Soy un opositor, pero no deseo que naufrague mi país. Algunos amigos se han sorprendido de que yo me incline a pensar en un mal desenlace del sexenio a pesar de no desearlo y de ser por lo general optimista. Revisemos varios factores:
Nuestra economía está muy mal, todos lo sabemos y gran parte lo estamos padeciendo. El gobierno no ha podido aplicar medidas correctivas, está aferrado a la esperanza de una recuperación pronta en Estados Unidos. Todos los indicios están a la baja. “Cierto –dicen los optimistas–, pero hemos vivido y superado otras debacles.”
El sistema político está agotado, el Ejecutivo es débil y el Congreso impotente. La descomposición del sistema de gobierno y del régimen de partidos es obvia. Dicen los optimistas: “en México nunca han funcionado bien las instituciones y hemos sobrevivido”.
La guerra contra el narcotráfico no puede ganarse. Hay 13 mil muertos en los 30 meses recientes y el gobierno no puede poner en paz la mitad del territorio. Hay graves deserciones de las fuerzas de seguridad. “Sin embargo –dicen los oficialistas–, hace por lo menos cuatro sexenios que el narcotráfico y sus secuelas están presentes, y no nos hemos colapsado.” ¿Por qué ahora?
La desigualdad está creciendo. En sólo un año 6 millones de mexicanos pasaron al nivel de pobreza extrema y se ha concentrado más el ingreso. “Es cierto –dicen los calderonistas–, pero la desigualdad ha sido característica de nuestra sociedad desde hace siglos. No porque aumente esto se va a desplomar.”
Quizás ninguna de estas cosas negativas por sí mismas justificarían un pronóstico siniestro para el final del sexenio si no fuera por los siguientes elementos: 1) Todos estos deterioros están coincidiendo y se han incrementado en los meses recientes, sin ninguna acción del gobierno ni de la sociedad civil, ni de la clase política que sea capaz de contenerlos.
2) La conciencia pública y la inconformidad están creciendo. La gente empieza a darse cuenta que el país está mal gobernado, que unos cuantos absorben los beneficios y que sus supuestos representantes son una caterva de pícaros.
Estos últimos rasgos de la realidad son los más preocupantes, a pesar de que los analistas los desdeñan. El aparato no es capaz de resolver los problemas y la gente empieza a impacientarse y a enfurecerse. Son demasiadas circunstancias negativas fluyendo en un mismo punto como para poder hacer pronósticos optimistas sobre los próximos tres años de vida mexicana. Antes de imaginar quién va a ganar las elecciones en 2012, habría que pensar los escenarios de salida de quien se robó las elecciones en 2006.
Nuestra economía está muy mal, todos lo sabemos y gran parte lo estamos padeciendo. El gobierno no ha podido aplicar medidas correctivas, está aferrado a la esperanza de una recuperación pronta en Estados Unidos. Todos los indicios están a la baja. “Cierto –dicen los optimistas–, pero hemos vivido y superado otras debacles.”
El sistema político está agotado, el Ejecutivo es débil y el Congreso impotente. La descomposición del sistema de gobierno y del régimen de partidos es obvia. Dicen los optimistas: “en México nunca han funcionado bien las instituciones y hemos sobrevivido”.
La guerra contra el narcotráfico no puede ganarse. Hay 13 mil muertos en los 30 meses recientes y el gobierno no puede poner en paz la mitad del territorio. Hay graves deserciones de las fuerzas de seguridad. “Sin embargo –dicen los oficialistas–, hace por lo menos cuatro sexenios que el narcotráfico y sus secuelas están presentes, y no nos hemos colapsado.” ¿Por qué ahora?
La desigualdad está creciendo. En sólo un año 6 millones de mexicanos pasaron al nivel de pobreza extrema y se ha concentrado más el ingreso. “Es cierto –dicen los calderonistas–, pero la desigualdad ha sido característica de nuestra sociedad desde hace siglos. No porque aumente esto se va a desplomar.”
Quizás ninguna de estas cosas negativas por sí mismas justificarían un pronóstico siniestro para el final del sexenio si no fuera por los siguientes elementos: 1) Todos estos deterioros están coincidiendo y se han incrementado en los meses recientes, sin ninguna acción del gobierno ni de la sociedad civil, ni de la clase política que sea capaz de contenerlos.
2) La conciencia pública y la inconformidad están creciendo. La gente empieza a darse cuenta que el país está mal gobernado, que unos cuantos absorben los beneficios y que sus supuestos representantes son una caterva de pícaros.
Estos últimos rasgos de la realidad son los más preocupantes, a pesar de que los analistas los desdeñan. El aparato no es capaz de resolver los problemas y la gente empieza a impacientarse y a enfurecerse. Son demasiadas circunstancias negativas fluyendo en un mismo punto como para poder hacer pronósticos optimistas sobre los próximos tres años de vida mexicana. Antes de imaginar quién va a ganar las elecciones en 2012, habría que pensar los escenarios de salida de quien se robó las elecciones en 2006.
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