El Presidente Felipe Calderón se empeña en hacer ostensible su hegemonía en la vida interna del Partido Acción Nacional, pero sin reconocer sus errores y mucho menos pagar los costos por ellos
El Presidente Felipe Calderón se empeña en hacer ostensible su hegemonía en la vida interna del Partido Acción Nacional, pero sin reconocer sus errores y mucho menos pagar los costos por ellos, pues éstos los pretende endosar a los dirigentes formales, a pesar de que simplemente fueron los operadores de las estrategias que se decidieron en Los Pinos. Hasta hoy, Calderón maneja al PAN como en su momento los presidentes priistas manejaron al PRI, es decir, nombra y remueve a sus dirigentes; designa a los candidatos a los principales puestos de elección popular; da el visto bueno, palomea o ejerce derecho de veto, sobre el resto de los candidatos a puestos de elección popular; y, desde luego, designa a los coordinadores de los grupos parlamentarios en las dos cámaras. Todos se someten a los designios presidenciales. Desde el inicio de su mandato, Calderón descaradamente tomó las riendas del partido que lo llevó al poder: primero, participó a través de sus personeros en la designación del candidato a la gubernatura de Yucatán, Xavier Abreu; después, sus personeros intervinieron en la campaña, que fue precisamente lo que agudizó los enfrentamientos con el presidente del Comité Ejecutivo Nacional, Manuel Espino, que responsabilizó de la derrota en dicha entidad a la intromisión del equipo presidencial. Las diferencias entre Calderón y Espino obligaron a anticipar el fin de su mandato y la designación de Germán Martínez en la presidencia del CEN blanquiazul, simplemente confirmó las denuncias de su antecesor, sobre la intromisión gubernamental en la vida interna del panismo. La intromisión presidencial ha sido particularmente costosa en la designación de los candidatos a los puestos de elección popular, pues en un partido acostumbrado a decidir libremente sus candidaturas, la presencia del dedazo vulneró su misma esencia. Los casos más ilustrativos de esto son Yucatán, San Luis Potosí y Nuevo León; en las tres entidades la designación cupular, más allá de la denominación del procedimiento estatutario para realizarla, provocó fracturas internas y desánimo en el electorado que incidieron directamente en el resultado de las elecciones constitucionales. En los dos primeros casos se recurrió a una elección interna, sin embargo, los derrotados denunciaron, durante las denominadas precampañas, la existencia de vicios que predeterminaban al triunfador; en Yucatán, incluso provocó que Ana Rosa Payán renunciara a más de 25 años de militancia en el blanquiazul y presentara su candidatura por la coalición Todos Somos Yucatán, conformada por Convergencia y el Partido del Trabajo. Mientras tanto, en el caso de Nuevo León, se optó por la designación directa, procedimiento incorporado en la última reforma a los estatutos panistas, lo cual evitó el desgaste de la contienda interna, pero nunca lograron restañar las heridas que esto generó y los panistas pagaron las consecuencias en la elección constitucional. La intromisión presidencial no se limita a la designación de candidatos, también desde Los Pinos se definió que la campaña electoral se centraría en el combate a la inseguridad y convertirían la elección intermedia en un plebiscito a la gestión calderonista; Germán Martínez fue simplemente el operador de esa estrategia. Las elecciones se celebraron en medio del peor escenario imaginable: una severa recesión económica y una gravísima crisis de seguridad pública y, por lo mismo, las encuestas de preferencia electoral ya anticipaban un descenso en el número de curules en la Cámara de Diputados, pero lo inesperado fue el resultado en las elecciones locales, pues ni las peores previsiones contemplaban las derrotas en las gubernaturas de Querétaro y San Luis Potosí ni la pérdida del corredor azul en el Estado de México o las alcaldías de Guadalajara, Zapopan y León, entre otros bastiones blanquiazules. En la edición de ayer lunes 27 de junio, el periódico regiomontano El Norte, publica una entrevista con Juan Ignacio Zavala, hermano de la esposa de Calderón y responsable de la estrategia electoral del PAN en el pasado proceso electoral, quién desde luego defiende el posicionamiento y los mensajes y asegura que eso fue precisamente lo que los salvó de tener una caída peor. Zavala, de acuerdo a la versión de El Norte, señaló: "El partido necesita una reflexión, porque donde tuvimos resultados que se convirtieron en una debacle fue en lo local, con unas derrotas que ni el PRI se esperaba". Y precisa que "el PAN está teniendo un problema de identidad con los ciudadanos. Ése sí no lo teníamos en el 2003. El partido sí tiene un serio reto de reflexión sobre