Entre bandidos, como es bien sabido, siempre hay negociaciones y acuerdos, hasta tratos de caballeros, todo lo cual se garantiza con pactos de sangre, lo que puede llevar a la pérdida de la vida si no se cumple. Pero hay algo que los caracteriza y es que siempre gana el más fuerte, incluso si el más débil es el más afortunado. Eso lleva a que raramente esos acuerdos se cumplan o sólo haya un mero trámite de cortesía o, dicho de otro modo, que desde el principio se sepa cuál será el resultado de la negociación. La mafia italo-estadunidense agregó un condimento que justifica todas las atrocidades que se puedan cometer en esa relación entre bandidos: sólo se trata de negocios (it’s only business).
Las negociaciones entre los integrantes de las cúpulas partidistas tienen casi todas esas características y se parecen mucho a las que se dan entre bandidos. Las que se han venido dando entre perredistas luego de la debacle electoral no son una excepción. Por lo general, se trata de derrotados que buscan escapar a la ignominia de ser los responsables del desastre o de oportunistas y logreros que intentan recuperar antiguas posiciones y presentarse como salvadores del partido o, también, quienes de verdad quieren cambiar ese establo de Augías que es el PRD.
Los chuchos están en el primer caso, Cuauhtémoc Cárdenas en el segundo y grupos que ligaron su suerte al movimiento cívico, porque estuvieron a punto de ser devorados por los primeros en una sucia lucha interna partidista, en el tercer caso. Los chuchos saben muy bien que a ellos se debe la derrota y, ya que no tienen ahora a quien culpar de sus errores, buscan una reconciliación que todo mundo sabe que será imposible si ellos mismos no renuncian a sus cargos.
Ortega y sus seguidores saben también que no tienen defensa. Ahora andan muy humildes y hasta inventan mil y una formas de dar salida a los conflictos internos que ellos crearon, como esa idiotez que perdona violaciones a los documentos internos declarando a los insurrectos automáticamente fuera del partido, pero con opción a que se reincorporen sin problemas o, asimismo, aquella de declarar una amnistía general.
Todo con tal de reconstruir una unidad que es imposible sin pagar errores. Ninguno de sus oponentes pide menos que sus cabezas como condición para recomponer las cosas y con toda razón. Frente a ellos, empero, están quienes, como Arce, Círigo, Acosta Naranjo y otros despistados, claman venganza contra López Obrador y sus asociados. Los chuchos mayores no están para esos arreglos draconianos de cuentas.
El caso de Cárdenas es de verdad patético. En un culebrón demagógico y desvergonzado que manda de nuevo a los militantes del PRD y en el cual pide que se aplique el estatuto, primero, para exigir la cabeza de López Obrador y sus seguidores, aunque le falta valor para pedirlo con todas las letras y, luego, sin que recuerde para ello el mencionado estatuto, vuelve a exigir que renuncien el presidente del partido, el comité ejecutivo (así lo dice) y los integrantes de todas las comisiones y órganos de dirección y representación, ¡quién lo creyera!, ante un órgano tan espurio como los anteriores que es el Consejo Nacional.
Cárdenas, para ello, se pasa por el arco del triunfo ese estatuto que él invoca, porque éste no señala en ningún caso semejante tontería. A renglón seguido, propone realizar las necesarias sustituciones sin que diga en qué norma estatutaria debería fundarse esa demencial operación. Está claro que lo que propone es que se le designe a él algo así como comisario para poner orden en ese partido que es en todo y por todo hechura suya. Él fue el verdadero hacedor de esas tribus y esas corrientes que ahora acusa de violar la legalidad interna del partido.
Él fue quien dividió a los perredistas en bandas obsecuentes a su persona para que cada una hiciera su agosto con los favores tan personales del líder moral. Él ahora tiene pocos seguidores en el PRD, entre ellos El Güero González Garza, hechura suya y por lo cual fue elegido coordinador de la bancada perredista en la actual legislatura de la Cámara de Diputados y se ha echado a hacerle segunda a su patrón.
Claro, también tiene su feudo en Michoacán; pero hay que recordar cómo lo hizo y lo consolidó después de la fundación del PRD: primero, dejó que los perredistas michoacanos hicieran su trabajo y constituyeran su propio liderazgo, que encarnó Cristóbal Arias; luego, cuando Arias quiso obrar por su cuenta, el líder lo combatió, bombardeándolo desde dentro del PRD y utilizando para ello a Robles Garnica, su segundo, y a sus hijos, y acabó con su carrera política. Desde entonces no hay quien le dispute a Cárdenas la hegemonía en aquel estado.
Hay, finalmente, muchos candidatos y miembros del PRD que le jugaron las contras a ese partido. Hay que recordar el resultado de las pésimas alianzas de los chuchos a los que les renunciaron sus candidatos a gobernadores o a diputados, en plena campaña, para unirse al PAN o al PRI. No es el caso de los lopezobradoristas que hicieron honor a la alianza histórica del PRD con el PT y Convergencia, a los cuales ellos y Cárdenas tratan despectivamente como si fueran extraños o enemigos. Alegar en su caso los estatutos también está fuera de lugar. Esos documentos imponen respeto y fidelidad a las alianzas.
Lo ocurrido en Iztapalapa y que Arce y los suyos denuncian como traición fue obra de perredistas, no sólo de López Obrador, y buscó revertir un fallo ilegal y anticonstitucional del TEPJF. En todo caso, se ve muy difícil que Cárdenas y los chuchos se atrevan a ir más allá en su pequeña noche de cuchillos largos contra el líder del movimiento cívico y una muy buena porción del perredismo que no está dispuesta a ser nuevamente atropellada y excluida.
