A un mes de las elecciones ha estallado una guerra política que exhibe la naturaleza sectaria del gobierno, agudiza las polarizaciones y pone en riesgo la estabilidad del país. En el trasfondo: una economía que se precipita hacia el abismo y una inconformidad social en los linderos de la violencia.
Todo evento infortunado es motivo para una campaña gloriosa. El rey anda desnudo y famélico, pero aparece rozagante y temerario en las pantallas. El aumento imparable en el número de ejecuciones sirve para ilustrar la bravura de la autoridad y el acierto de una política contraproducente. La reacción tardía y tramposa frente a la epidemia se trastoca en heroísmo mundial.
Las críticas a la demagogia sanitaria se disfrazan de “insultos” a México y los efectos colaterales del pánico sobre la producción originan faramallas de reactivación mediática, que no turística. Las declaraciones de Miguel de la Madrid se vuelven armas para golpear al adversario, y sus penosas retractaciones, razón para exaltar la ruinosa política económica seguida hasta el presente.
Los publicistas de la derecha reinventan la “sociedad el espectáculo”, que domesticó las conciencias en el regazo neoliberal. Convierten la “doctrina del shock” —fundada en el alarmismo, la sobre información y la falsificación de los hechos— en “doctrina del show”, destinada a suplantar la realidad por la virtualidad. Una suerte de largometraje montado para durar hasta el 2012, y si pueden, hasta el 2018.
En ausencia de Estado instauran la hegemonía del estrado. En sus dos acepciones: como “tarima cubierta de alfombras, sobre la cual se pone el trono” y “sitio en el que se fijan las notificaciones judiciales”. El proyecto comprende tanto la exaltación inverosímil del gobernante como el uso arbitrario de sus poderes remanentes para desacreditar a los otros en tiempos electorales.
Tras las revelaciones del ex presidente, el gobierno —que ha denunciado los vínculos de sus antecesores con el crimen— estaba obligado a iniciar las investigaciones conducentes. Se abstiene para no denunciar la fuente de su ilegitimidad. En cambio, extrae selectivamente expedientes secundarios para arrinconar a sus contrarios. El empleo de la justicia como último reducto de un régimen, a la vez autoritario y agonizante.
Un sabio afirmó que la conducta de Calderón “mucho tiene de pueril y por tanto de perverso”. Los aprendices de brujo terminan siempre entre los escombros de su acción irresponsable. En este caso, la polarización creciente de la política, la economía y la sociedad. Un gobierno que apuesta a la fragmentación del país con el propósito insensato de condensar sus poderes de facto en ilusiones neofranquistas.
Son páginas inéditas de la antología de la reacción mexicana. Mucho dolor pueden aun causar, pero no prevalecerán. Así como un modelo económico requiere una correlación de fuerzas que lo haga posible, un diseño político necesita una estructura económica que lo sustente. La que tenemos es el puente más seguro hacia el precipicio.
El compulsivo presidente del PAN declara “estar orgullosísimo de Calderón, de su labor de seguridad y su manejo económico”. ¿De qué alimentan su orgullo los tontos? ¿De la ceguera o de la abyección? Su jefe asegura que “vamos por buen camino en materia económica” y se adorna con un galimatías: “Estamos en proceso de transición hacia la recuperación”.
Todas las cifras desmienten esa hipótesis. A no ser que el proceso que lleva a la transición y luego a la recuperación abarque varias décadas. Es irrefutable el desplome del PIB en 8.2% y la pérdida de medio millón de empleos en el primer trimestre del año. El “desastre” sin salida del que habló el director de la OCDE en su locuaz conferencia de Madrid.
Se añaden los 6 mil millones de dólares que han abandonado el país, los 500 mil hogares mexicanos que han dejado de recibir remesas y 63% de caída en las exportaciones petroleras. Sin contar con las pérdidas multimillonarias en turismo y el descenso de las ventas al exterior provocado por el abaratamiento del dólar. Sólo el ingreso por narcotráfico está como quiere.
