Desde su observatorio, el secretario asiste al espectáculo casi cósmico en que se ha convertido la economía mundial y la nuestra: todo son caídas libres, planetas en extinción, galaxias en implosión y un orden que sin haber llegado al apogeo se disuelve en el aire contaminado de la crisis mayúscula que en su globalidad no deja a nadie inmune. Escenarios de la astronomía o la cosmología que mejor describen, para darnos alguna perspectiva, Manuel Peimbert y sus colegas en La evolución en la astronomía (el Colegio Nacional, México, 2006).
Pero la economía no se mueve, asciende y cae, en respuesta a mandatos inapelables de alguna ley natural. Es obra buena y mala de los hombres, sus creencias y sus ordenamientos, sus animal spirits, que diría Keynes, y con los anuncios de los días pasados se abre paso la necesidad imperiosa de revisar diagnósticos, precisar perspectivas, preguntarse si no es la ruta elegida hace ya casi 25 años la que nos trajo hasta el espectáculo desolador que nuestro citoyen du monde, José Angel Gurría, acaba de describir en Madrid: “Esto no es un ciclo. Es un desastre. Esto no es una evolución, esto es una demolición” (Armando Tejeda, La Jornada, 23/05/09).
El derrumbe es portentoso: en el primer cuarto de 2009 el producto interno bruto (PIB) se redujo en 8.2 por ciento respecto del registrado en el mismo lapso de 2008: de 8.7 a 7.9 billones de pesos. Ésta es una magnitud similar a la alcanzada en el segundo y el tercer trimestres de 2004, una regresión en la actividad económica de casi 15 años que refleja enormes descalabros en la producción, la inversión y las exportaciones.
Las ventas externas, sobre todo manufactureras, cayeron en abril 35.6 por ciento respecto del abril anterior, mientras la inversión extranjera directa lo hizo en 55 por ciento en el primer trimestre del año. Las dos principales fuentes foráneas de divisas e impulso al crecimiento según el Evangelio neoliberal se salen de su órbita, mientras las remesas se encogen y el Paso del Norte amenaza con volverse hoyo negro.
La metáfora se estrella ante el escenario hiperrealista de los empleos formales perdidos y la probabilidad de que al fin del año lleguen a ser más de un millón de puestos. Con proyecciones como las ofrecidas por Hacienda, de un descenso de más de 5 por ciento del PIB, convertidas en horas en la versión optimista de la macroeconometría al uso, el panorama se vuelve, en efecto, demoledor de formas de vida y precariedades acogedoras, como la que han representado el doble o triple empleo, la informalidad, la opción por la fuga.
Es crucial volver sobre el diagnóstico, pero sobre todo es vital la revisión de lo hecho y programado: ¿se hizo lo que se anunció en enero por el gobierno? Si éste fue el caso, es claro que no fue suficiente ni adecuado. ¿Podemos virar y reconsiderar a tiempo para evitar que la caída anunciada se vuelva realidad inapelable al fin del año? ¿Seremos capaces de salir al paso de esta patética “naturalización” de la economía a que nos invitan los pronósticos oficiales y atemperar el daño a las comunidades y grupos etarios más vulnerables y afectados?
Para empezar, hay que cambiar el verbo: la crisis no vino de fuera ni la economía simplemente “se cayó”. Por mandato y decisión de Estado, el país se incorporó a una globalidad que le dejaba poco o nulo campo de maniobra frente a las oscilaciones negativas del ciclo internacional y estadunidense. El Estado y sus gobernantes, así como sus mandantes efectivos, los negociantes, se incorporaron, con un “extraño sentido de pertenencia”, a unos hábitos y reflejos individuales y de grupo dedicados a negar todo sentido de justicia, equidad o cooperación, a la economía dizque cosmopolita que se buscaba construir, y la especulación y la proclividad a la corrupción y el negocio fácil y redondo se volvieron ética y cultura dominantes. La confianza ciudadana y del inversionista pendía de un hilo en extremo delgado que la implosión de Wall Street rompió sin más, y que la erosión del sistema político y de sus orondas instituciones acentúan al máximo hasta llevar a la sociedad al borde de una crisis mayor en la política.
De aquí hay que partir para reivindicar la cultura y volverla punto de apoyo de la renovación dolorosa de una economía política que hoy no parece tener más futuro que el presente continuo del colapso.
Alentadora sin duda, la presentación de los primeros 30 títulos de la Biblioteca del Universitario que dirige Sergio Pitol para la Universidad Veracruzana. Tal vez sea por ahí, desde la universidad y por la lectura, que podamos convertir la cultura en fuerza productiva, para evitar en lo posible que la profecía de Monsiváis en Jalapa se vuelva realidad inapelable: “Si se sobrevive malamente, será la gran derrota”, señaló este viernes; habrá que sobrevivir primero, sin duda. Y al hacerlo tratar de fallar cada vez mejor.
