jueves, 14 de mayo de 2009

LA OTRA CRISIS

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Es muy difícil entender cómo opera una sociedad compleja y, sin embargo, de su comportamiento podemos sacar algunas conclusiones.
Aveces parece ya muy gastado decir que todos nuestros problemas nacionales tienen una raíz educativa; sería un lugar común, en efecto, si no fuera tan terriblemente cierto. Ahora, con la alerta sanitaria, se advierten algunos de nuestros más ancestrales problemas y esto debería servir para superar la emergencia y crear los mecanismos que nos eviten cometer errores en la contención de estos fenómenos.
Es muy difícil entender cómo opera una sociedad compleja y sin embargo, de su comportamiento podemos sacar algunas conclusiones. Podemos, a título provisional y a vuelapluma, comprender algunas cosas: la responsabilidad social en emergencias. Somos reconocidos por solidarios y comprometidos, pero si la emergencia se extiende o no es espectacular como un terremoto, no reaccionamos igual. Hasta ahora pueden encontrarse quienes atribuyen los hechos a oscuros intereses; pero malinformar, desinformar y crear histeria colectiva es una grave irresponsabilidad. Colaborar con las medidas colectivas es solidario.
Por otra parte, si esperamos que laboratorios de Atlanta o Canadá nos confirmen la causa de las defunciones, eso refleja nuestras carencias científicas y tecnológicas. Durante décadas, la educación superior ha exigido mayores presupuestos para ese sector, algo nunca satisfecho, sólo sostenido con paliativos y hoy, como es ancestral, la cuota del PIB a ese respecto resulta ridícula y desmedidamente baja aun en comparación con países similares al nuestro. Vicente Fox decía que quienes hacen ciencias sociales son parásitos y hoy tristemente nos damos cuenta de que los científicos —de la naturaleza y de la sociedad— no son un lujo ni un artículo que se paga con lo sobrante del presupuesto, sino que satisfacen necesidades básicas.
Pero lo es todavía más lo que hemos recuperado: hartos ya de los discursos catastrofistas, del bombardeo que nos acusa de ingobernables, de estar sometidos a políticos inescrupulosos o venales, hemos dado una respuesta a la altura de las circunstancias. Si hemos sido excesivos en el celo, eso habla más y mejor de nuestra conciencia, hemos sido testigos de un ejercicio de la mejor calidad. Respetar y colaborar para un objetivo común, más allá de autoridades o partidos, de la política y la apariencia, los mexicanos decidimos, cada uno en lo individual y todos juntos, secundar a nuestras autoridades para detener una amenaza antes de que fuera demasiado tarde.
Resultó aleccionador ver las calles con una gran cantidad de personas portando cubrebocas, a la gente conteniendo la habitual expresividad que nos caracteriza, guardando en casa a los niños con todos los costos que eso significa, amparándonos en nuestros hogares para seguir, puntualmente, las indicaciones que día a día nos eran proporcionadas; informándonos, disciplinándonos pero, sobre todo, participando de la solución a un problema que no logró paralizarnos.
Ese es el México que muchos extrañábamos y lo vimos levantarse por encima de enfermedad y miedo. Por primera vez en muchos años, preferimos cuidarnos y cuidar al país que hacerle el juego a quienes lucran con el miedo y la desinformación. Que nos acusen de exagerados, no importa, hoy lamentamos la muerte de varias decenas de conciudadanos, pero nos consuela pensar que lo hecho detuvo a un pequeño, diminuto e invisible enemigo que pudo habernos postrado si, en vez de participar, nos hubiéramos dedicado a ignorar o proceder sin la responsabilidad que hoy nos permite sentirnos tan orgullosos.
Después de varias décadas, quienes vivimos el terremoto de 1985, solemos contar los recuerdos de aquella sociedad organizada que enfrentó el desastre. Quienes vivimos hoy tenemos otra vez un legado histórico que comunicar a las futuras generaciones, cuando todos los mexicanos actuamos como uno solo, con entereza y hasta con alegría.
Me quedo con una imagen que será inolvidable. Cuando la prensa difundió que los cubrebocas —insumo raro en México— el Ejército los entregó gratuitamente, los vecinos los obsequiaban como quien obsequia una flor y por doquier se oían formas de hacerlos en casa y, lo que pudo ser la crisis de los cubrebocas, se convirtió en un ejercicio más de la proverbial solidaridad mexicana que tanto nos enorgullece.

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