qué hacer, porque algo está pasando en los lugares donde ganábamos siempre". Zavala también convoca a asumir "los resultados, las consecuencias, Germán lo ha hecho." Y efectivamente Calderón convocó, el mismo lunes 6 de julio, a Germán Martínez a Los Pinos y lo hizo pagar los costos de la debacle electoral, por lo cual, inmediatamente después de dicha reunión presentó su renuncia a la presidencia del CEN panista; Germán asumió su responsabilidad, pero no el presidente. Calderón simplemente pretende cambiar de escudero, pero no de estrategia; él no asume su responsabilidad, no acepta pagar los costos y menos todavía ensanchar los espacios de autonomía de la dirección panista. Y para que no hubiera lugar a dudas César Nava, otro de sus hijos políticos, fue el primero en inscribirse para suceder a Martínez, para así cortar de tajo las intenciones de cualquier otro interesado. El mensaje fue claro y el resto de los aspirantes optó por retirarse para no legitimar una imposición y focalizaron sus esfuerzos en tratar de frenar la llegada de Nava, por la vía de convencer al menos a 124, de los 370 integrantes del Consejo Nacional blanquiazul, para que rechacen dicha candidatura y así obliguen a una nueva convocatoria. Los opositores, encabezados por Santiago Creel, Ricardo García Cervantes, Humberto Aguilar, Javier Corral, Manuel Espino y Gerardo Priego, saben que no tienen la fuerza suficiente para ganarle al candidato presidencial, por ello optaron simplemente por no dejarlo llegar. Ellos saben que ninguno podría reunir las dos terceras partes de los votos de los consejeros nacionales, tal como establece el artículo 49 del estatuto panista, y por lo mismo simplemente tratan de evitar que el candidato presidencial los obtenga, para tratar de forzar una segunda vuelta en condiciones distintas. Calderón debe entender que él es parte del problema, ni los panistas ni su electorado aceptan las imposiciones al mejor estilo priista y eso lo dejaron claro en las urnas el pasado 5 de julio. Si el próximo 8 de agosto Nava no logra reunir las dos terceras partes de los votos de los consejeros, Calderón sufrirá otra lamentable derrota que todavía lo debilitará más, pues será al interior de su propio partido; pero si, al contrario, impone a su candidato será simplemente una victoria pírrica que lo conducirá a nuevos fracasos electorales en las elecciones de 2010. Calderón debe ejercer su liderazgo al interior del PAN, pero no imponer su hegemonía.
El Presidente Felipe Calderón se empeña en hacer ostensible su hegemonía en la vida interna del Partido Acción Nacional, pero sin reconocer sus errores y mucho menos pagar los costos por ellos, pues éstos los pretende endosar a los dirigentes formales, a pesar de que simplemente fueron los operadores de las estrategias que se decidieron en Los Pinos. Hasta hoy, Calderón maneja al PAN como en su momento los presidentes priistas manejaron al PRI, es decir, nombra y remueve a sus dirigentes; designa a los candidatos a los principales puestos de elección popular; da el visto bueno, palomea o ejerce derecho de veto, sobre el resto de los candidatos a puestos de elección popular; y, desde luego, designa a los coordinadores de los grupos parlamentarios en las dos cámaras. Todos se someten a los designios presidenciales. Desde el inicio de su mandato, Calderón descaradamente tomó las riendas del partido que lo llevó al poder: primero, participó a través de sus personeros en la designación del candidato a la gubernatura de Yucatán, Xavier Abreu; después, sus personeros intervinieron en la campaña, que fue precisamente lo que agudizó los enfrentamientos con el presidente del Comité Ejecutivo Nacional, Manuel Espino, que responsabilizó de la derrota en dicha entidad a la intromisión del equipo presidencial. Las diferencias entre Calderón y Espino obligaron a anticipar el fin de su mandato y la designación de Germán Martínez en la presidencia del CEN blanquiazul, simplemente confirmó las denuncias de su antecesor, sobre la intromisión gubernamental en la vida interna del panismo. La intromisión presidencial ha sido particularmente costosa en la designación de los candidatos a los puestos de elección popular, pues en un partido acostumbrado a decidir libremente sus candidaturas, la presencia del dedazo vulneró su misma esencia. Los casos más ilustrativos de esto son Yucatán, San Luis Potosí y Nuevo León; en las tres entidades la designación cupular, más allá de la denominación del procedimiento estatutario para realizarla, provocó fracturas internas y desánimo en el electorado que incidieron directamente en el resultado de las elecciones constitucionales. En los dos primeros casos se recurrió a una elección interna, sin embargo, los derrotados denunciaron, durante las denominadas precampañas, la existencia