lunes, 11 de mayo de 2009

ESTADO Y CIUDADANÍA HAY, PERO NO PARA TODO

ROLANDO CORDERA

Tras el susto no queda sino la tentación de decirnos, como en otras ocasiones: ¡la libramos! La perspectiva era negra: nos movíamos y movemos dentro de un sistema de salud pública cuya descentralización no propició nuevas energías integradoras, ni pudo evitar que el federalismo salvaje desatado por Fox con cargo a la renta petrolera la avasallara, hasta llegar al punto crítico donde parte de los fondos transferidos por la Federación para la salud simplemente no aparecen, se desviaron, se esfumaron.
La insuficiencia financiera y de alcance efectivo del sistema ha sido elocuentemente expuesta por la OCDE, así como por informes y ensayos especializados. Mucho se sabía, aunque tales conocimientos no hayan llegado a integrar un diagnóstico general y de Estado, como lo ilustra para su desdoro el Plan Nacional de Desarrollo; pero lo básico formaba parte ya del bagaje de los profesionales de la salud a quienes se les pedía ahora actuar, pronto y bien, en territorio desconocido. De aquí la desolación y la angustia institucional de los primeros días.
Entrampados el gobierno y el sistema de salud en esta tijera envenenada, se optó por la dureza y la acción pronta y radical, que ahora lleva a más de un improvisado pontífice a afirmar que “hubo sobrerreacción”. En realidad, dado el punto de partida aquí reseñado, no había a la mano sino el argumento contrafactual: ¿Y si en efecto es tan grave? ¿Y qué tal si ésta es la grande, tan esperada y tan temida por todos?
Este argumento sigue del lado de la autoridad, pero no por mucho tiempo, porque más allá de la piratería empresarial en curso, el reclamo y las preguntas formuladas en estos días de encierro pronto darán lugar a un severo cuestionamiento ciudadano que le toca responder sin ambages al gobierno, ahora sin el escudo un tanto prestado por la emergencia: ¿por qué tantos muertos, aquí?, ¿qué tan preparados estábamos?, ¿qué tanto lo estamos ahora, sabiendo que estos sismos reverberan y replican sin pedir permiso ni comprometer fechas?, ¿podemos empezar a garantizar(nos) atención oportuna y eficaz, cuidado digno?, ¿podemos asegurar que la cascada de noticias sobre la no atención en los centros de salud o las clínicas del IMSS pasarán al diccionario mexicano de sus infamias?
Muchos se regodean hoy ante lo que describen como “todo un Estado” que derrotó con decisión al virus traicionero. Tal descubrimiento del Estado puede ser tan engañoso como el optimismo que ahora quieren inventar los náufragos de la implosión de Wall Street.
The Economist advertía hace unos días contra este optimismo precoz y Paul Krugman no ha dejado de hacerlo recordando la recaída americana de 1937, cuando Roosevelt decidió que ya estaba bien y había que buscar el sacrosanto equilibrio fiscal. Y la recesión convirtió la vuelta de la sabiduría convencional en remate de una crisis que no parecía tener fin.
Redescubrir el Estado, y festinarlo sin hacerse cargo de sus ostensibles debilidades, puede llenar un programa de tv o una proclama radiofónica, pero no lleva a ninguna parte, porque soslaya lo fundamental y obscurece las zonas neurálgicas que el encierro no pudo disfrazar y que saltaron ante nuestros ojos desde el principio del pánico: no tenemos suficiente capacidad instalada para el diagnóstico específico; no hay investigación básica epidemiológica ni dirigida expresamente a solventar las fallas al parecer geológicas en materia de vacunación; y las finanzas públicas, en su extrema precariedad, no pueden capear el temporal de presiones provenientes de un empresariado voraz e insolidario, ahora acompañado por gobernadores que, miopes pero no lentos, “ven la suya” y reclaman ampliaciones del gasto, sin que ninguno de ellos diga esta boca es mía cuando deba abordarse el hoyo negro de los impuestos.
No hay por qué alarmarse, dice el gobierno, porque recursos hay y para todos: pero esto sólo tiene sentido en la hipótesis de que las fuerzas productivas nacionales pueden valerse por ellas mismas y, por ello, lo presupuestado para encarar la crisis económica antes de la lluvia del virus basta y sobra, para lidiar también con los costos y nuevas exigencias atribuibles a la desgracia sanitaria.
Tal hipótesis carece de fuerza y fundamento, si atendemos a lo que se hace en otros lados, como Brasil o Chile, o a lo que se ha hecho y se hará en Estados Unidos.
No basta, entonces, con preguntar a Hacienda si lo anunciado para aliviar los efectos del virus es adecuado. Un debate sólo sobre esto no hará sino desviar la atención sobre lo principal y lo que urge encarar: que Hacienda y el Congreso se pregunten y se respondan en un solo acto de política si lo dispuesto antes de este susto ha fluído; cuáles han sido sus efectos y si, a la vista de una extensión del receso americano y mundial, es en efecto lo que hay que hacer para salir al paso de la caída tan aguda en la producción y el empleo pronosticada por el Banco de México y el propio FMI y para evitar que se nos vuelva un viaje al centro de la tierra.
Estado y ciudadanía hay, pero no para siempre ni para todo. Y si algo no sobra en esta temporada infame es tiempo. Y la sabia virtud.

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