El Nuncio Apostólico, Christophe Pierre, merece el mayor respeto en tanto no mezcle su representación diplomática con la intromisión en asuntos que no son de su competencia, salvo que hable exclusivamente para la grey católica. No debe olvidar que está en un país cuya Constitución consagra el laicismo tanto como la laicidad, la libertad en materia religiosa y la separación del Estado y las iglesias. Lo digo porque el anterior domingo, en la misa en la antigua Basílica del Tepeyac, afirmó que: "Lamentablemente hay entre nosotros voces que pretenden hacer desaparecer a Dios de nuestra vida, de nuestras familias, de la educación de nuestros niños, adolescentes y jóvenes, de la cultura y de la vida pública. A esto -sostuvo- conduce esencialmente el laicismo". Aunque con posterioridad e interrogado sobre la separación del Estado y las iglesias, manifestó: "Es muy importante hacer la distinción entre laicismo y laicidad, es una palabra de la que muchas veces las personas hacen una confusión. El laicismo es precisamente rechazar a Dios; la laicidad es respetar el campo de cada uno".Al margen de que con sus declaraciones cuestiona el laicismo constitucional mexicano consagrado en el artículo 3º de la Carta Magna, el Nuncio Apostólico tal vez no conozca bien el español. La palabra laicidad implica cualidad de laico, que tal es la función del sufijo "idad"; aparte de que laicismo, que proviene de laico, es la doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosas. Lo que de ninguna manera es pretender que desaparezca Dios de nuestra vida. Al contrario, el contenido histórico del laicismo es muy claro: dejar en libertad al hombre y a la sociedad para creer en la doctrina religiosa o en la fe que su conciencia y sus convicciones determinen. Habría que recordarle al Nuncio que él tiene todo el derecho para predicar ante los católicos mexicanos, para dirigirse a la grey católica. Nada más. Lo extraño es que ninguna autoridad del gobierno se lo haya recordado. Insisto, Christophe Pierre desconoce la etimología y la semántica de las palabras que en español maneja; pero no creo que desconozca la composición constitucional del Estado Mexicano. En la especie la complacencia disimulada del gobierno pone de manifiesto sus tendencias religiosas; y hay que llamar la debida atención en ello. No se trata de lo que un equipo de hombres pueda profesar en lo individual o en grupo. El laicismo tan criticado por el Nuncio se los permite de sobra. No es eso. La cuestión radica en que hay una Constitución que el Presidente y sus colaboradores han protestado acatar, junto con sus leyes secundarias. Y sin entrar en el terreno de la representación espiritual del Nuncio, él es un diplomático con la responsabilidad y la obligación de no entrometerse en los asuntos que son de la exclusiva competencia de los mexicanos. Y si se piensa que la mayoría de nuestro pueblo es católico, apostólico y romano, guadalupano por añadidura, es un grave error confundir esto con la crítica abierta a nuestro laicismo constitucional. Y qué casualidad, el Nuncio hace su comentario a pocas semanas de las elecciones. Coincidencia, claro, que le cae al gobierno como anillo al dedo. Desde luego que en los discursos oficiales oímos a los políticos en el poder alabar las bondades y beneficios del laicismo. Pero hay una seria sospecha de que son meras palabras sin contenido de verdad. Repito, alguien en el espacio oficial debería rectificar al Nuncio. Si no, estaremos entonces en presencia de un aplauso disimulado, de un juego de coqueteos y manipulaciones que a nadie conviene. Por otra parte, merecen el mayor respeto las convicciones religiosas de cada quien, o las no convicciones en la materia. México es un Estado constitucional laico que garantiza la absoluta libertad de creencias. Hay escuelas oficiales, digamos laicas, y hay escuelas particulares católicas. Los padres de familia eligen. Lo malo, lo negativo, es la imposición. Que no lo olvide el Nuncio para que en el futuro no vuelva a entrar en terrenos escabrosos. Lo digo y escribo con la convicción de que Dios, seguramente, no quiere ser olvidado ni tampoco impuesto. Él está allí, al margen de las religiones, en espera de todos nosotros.
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