jueves, 28 de mayo de 2009

MUCHO MÁS QUE DOS

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Hace unos días se marchó Mario Benedetti y en ese momento, como bien dijo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Es cierto que las nuevas tecnologías nos han dado mucho, es verdad que transparentan la sociedad, permiten ligas solidarias casi instantáneas, cualquier causa puede, independientemente de su legitimidad y justicia, encontrar adherentes en unos instantes. Es cierto también que la internet, las páginas personales, los mensajeros, las redes sociales y las salas de conversación han contribuido a enriquecer la lengua española —con sus costos en materia de diálogo con otras lenguas— y a fortalecer su unidad, mucho se debe a esos medios para que términos antaño exclusivos de los españoles sean hoy entendidos por los mexicanos o los argentinos, que las palabras que se pronunciaban antes sólo en Antofagasta puedan ser comprendidas con más facilidad en Cádiz o en Iquitos. Y no quisiera hablar mal de esta modernidad que es nuestra casa y nuestro tiempo, pero si es bueno recordar que hubo un mundo antes de internet y una Latinoamérica previa al correo electrónico. Una América Latina con referentes comunes y voces compartidas, una región con identidad marcada por la represión política y la resistencia ciudadana; un espacio geográfico, político y lingüístico en el que la voluntad de oponerse a las dictaduras se correspondía con una forma peculiar de sensualidad amorosa, también, que hubo un tiempo en el que nos leíamos en Cortázar, Roa Bastos y Benedetti y nos escuchábamos en Víctor Jara, Inti Illimani y Violeta Parra.
Hace unos días se marchó Mario Benedetti y en ese momento, como bien dijo Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Se perdió algo de una literatura que fue leída como objeto de culto a la cotidianeidad de nuestro tiempo latinoamericano y digo algo porque hay en esa literatura cosas que quedaron para siempre, íconos poéticos porque, desde don Mario, los latinoamericanos sabemos que hay enorme diferencia entre una táctica y una estrategia.
Benedetti representa la escala del poeta universal desde América Latina, un raro fenómeno del poeta que fue tan leído como querido por sus lectores; un autor entrañable, fundamental para la educación sentimental de los hispanoamericanos, un retrato vivo de cómo aprendimos a sobrevivir a nuestras peores pesadillas históricas, por la dignidad, el honor y el amor.
La crítica no siempre fue amable con Benedetti, pues como a Jorge Amado y Jaime Sabines, se les tachó de poco académicos, desaliñados y descuidados. Hoy, al paso del tiempo en que muchos que cumplieron a pie juntillas las recomendaciones de la dogmática literaria no volvieron a ser leídos y que la noticia de los decesos de ese trío fabuloso arrancó lágrimas a muchos, de entre los cuales algunos no habían nacido en el momento más alto de su fama literaria, puede llegar uno a la conclusión de que en continentes y sociedades como la nuestra la literatura, la cultura y el arte tienen como núcleo un elemento de compromiso: el poeta ha de hablar por los que no tienen voz o guardar silencio. No sé cuántas revoluciones de conciencia apadrinó el poeta ni cuántas pasiones logró encender, pero no fueron pocas.
Adiós a Benedetti; un adiós a medias, parcial y emocionado; nunca definitivo, porque la presencia de don Mario seguirá mientras haya parejas encerradas en laberintos como el de Avellaneda; mientras haya un solo lugar en el continente donde se repita la historia de Pedro y el Capitán, mientras existamos latinoamericanos que, juntos, por la calle, seamos mucho más que dos.
No sé cuántas revoluciones de conciencia apadrinó el poeta ni cuántas pasiones logró encender, pero no fueron pocas.
Gracias a Mario Benedetti.

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