La llegada de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos fue posible porque despertó entre sus conciudadanos la convicción de que es posible construir otra realidad, volver a retomar el sueño americano. No se trataba, sólo, de desmarcarse del perfil belicoso de la administración de George Bush Jr., de dejar de negar el cambio climático contra toda la evidencia científica, de reconciliarse con el discurso de los derechos humanos y por tanto de cejar con las prácticas que institucionalizaban la tortura, sino sobre todo de dar pie a una nueva era que pusiera en el centro el bienestar colectivo de los estadunidenses más allá del éxito personal de unos cuantos.En estos días se juega uno de los temas centrales para el futuro no sólo de Obama sino de la cohesión de la sociedad norteamericana entera, y es el proyecto de ampliación de la cobertura sanitaria del presidente. Estados Unidos es uno de los países con mayor gasto total en salud, y el que más gasto privado destina a servicios de atención médica. Esto quiere decir que estar sano en Estados Unidos es más caro que en el resto del mundo, y que la salud se paga en buena medida del bolsillo de los ciudadanos y no a través de la cobertura pública como sucede en los países desarrollados de Europa por ejemplo. Lo anterior implica que en el país vecino del norte exista uno de los sistemas de salud menos equitativos del mundo, esto es, que pueda acceder a la salud sólo una parte de la población y que ese acceso se deba fundamentalmente a la capacidad económica de cada quien. Algo muy similar ocurre en México, aunque aquí exacerbado.La amplia privatización de los servicios de salud en Estados Unidos han hecho que la salud sea, en buena medida, una mercancía: quien tenga dinero para adquirirla en el mercado la podrá pagar y quien no, simplemente está condenado a la enfermedad o la muerte. Diversos estudios internacionales demuestran, por el contrario, que el mejor modelo de financiamiento a la salud es el que hace que cada quien pague según sus capacidades y que se beneficie a cada quien según sus necesidades. Esto es, contribuyen más quienes más tienen, y se benefician quienes más lo necesitan. Como México, Estados Unidos es lo opuesto: paga quien más lo necesita por una situación de urgencia, y quienes hacen uso de los servicios médicos de forma regular son quienes están en mejores condiciones de pagar.Ante esa situación, Obama ha lanzado un proyecto sanitario que tiene como objetivo reducir de manera drástica el número de personas sin cobertura de los servicios de salud, que en la actualidad rondan los 50 millones de individuos –de los cuales una parte significativa son inmigrantes y mexicanos de origen. La apuesta del presidente norteamericano es clave, porque la dificultad para cubrir con los costos de los gastos de las enfermedades acaba generando un círculo vicioso de exclusión, marginación y desigualdad. Cada que una familia pobre sin recursos ha de afrontar la enfermedad de uno de sus miembros, costeando por sí misma los gastos, termina siendo más pobre.A partir de la cobertura universal de los servicios médicos, es factible construir sociedades más justas, más equitativas y, por supuesto, más sanas. En ese objetivo se inscribe la propuesta de Obama. Sin embargo, enfrenta en el Congreso múltiples resistencias que tienen que ver, por un lado, con el costo fiscal de su programa y, por el otro y sobre todo, con los intereses privados que se verían directamente afectados de prosperar el nuevo modelo sanitario.Diversos cálculos citados por el semanario inglés The Economist señalan que para ofrecer cobertura sanitaria a dos terceras partes de los 50 millones de personas que no tienen ningún tipo de aseguramiento médico –esto es, unos 33 millones de individuos-, se necesitará un presupuesto de un billón de dólares –un millón de millones. Entre las alternativas para hacer frente a esas necesidades financieras se encuentra un incremento de impuestos del 5.4% a quienes ganan más de 350 mil dólares al año, con lo que se podrían conseguir 500 mil millones de dólares. Por supuesto que los sectores de altos ingresos, los mismos que se vieron beneficiados por la reducción de impuestos en la época de Bush, se oponen a esta medida que afectaría su riqueza.Pero otro flanco adicional de resistencia lo representan las compañías farmacéuticas y aseguradoras, que hasta la fecha han sido las grandes beneficiarias del modelo de salud basado, estrictamente, en las reglas del mercado: tanto tienes, tanto vale tu salud. El esquema actual hace que la sexta parte del Producto Interno Bruto de los Estados Unidos se destine al gasto en salud, un negocio multimillonario que se vería acotado de prosperar la iniciativa de Obama. Lo que acontece en estos días no es un simple debate entre diferentes modelos o visiones de gestión del sistema de salud de un país. En realidad se trata de una batalla política fundamental en la que se definirá si el Congreso norteamericano, donde en teoría está representado el pueblo, puede ver por el interés público o si la campaña orquestada desde los poderes fácticos puede derrotar a Obama. El modelo de sociedad estadunidense puede estarse jugando en esta disputa, por ello no puede pasarnos inadvertida.
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