martes, 7 de julio de 2009

HORA DE RECTIFICAR

JAVIER CORRAL JURADO

Premonitorio del futuro que lo alcanzó, teniendo a la vista la época introductoria del ascenso al poder, al tiempo que se deterioraban métodos y valores democráticos en el partido, don Luis H. Álvarez alertó al panismo hace más de 10 años: evitemos la tristeza de que a nosotros, que nunca nos derrotó la derrota, nos vaya a derrotar la victoria.
Otras ideas de los siguientes presidentes del PAN sobrevinieron a esa visión en el conjunto de las preocupaciones por el tránsito de la oposición al poder: el ideólogo Carlos Castillo Peraza recomendó apostar por nosotros mismos y Felipe Calderón fue aún más celoso: ganar el gobierno sin perder el partido.
Recuerdo las frases porque en la derrota que hemos sufrido el domingo, en la que confluyen múltiples factores, está presente nuestro desempeño en el ejercicio del poder y una desfiguración dramática de nuestra esencia como partido democrático. Por supuesto que la recesión que ha lanzado al desempleo a miles de personas nos atravesó la elección de principio a fin, sin que esa crisis mundial nos pueda ser imputable, salvo la manera en que se minimizaron los efectos.
La esperanza que abrió la alternancia en el 2000 y las expectativas de cambio que formuló ese proceso no están cumplidas. Ya en 2006 nos fue complejo refrendar la confianza ciudadana y por escaso margen logramos retener la Presidencia. El domingo sufrimos el colapso a manos de una maquinaria que los mismos gobiernos del PAN han aceitado mediante concesiones absurdas y negociaciones caras al ideal democrático, pero con resultados pobres y reformas muy chatas.
El PRI que regresa, el mismo de siempre, por más jóvenes que puedan ser sus caras; fue reempoderado por la omisión de desmantelar el viejo régimen corporativo, clientelar, patrimonialista y electorero. Mantenerle los privilegios a los sectores monópolicos del país y a diferentes grupos de poder informal ha revitalizado a quienes los prohijaron. Las coaliciones con los sindicatos más corruptos del país nos han quebrantado el ánimo y nos han dejado inermes en el debate.
El caso patético ha sido la protección al duopolio de la tv, particularmente a Televisa, la empresa productora de Enrique Peña Nieto. En el partido hay ideas autodestructivas sobre la inacción del gobierno frente a la descarada promoción de Televisa a ese personaje, tan vacuo como popular.
Este desempeño ha estado basado en la lógica de que, bajo las mismas estructuras y reglas del PRI, podríamos superar a sus fundadores. Esa lógica está liquidada, pero se nos fracturó a la vez la ética, porque hemos terminado asemejándonos a nuestros adversarios. La gente a veces ya no ve la línea que nos separa del PRI, de ahí que haya cundido como acerto en la argumentación del voto nulo, la falacia de que todos somos iguales. No lo somos, pero esa impresión hemos dado.
Los resultados obligan a que en el partido se produzca una discusión amplia y franca de las causas de la derrota, y de la necesaria rectificación a tomar. El gobierno debe corregir el rumbo e informar al partido de algunas acciones y decisiones que no quedan claras, por ejemplo sobre los efectos de la recesión y cómo afrontarla. Pero también debe haber diálogo sobre los deberes de la cooperación partido-gobierno, los límites de la intervención del Presidente en los órganos directivos, así como el respeto que debe brindar a las facultades exclusivas de la vida partidaria.
Estamos ante una derrota, pero también ante una oportunidad: la de rectificar con valor. Gómez Morín dijo: “El valor no es cerrar los ojos ante el fracaso, sino evitarlo o sacar de él nuevo aliciente para la acción; no conformarse tampoco en el éxito, sino adelantarlo luego”.
Muchos viejos panistas vieron en el triunfo del 2000 coronados sus esfuerzos democráticos con la simple llegada de Fox a Los Pinos. Algunos confesaron ante ese episodio que jamás se imaginaron vivirlo. La esperanza estaba abierta de par en par. Pienso en varios de ellos que ya no están con nosotros, y lo sé de cierto que se fueron felices y satisfechos. Pero pienso también en los que aún viven y me imagino la enorme tristeza que les provocaría ser también testigos del regreso del PRI. Si hoy el momento es aciago, entonces sería desastroso para la República. Ha sucedido lo triste; está en nuestras manos evitar que sobrevenga lo amargo y decepcionante.

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