jueves, 2 de julio de 2009

CÓMO VOTAR Y POR QUÉ

MIGUEL CARBONELL

Respeto mucho la opinión de quienes sienten que no hay ninguna opción válida para elegir el próximo domingo y que lo mejor que pueden hacer es anular su voto. El rechazo a los partidos que actualmente tienen registro y la renuncia a participar en un juego repleto de mentiras y simulaciones es comprensible y demuestra el amplio rechazo que suscita nuestra clase política. Bien ganado que se lo tienen.
Pero frente a los creyentes en el poder del voto nulo habrá millones de mexicanos que sí decidirán por una u otra oferta electoral el próximo domingo. Muchos de ellos se estarán preguntando en estos días cómo enfrentarse a la boleta sin sucumbir a la tentación de taparse la nariz y salir corriendo. Se me ocurren algunas consideraciones que podemos tomar en cuenta para orientar el sentido de nuestra decisión.
Lo primero que debemos comprender es que no todos los partidos son igualmente malos. Creo que, siendo todos muy deficientes, hay elementos para distinguir entre los malos y los peores. Aunque a veces cuesta trabajo hacerlo, hay criterios objetivos que sirven de base para distinguir entre unos y otros. Por ejemplo, hay que valorar el desempeño que los actuales candidatos han tenido en los anteriores cargos públicos que han ocupado: ese es un elemento que ya nos permite llegar a una primera diferenciación entre partidos. Y como ése hay varios más.
Además, hay que tener presente que el voto supone una doble forma de manifestar nuestra opinión: puede ser una expresión de simpatía hacia una propuesta política, pero también puede ser una vía para que expresemos nuestro rechazo a algún partido en concreto (por ejemplo, al partido que ha estado en el poder en nuestra demarcación). Luego entonces, el elector tiene que preguntarse si quiere premiar o si quiere castigar a algún partido y ejercer su voto en consecuencia. Para decirlo en pocas palabras: se vale hacer un “voto de castigo” sin tener por ello que caer en el facilismo de la anulación.
Una tercera consideración tiene que ver con el análisis de las propuestas de los partidos. Si bien es cierto que, durante las campañas, han predominado las fotografías, los eslóganes y los jingles sin ninguna idea de fondo, también es verdad que hay partidos que han hecho propuestas concretas.
Frente a ellas nos tenemos que preguntar si estamos o no de acuerdo. Puede ser que no compartamos por completo el ideario de ningún partido, pero a estas alturas creo que merecen nuestro voto los partidos que hayan hecho al menos una propuesta concreta que nos simpatice. Si el lector de estas líneas conoce alguna de esas ideas ya cuenta con un elemento para decidir el sentido de su voto.
Resumiendo: a) hay que evitar votar por los peores candidatos o los peores partidos, aquellos que han hecho de la mentira, de la simulación y de las propuestas contrarias a nuestros derechos fundamentales su principal bandera; entre ellos se sitúan, creo, los partidos que son administrados como pequeños feudos y cuyo único objetivo no es hacer política sino enriquecerse con las prerrogativas que les damos los ciudadanos; b) hay que decidir si premiamos o castigamos con nuestro voto; c) hay que buscar una idea concreta, aunque sea una sola, que nos parezca adecuada y respaldarla con nuestro voto.
Ahora bien, lo que no podemos olvidar es lo mucho que lucharon varias generaciones de mexicanos por tener derecho a votar y por que esos votos fueran contados. Nos toca ahora honrar ese sacrificio, evitando tirar por la borda esa herencia maravillosa, aunque endeble y precaria, que se llama democracia.
La democracia ha sido una flor extraña, verdaderamente insólita, en la historia de México. No dejemos que, cuando apenas está naciendo, se quede sin un batallón de ciudadanos dispuestos a defenderla. De nosotros depende.

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