Si de verdad se quiere una refundación del PRD, ésta tendrá que hacerse con todos, pero en asambleas deliberativas en las que todos de verdad digan lo que piensan y lo que quieren y se pongan de acuerdo en cuáles son los principios por los cuales deben luchar, como cuando fundamos el PRD.
Las negociaciones entre los integrantes de las cúpulas partidistas tienen casi todas esas características y se parecen mucho a las que se dan entre bandidos. Las que se han venido dando entre perredistas luego de la debacle electoral no son una excepción. Por lo general, se trata de derrotados que buscan escapar a la ignominia de ser los responsables del desastre o de oportunistas y logreros que intentan recuperar antiguas posiciones y presentarse como salvadores del partido o, también, quienes de verdad quieren cambiar ese establo de Augías que es el PRD.
Los chuchos están en el primer caso, Cuauhtémoc Cárdenas en el segundo y grupos que ligaron su suerte al movimiento cívico, porque estuvieron a punto de ser devorados por los primeros en una sucia lucha interna partidista, en el tercer caso. Los chuchos saben muy bien que a ellos se debe la derrota y, ya que no tienen ahora a quien culpar de sus errores, buscan una reconciliación que todo mundo sabe que será imposible si ellos mismos no renuncian a sus cargos.
Ortega y sus seguidores saben también que no tienen defensa. Ahora andan muy humildes y hasta inventan mil y una formas de dar salida a los conflictos internos que ellos crearon, como esa idiotez que perdona violaciones a los documentos internos declarando a los insurrectos automáticamente fuera del partido, pero con opción a que se reincorporen sin problemas o, asimismo, aquella de declarar una amnistía general.
Todo con tal de reconstruir una unidad que es imposible sin pagar errores. Ninguno de sus oponentes pide menos que sus cabezas como condición para recomponer las cosas y con toda razón. Frente a ellos, empero, están quienes, como Arce, Círigo, Acosta Naranjo y otros despistados, claman venganza contra López Obrador y sus asociados. Los chuchos mayores no están para esos arreglos draconianos de cuentas.
El caso de Cárdenas es de verdad patético. En un culebrón demagógico y desvergonzado que manda de nuevo a los militantes del PRD y en el cual pide que se aplique el estatuto, primero, para exigir la cabeza de López Obrador y sus seguidores, aunque le falta valor para pedirlo con todas las letras y, luego, sin que recuerde para ello el mencionado estatuto, vuelve a exigir que renuncien el presidente del partido, el comité ejecutivo (así lo dice) y los integrantes de todas las comisiones y órganos de dirección y representación, ¡quién lo creyera!, ante un órgano tan espurio como los anteriores que es el Consejo Nacional.
Cárdenas, para ello, se pasa por el arco del triunfo ese estatuto que él invoca, porque éste no señala en ningún caso semejante tontería. A renglón seguido, propone realizar las necesarias sustituciones sin que diga en qué norma estatutaria debería fundarse esa demencial operación. Está claro que lo que propone es que se le designe a él algo así como comisario para poner orden en ese partido que es en todo y por todo hechura suya. Él fue el verdadero hacedor de esas tribus y esas corrientes que ahora acusa de violar la legalidad interna del partido.
Él fue quien dividió a los perredistas en bandas obsecuentes a su persona para que cada una hiciera su agosto con los favores tan personales del líder moral. Él ahora tiene pocos seguidores en el PRD, entre ellos El Güero González Garza, hechura suya y por lo cual fue elegido coordinador de la bancada perredista en la actual legislatura de la Cámara de Diputados y se ha echado a hacerle segunda a su patrón.
Claro, también tiene su feudo en Michoacán; pero hay que recordar cómo lo hizo y lo consolidó después de la fundación del PRD: primero, dejó que los perredistas michoacanos hicieran su trabajo y constituyeran su propio liderazgo, que encarnó Cristóbal Arias; luego, cuando Arias quiso obrar por su cuenta, el líder lo combatió, bombardeándolo desde dentro del PRD y utilizando para ello a Robles Garnica, su segundo, y a sus hijos, y acabó con su carrera política. Desde entonces no hay quien le dispute a Cárdenas la hegemonía en aquel estado.
Hay, finalmente, muchos candidatos y miembros del PRD que le jugaron las contras a ese partido. Hay que recordar el resultado de las pésimas alianzas de los chuchos a los que les renunciaron sus candidatos a gobernadores o a diputados, en plena campaña, para unirse al PAN o al PRI. No es el caso de los lopezobradoristas que hicieron honor a la alianza histórica del PRD con el PT y Convergencia, a los cuales ellos y Cárdenas tratan despectivamente como si fueran extraños o enemigos. Alegar en su caso los estatutos también está fuera de lugar. Esos documentos imponen respeto y fidelidad a las alianzas.
Lo ocurrido en Iztapalapa y que Arce y los suyos denuncian como traición fue obra de perredistas, no sólo de López Obrador, y buscó revertir un fallo ilegal y anticonstitucional del TEPJF. En todo caso, se ve muy difícil que Cárdenas y los chuchos se atrevan a ir más allá en su pequeña noche de cuchillos largos contra el líder del movimiento cívico y una muy buena porción del perredismo que no está dispuesta a ser nuevamente atropellada y excluida.
Si de verdad se quiere una refundación del PRD, ésta tendrá que hacerse con todos, pero en asambleas deliberativas en las que todos de verdad digan lo que piensan y lo que quieren y se pongan de acuerdo en cuáles son los principios por los cuales deben luchar, como cuando fundamos el PRD.
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