de vicios que predeterminaban al triunfador; en Yucatán, incluso provocó que Ana Rosa Payán renunciara a más de 25 años de militancia en el blanquiazul y presentara su candidatura por la coalición Todos Somos Yucatán, conformada por Convergencia y el Partido del Trabajo. Mientras tanto, en el caso de Nuevo León, se optó por la designación directa, procedimiento incorporado en la última reforma a los estatutos panistas, lo cual evitó el desgaste de la contienda interna, pero nunca lograron restañar las heridas que esto generó y los panistas pagaron las consecuencias en la elección constitucional. La intromisión presidencial no se limita a la designación de candidatos, también desde Los Pinos se definió que la campaña electoral se centraría en el combate a la inseguridad y convertirían la elección intermedia en un plebiscito a la gestión calderonista; Germán Martínez fue simplemente el operador de esa estrategia. Las elecciones se celebraron en medio del peor escenario imaginable: una severa recesión económica y una gravísima crisis de seguridad pública y, por lo mismo, las encuestas de preferencia electoral ya anticipaban un descenso en el número de curules en la Cámara de Diputados, pero lo inesperado fue el resultado en las elecciones locales, pues ni las peores previsiones contemplaban las derrotas en las gubernaturas de Querétaro y San Luis Potosí ni la pérdida del corredor azul en el Estado de México o las alcaldías de Guadalajara, Zapopan y León, entre otros bastiones blanquiazules. En la edición de ayer lunes 27 de junio, el periódico regiomontano El Norte, publica una entrevista con Juan Ignacio Zavala, hermano de la esposa de Calderón y responsable de la estrategia electoral del PAN en el pasado proceso electoral, quién desde luego defiende el posicionamiento y los mensajes y asegura que eso fue precisamente lo que los salvó de tener una caída peor. Zavala, de acuerdo a la versión de El Norte, señaló: "El partido necesita una reflexión, porque donde tuvimos resultados que se convirtieron en una debacle fue en lo local, con unas derrotas que ni el PRI se esperaba". Y precisa que "el PAN está teniendo un problema de identidad con los ciudadanos. Ése sí no lo teníamos en el 2003. El partido sí tiene un serio reto de reflexión sobre qué hacer, porque algo está pasando en los lugares donde ganábamos siempre". Zavala también convoca a asumir "los resultados, las consecuencias, Germán lo ha hecho." Y efectivamente Calderón convocó, el mismo lunes 6 de julio, a Germán Martínez a Los Pinos y lo hizo pagar los costos de la debacle electoral, por lo cual, inmediatamente después de dicha reunión presentó su renuncia a la presidencia del CEN panista; Germán asumió su responsabilidad, pero no el presidente. Calderón simplemente pretende cambiar de escudero, pero no de estrategia; él no asume su responsabilidad, no acepta pagar los costos y menos todavía ensanchar los espacios de autonomía de la dirección panista. Y para que no hubiera lugar a dudas César Nava, otro de sus hijos políticos, fue el primero en inscribirse para suceder a Martínez, para así cortar de tajo las intenciones de cualquier otro interesado. El mensaje fue claro y el resto de los aspirantes optó por retirarse para no legitimar una imposición y focalizaron sus esfuerzos en tratar de frenar la llegada de Nava, por la vía de convencer al menos a 124, de los 370 integrantes del Consejo Nacional blanquiazul, para que rechacen dicha candidatura y así obliguen a una nueva convocatoria. Los opositores, encabezados por Santiago Creel, Ricardo García Cervantes, Humberto Aguilar, Javier Corral, Manuel Espino y Gerardo Priego, saben que no tienen la fuerza suficiente para ganarle al candidato presidencial, por ello optaron simplemente por no dejarlo llegar. Ellos saben que ninguno podría reunir las dos terceras partes de los votos de los consejeros nacionales, tal como establece el artículo 49 del estatuto panista, y por lo mismo simplemente tratan de evitar que el candidato presidencial los obtenga, para tratar de forzar una segunda vuelta en condiciones distintas. Calderón debe entender que él es parte del problema, ni los panistas ni su electorado aceptan las imposiciones al mejor estilo priista y eso lo dejaron claro en las urnas el pasado 5 de julio. Si el próximo 8 de agosto Nava no logra reunir las dos terceras partes de los votos de los consejeros, Calderón sufrirá otra lamentable derrota que todavía lo debilitará más, pues será al interior de su propio partido; pero si, al contrario, impone a su candidato será simplemente una victoria pírrica que lo conducirá a nuevos fracasos electorales en las elecciones de 2010. Calderón debe ejercer su liderazgo al interior del PAN, pero no imponer su hegemonía.
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