos para la renovación de la Cámara de Diputados, seis gubernaturas, once congresos locales y cientos de ayuntamientos.En 1994, cuando el alzamiento del EZLN en Chiapas y luego el asesinato del candidato presidencial del PRI sumieron a buena parte de la sociedad en la incertidumbre y el temor, las campañas electorales siguieron adelante y al final del día, en la jornada electoral celebrada entonces en el mes de agosto, la afluencia a las urnas fue la más copiosa de la historia reciente. Más del 70 por ciento de los ciudadanos hizo uso de su derecho al voto; ese porcentaje no se ha vuelto a alcanzar para una elección federal, intermedia o presidencial.Sabemos, por experiencia propia y ajena, que en las elecciones intermedias, cuando solamente se renuevan legisladores, en muchas naciones se registra una elevada abstención (que para México ronda el 60 por ciento en promedio); aunque ahora tenemos un matiz, introducido por la reforma de 2007, por la celebración concurrente de elecciones locales en once entidades, incluyendo entre ellas a cinco que se encuentran entre las de mayor número de electores (Estado de México, DF, Jalisco, Guanajuato, Nuevo León) en las que es probable que se registre una participación superior al promedio nacional.Descalificar de antemano la jornada electoral del próximo 5 de julio por el pronóstico de elevada abstención es un exceso, cuando no una profecía que quiere auto cumplirse. A la pesimista previsión se suman las voces de varios analistas que llaman a votar en blanco, anulando así el sufragio, o de plano a no votar; dicen que como una forma de protesta contra los partidos y los políticos. Flaco favor se hace al esfuerzo democrático de tantos años y tantas personas con ese tipo de promociones. Pero además, no habrá manera de identificar con veracidad cuántos de los votos nulos corresponden a la "protesta" y cuántos a errores involuntarios del ciudadano. En 2003 y 2006 el porcentaje nacional de votos nulos fue del 3.36 y 2.51, respectivamente.Hay quienes, en el extremo, quieren atribuir la indiferencia ciudadana a la reforma electoral, en particular al nuevo modelo de acceso de partidos y candidatos a TV y radio. Creo, por el contrario, que en las inéditas condiciones en que están desarrollándose las campañas, ese modelo ha mostrado sus ventajas respecto a lo que tuvimos en el pasado.Imaginemos cómo serían las campañas bajo las reglas anteriores; seguramente estaríamos viendo una feroz competencia por la compra de espacios en TV y radio, con millonarios recursos públicos y privados, no siempre de legal procedencia, ataques a diestra y siniestra culpándose unos a otros de los males que nos aquejan y hasta de la aparición del famoso virus que vino a alterar la vida cotidiana. La inequidad sería la marca de la competencia, en perjuicio de partidos y candidatos con pocos o nulos recursos para comprar tiempo en los medios electrónicos. El dinero sería el factor decisivo y los poderes fácticos el gran elector.A muchos no les gusta el contenido de los mensajes partidistas en TV y radio, los consideran insulsos, alejados de las exigencias y preocupaciones de los ciudadanos; les falta "garra", opinan otros. En gustos se rompen géneros: hay quienes piden propuestas, otros añoran ataques. Serán los ciudadanos quienes digan la última palabra.En paralelo, autores anónimos insisten en llevar a los portales de Internet, como You Tube, videos de contenido denigratorio o calumnioso, dejando al IFE en la complicada situación de decidir si debe hacer algo para impedir esa difusión, cosa que se antoja imposible a la luz de la ley y de la técnica. Unos acusan al IFE de censor, otros de pasividad e ineficacia. Ante la complacencia de los partidos, la autoridad queda como el cohetero.
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