martes, 28 de julio de 2009

EL HORNO DEL PAN

JORGE ALCOCER VILLANUEVA

Los partidos políticos son "entidades de interés público", por ello sus actos trascienden el estrecho ámbito de sus afiliados, son motivo de interés para la opinión pública, el análisis y la crítica. Sin embargo, está claro que en sus decisiones internas están sujetos a sus propias normas y a la decisión de sus órganos de dirección.El PAN atraviesa, no de ahora, por una situación crítica, que no pocos califican de crisis. La proclividad a encontrar tal condición en todos los ámbitos imaginables de la vida pública, o a descubrir parteaguas en cada situación coyuntural, produce una inevitable distancia ante el catastrofismo implícito en tales visiones. Desde que tengo memoria, los partidos están en crisis, y he leído de tantos parteaguas que, como escribí antes, ya me compré un paraguas.Una y otra vez las anunciadas fracturas partidistas quedan en agua de borrajas; porque los agoreros olvidan que a partir de 1977, y sobre todo después de la reforma de 1996, la ley y el financiamiento público operan como cemento para la unidad de los partidos. La última división, con resultados relativamente exitosos para los disidentes, fue la protagonizada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1987. Y ahora vemos a dónde llegó esa historia. Después de la fundación del PRD, en 1989, ningún grupo disidente ha tenido éxito en fundar un partido perdurable; lo que hemos visto, una y otra vez, es el cambio de camiseta y la confesión de los conversos que lavan sus pecados originales en el Jordán del partido que les da asilo y cargo.Las derrotas electorales producen en los partidos movimiento telúricos, de mayor o menor intensidad; pero se trata de reacomodos que, siendo inevitables, son cíclicos. Uno gana, otros pierden. De eso se trata la normalidad democrática. Porque en democracia nadie gana todo, ni para siempre. El ganador de hoy puede ser el derrotado de mañana. En 2003, el PRI, dirigido por Roberto Madrazo, fue el ganador, y tres años más tarde se hundió hasta un lejano e inédito tercer sitio.El PAN ha perdido su condición de primera minoría en la Cámara de Diputados, pero está lejos de una catástrofe en ese ámbito. Las comparaciones dependen del punto de referencia, si es 2006, los resultados del PRI son espectaculares, si es 2003, hay que moderar el triunfalismo. En San Lázaro nadie tendrá mayoría absoluta, y en el Senado el PAN mantiene la llave de la cerradura. En cambio, si el análisis es de resultados en elecciones locales, la derrota del PAN es casi catastrófica. El nuevo mapa del reparto del poder, en esos ámbitos, así lo prueba.La precipitada renuncia de Germán Martínez fue la cereza en la derrota. Metió a su partido en una dinámica de confrontación. Las tensiones acumuladas a lo largo de nueve años han salido a flote sin que nadie sepa cómo encauzarlas. Los genes opositores del panismo dominan sus conductas, como se comprobó en el tono y tonada de su propaganda durante 2009. Desde 2000, en Los Pinos, se acudió al expediente probado, pero mal copiado, del PRI: el presidente de la República como jefe nato del partido. Así decidió Fox por Espino, y Calderón por Martínez.Que César Nava, candidato a la jefatura panista, lo es por decisión de Calderón, es una verdad del tamaño del Ajusco, como del mismo tamaño es saber que el Presidente no puede admitir que a ese cargo arribe uno de sus adversarios. Eso se entiende, pero no la pertinaz cerrazón para ver más allá de su estrecho círculo. Tuvo opciones para sustituir al pupilo renunciante, unir a su partido y ver los tres años por delante con otros lentes, pero se negó a considerarlas, profundizando el descontento de quienes exigen primero el balance y luego el relevo.De los opositores sólo cabe apuntar que sus diferencias lastraron sus posibilidades. Como a los anulistas, los une el no, pero los inhabilita el sí. En el grupo más visible y activo hay demasiadas historias de complicidades e ineptitudes. Ricardo García Cervantes y Javier Corral son harina de otro costal, con la que puede hornearse otro pan.

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