En realidad justicia a medias no es justicia, tampoco la justicia tardía. Ya sea ésta atributo de Dios, virtud cardinal, razón, equidad, o suma de todas las virtudes y compendio de bondad, a medias es poca cosa. Luis Jiménez de Asúa, uno de los más grandes juristas en Derecho Penal, si es que no el más grande y hasta ahora no superado por la completitud de su obra, ha escrito lo siguiente en el tomo II, dedicado a la filosofía y ley penal, de su incomparable Tratado de Derecho Penal: "En aquella negación del Derecho de penar coincide otra gran figura literaria: Anatole France, sobre todo en Crainquebille y en Las opiniones de Jerónimo Coignard, que ha estudiado con agudeza Mariano Ruiz Funes. "Los jueces -dice el abate Coignard (contrafigura del propio France)- no sondean las entrañas ni leen en los corazones, y así, su más justa justicia es ruda y superficial... Consagran en sus sentencias las más crueles iniquidades sociales, y es difícil distinguir, en esta parcialidad, lo que procede de su debilidad personal, de lo que es impuesto por el deber de su profesión, que es, en realidad, sostener el Estado en lo que tiene de malo, tanto como en lo que tiene de bueno; velar por la conservación de las costumbres públicas excelentes o detestables; asegurar, con los derechos de los ciudadanos, las voluntades tiránicas del príncipe..." La cita de Jiménez de Asúa es más que elocuente, porque entraña su propio pensamiento de jurista y humanista. Yo me quedo, para el caso, con lo último de France: "asegurar, con los derechos de los ciudadanos, las voluntades tiránicas del príncipe". La Suprema Corte, al resolver un amparo, se ha quedado a medias. Encontró en el asunto de Acteal, según sostiene, "fabricación" de pruebas. ¿Pero por qué no indagó acerca de quiénes las fabricaron y su motivo de hacerlo? Conforme a la resolución de la Corte personas inocentes pasaron once años en la cárcel. ¿Y no lo lógico hubiera sido decir al respecto aunque fueran tres palabras en el cuerpo de su fallo? El criterio de apegarse única y exclusivamente a la violación del procedimiento consistente, a la vez, en la violación de garantías constitucionales, atendiendo nada más al riguroso acto reclamado, deja al juez o ministro sin "sondear las entrañas ni leer en los corazones", impartiendo una justicia "ruda y superficial". ¿Por qué? La sospecha es que para "asegurar, con los derechos de los ciudadanos, las voluntades tiránicas del príncipe". En efecto, la demostrada fabricación de pruebas obliga al juzgador a encontrar los culpables verdaderos, y si no lo hace incurre en una omisión muy grave. Se dirá que la sentencia de la Corte obliga también al Ministerio Público a realizar una investigación exhaustiva. No es suficiente. No hay nada, absolutamente nada, que en una resolución de amparo impida que se haga (o se hubiera hecho) un señalamiento severo y contundente sobre posibles responsables cuyo perfil, en el sentido de que un delito no se da por generación espontánea, está claramente delineado en autos. ¿De dónde partió la orden de fabricar pruebas? ¿Por qué? ¿Cómo?Ahora bien, yo equiparo "las voluntades tiránicas del príncipe" con las de la autoridad que es vulnerable a las presiones de intereses confusos en que se coluden ilicitudes inconfesables. Lo cual en México, por desgracia, sucede con frecuencia alarmante. ¿Y qué nos queda? El Derecho, la justicia. Por eso es de excepcional importancia que la Suprema Corte no caiga en el marasmo de la burocracia legal. Las formalidades legales son la negación del Derecho y de la justicia. Yo lamento, pues, la justicia a medias impartida en el caso de Acteal. A falta de una Corte más firme y contundente, donde sólo un ministro votó en contra, ojalá el Ministerio Público no se haga de oídos sordos y de la vista gorda. Que se investigue a fondo para saber quién o quiénes ordenaron la matanza terrible de Acteal. Claro, no hay que ser ingenuos. Uno escribe y opina, sugiere, pide, solicita, reclama; y otro u otros deciden habida cuenta de que el Ministerio Público Federal o Estatal, salvo excepciones, depende del Poder Ejecutivo. ¿Cuántos casos recientes no se han investigado por esto? ¿Y cuántos han sido sepultados en el olvido con el polvo del tiempo? Lo que pasa, para citar el conocido refrán, es que tanto va el cántaro al pozo hasta que se rompe. Y es el colmo que en la situación actual de México se avive la llama, por dolo, omisión o culpa, de la enorme inconformidad social que nos abruma. Don Justo Sierra, siendo diputado, pronunció en 1893 aquella célebre frase de que "México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene, no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia". Por supuesto, más que hambre y sed de pan, de cualquier clase, tenemos hambre y sed de justicia. En México hay hambruna de justicia; y de muy poco valen las promesas, proyectos, programas, de mejoría económica, si la injusticia vinculada a la impunidad es el pan rancio y el agua contaminada que se nos da a beber.
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