Pero la economía no se mueve, asciende y cae, en respuesta a mandatos inapelables de alguna ley natural. Es obra buena y mala de los hombres, sus creencias y sus ordenamientos, sus animal spirits, que diría Keynes, y con los anuncios de los días pasados se abre paso la necesidad imperiosa de revisar diagnósticos, precisar perspectivas, preguntarse si no es la ruta elegida hace ya casi 25 años la que nos trajo hasta el espectáculo desolador que nuestro citoyen du monde, José Angel Gurría, acaba de describir en Madrid: “Esto no es un ciclo. Es un desastre. Esto no es una evolución, esto es una demolición” (Armando Tejeda, La Jornada, 23/05/09).
El derrumbe es portentoso: en el primer cuarto de 2009 el producto interno bruto (PIB) se redujo en 8.2 por ciento respecto del registrado en el mismo lapso de 2008: de 8.7 a 7.9 billones de pesos. Ésta es una magnitud similar a la alcanzada en el segundo y el tercer trimestres de 2004, una regresión en la actividad económica de casi 15 años que refleja enormes descalabros en la producción, la inversión y las exportaciones.
Las ventas externas, sobre todo manufactureras, cayeron en abril 35.6 por ciento respecto del abril anterior, mientras la inversión extranjera directa lo hizo en 55 por ciento en el primer trimestre del año. Las dos principales fuentes foráneas de divisas e impulso al crecimiento según el Evangelio neoliberal se salen de su órbita, mientras las remesas se encogen y el Paso del Norte amenaza con volverse hoyo negro.
La metáfora se estrella ante el escenario hiperrealista de los empleos formales perdidos y la probabilidad de que al fin del año lleguen a ser más de un millón de puestos. Con proyecciones como las ofrecidas por Hacienda, de un descenso de más de 5 por ciento del PIB, convertidas en horas en la versión optimista de la macroeconometría al uso, el panorama se vuelve, en efecto, demoledor de formas de vida y precariedades acogedoras, como la que han representado el doble o triple empleo, la informalidad, la opción por la fuga.
Es crucial volver sobre el diagnóstico, pero sobre todo es vital la revisión de lo hecho y programado: ¿se hizo lo que se anunció en enero por el gobierno? Si éste fue el caso, es claro que no fue suficiente ni adecuado. ¿Podemos virar y reconsiderar a tiempo para evitar que la caída anunciada se vuelva realidad inapelable al fin del año? ¿Seremos capaces de salir al paso de esta patética “naturalización” de la economía a que nos invitan los pronósticos oficiales y atemperar el daño a las comunidades y grupos etarios más vulnerables y afectados?
Para empezar, hay que cambiar el verbo: la crisis no vino de fuera ni la economía simplemente “se cayó”. Por mandato y decisión de Estado, el país se incorporó a una globalidad que le dejaba poco o nulo campo de maniobra frente a las oscilaciones negativas del ciclo internacional y estadunidense. El Estado y sus gobernantes, así como sus mandantes efectivos, los negociantes, se incorporaron, con un “extraño sentido de pertenencia”, a unos hábitos y reflejos individuales y de grupo dedicados a negar todo sentido de justicia, equidad o cooperación, a la economía dizque cosmopolita que se buscaba construir, y la especulación y la proclividad a la corrupción y el negocio fácil y redondo se volvieron ética y cultura dominantes. La confianza ciudadana y del inversionista pendía de un hilo en extremo delgado que la implosión de Wall Street rompió sin más, y que la erosión del sistema político y de sus orondas instituciones acentúan al máximo hasta llevar a la sociedad al borde de una crisis mayor en la política.
De aquí hay que partir para reivindicar la cultura y volverla punto de apoyo de la renovación dolorosa de una economía política que hoy no parece tener más futuro que el presente continuo del colapso.
Alentadora sin duda, la presentación de los primeros 30 títulos de la Biblioteca del Universitario que dirige Sergio Pitol para la Universidad Veracruzana. Tal vez sea por ahí, desde la universidad y por la lectura, que podamos convertir la cultura en fuerza productiva, para evitar en lo posible que la profecía de Monsiváis en Jalapa se vuelva realidad inapelable: “Si se sobrevive malamente, será la gran derrota”, señaló este viernes; habrá que sobrevivir primero, sin duda. Y al hacerlo tratar de fallar cada vez mejor.
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