Con mentira y contumacia nada va a corregirse. Dependemos de variables externas fuera de nuestro control y únicamente un cambio radical de estrategia enderezaría la nave. Nos queda todavía un tramo angustioso para recuperar el Estado por la movilización y por el voto. Lo demás es el caos.
Todo evento infortunado es motivo para una campaña gloriosa. El rey anda desnudo y famélico, pero aparece rozagante y temerario en las pantallas. El aumento imparable en el número de ejecuciones sirve para ilustrar la bravura de la autoridad y el acierto de una política contraproducente. La reacción tardía y tramposa frente a la epidemia se trastoca en heroísmo mundial.
Las críticas a la demagogia sanitaria se disfrazan de “insultos” a México y los efectos colaterales del pánico sobre la producción originan faramallas de reactivación mediática, que no turística. Las declaraciones de Miguel de la Madrid se vuelven armas para golpear al adversario, y sus penosas retractaciones, razón para exaltar la ruinosa política económica seguida hasta el presente.
Los publicistas de la derecha reinventan la “sociedad el espectáculo”, que domesticó las conciencias en el regazo neoliberal. Convierten la “doctrina del shock” —fundada en el alarmismo, la sobre información y la falsificación de los hechos— en “doctrina del show”, destinada a suplantar la realidad por la virtualidad. Una suerte de largometraje montado para durar hasta el 2012, y si pueden, hasta el 2018.
En ausencia de Estado instauran la hegemonía del estrado. En sus dos acepciones: como “tarima cubierta de alfombras, sobre la cual se pone el trono” y “sitio en el que se fijan las notificaciones judiciales”. El proyecto comprende tanto la exaltación inverosímil del gobernante como el uso arbitrario de sus poderes remanentes para desacreditar a los otros en tiempos electorales.
Tras las revelaciones del ex presidente, el gobierno —que ha denunciado los vínculos de sus antecesores con el crimen— estaba obligado a iniciar las investigaciones conducentes. Se abstiene para no denunciar la fuente de su ilegitimidad. En cambio, extrae selectivamente expedientes secundarios para arrinconar a sus contrarios. El empleo de la justicia como último reducto de un régimen, a la vez autoritario y agonizante.
Un sabio afirmó que la conducta de Calderón “mucho tiene de pueril y por tanto de perverso”. Los aprendices de brujo terminan siempre entre los escombros de su acción irresponsable. En este caso, la polarización creciente de la política, la economía y la sociedad. Un gobierno que apuesta a la fragmentación del país con el propósito insensato de condensar sus poderes de facto en ilusiones neofranquistas.
Son páginas inéditas de la antología de la reacción mexicana. Mucho dolor pueden aun causar, pero no prevalecerán. Así como un modelo económico requiere una correlación de fuerzas que lo haga posible, un diseño político necesita una estructura económica que lo sustente. La que tenemos es el puente más seguro hacia el precipicio.
El compulsivo presidente del PAN declara “estar orgullosísimo de Calderón, de su labor de seguridad y su manejo económico”. ¿De qué alimentan su orgullo los tontos? ¿De la ceguera o de la abyección? Su jefe asegura que “vamos por buen camino en materia económica” y se adorna con un galimatías: “Estamos en proceso de transición hacia la recuperación”.
Todas las cifras desmienten esa hipótesis. A no ser que el proceso que lleva a la transición y luego a la recuperación abarque varias décadas. Es irrefutable el desplome del PIB en 8.2% y la pérdida de medio millón de empleos en el primer trimestre del año. El “desastre” sin salida del que habló el director de la OCDE en su locuaz conferencia de Madrid.
Se añaden los 6 mil millones de dólares que han abandonado el país, los 500 mil hogares mexicanos que han dejado de recibir remesas y 63% de caída en las exportaciones petroleras. Sin contar con las pérdidas multimillonarias en turismo y el descenso de las ventas al exterior provocado por el abaratamiento del dólar. Sólo el ingreso por narcotráfico está como quiere.
Con mentira y contumacia nada va a corregirse. Dependemos de variables externas fuera de nuestro control y únicamente un cambio radical de estrategia enderezaría la nave. Nos queda todavía un tramo angustioso para recuperar el Estado por la movilización y por el voto. Lo demás es el caos.
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