El empeño por la unanimidad, la institucionalidad y la disciplina, como únicos antídotos posibles para resarcir nuestra imagen pública frente al deterioro electoral, no tuvo en la conciencia del Consejo Nacional del PAN la obsecuencia esperada. Sobre todo en el debate que, a regañadientes, se abrió antes de la elección. Y fue simplemente irrebatible el tema de la supeditación política que, en distintos ámbitos del partido y no se diga en el gobierno, se ha tenido hacia el duopolio de la tv. Porque la tv que se ha erigido en poder impune, corruptor de la política y disruptor de la democracia, fue tema de discusión en nuestra sesión del fin de semana.
El consejo que votó mayoritariamente por César Nava como nuevo presidente del CEN del PAN tampoco se cuenta mentiras a sí mismo. Separados los asuntos, reflexión y elección, se manifestó en ambos a favor de manera muy clara. De ahí la validez de la exigencia que propuso dar pie primero a la discusión, y luego escoger un dirigente al tamaño de nuestros problemas y retos. Pero también de ahí que, fabricando de última hora una jugada alevosa —lástima de despedida—, Germán Martínez decidiera abrir a los medios de comunicación sólo su respuesta a algunos de nuestros argumentos en ese debate, pero no a nuestras intervenciones completas. Por el bien del derecho a la información que tienen todos los miembros del partido, la nueva dirigencia debe orear todas las intervenciones para que se contrasten las ideas.
La respuesta de Germán distorsionó el sentido de las preocupaciones presentadas en la tribuna del partido, y las colocó de nueva cuenta en la todavía insuperable disputa interna que para la candidatura presidencial de 2006 se libró entre Felipe Calderón y Santiago Creel, no obstante la brutal derrota entonces y la vergonzosa defenestración después que ha sufrido este último. Esa contienda sigue y no la alivian ni la épica gesta de esa victoria ni la remota posibilidad de la revancha.
No es cierto que hubiera por aquellos tiempos la más mínima exigencia pública de explicación sobre el actuar del entonces secretario de Gobernación, que ha pagado caro sus errores a manos de los propios beneficiarios. Al menos no de quienes dijeron que aún esperan explicaciones sobre las concesiones que Creel otorgó en materia de casinos a Televisa. Fui entonces el más crítico de esa conducta, y no vacilé en negarle mi apoyo para la candidatura y otorgárselo a Felipe Calderón. El tema fue crucial para la decisión que tomaron en esa disputa muchos miembros del partido. Aun cuando ya en la campaña constitucional —una vez usado internamente— se haya consentido, en un solo acto, uno de los mayores intentos de despojo al Estado y a la nación que fue la ley Televisa.
Creel ha tratado de corregir, a su manera y a su estilo; pero los privilegios, las canonjías, las cesiones y el disimulo en la aplicación de la ley han continuado. También uno de los efectos más perniciosos de aquella reforma legal de marzo de 2006 subsiste, no obstante la declaratoria de invalidez que a varias de sus normas dictó la SCJN: la mayoría de la Comisión Federal de Telecomunicaciones, el órgano regulador, está en manos de las dos televisoras; por eso pueden desafiar al gobierno, al Congreso, a los partidos, violar la Constitución, formar su propia bancada legislativa, usar los canales espejo para la digitalización como les da su gana, adjudicarse a sí mismos señales multiplex, burlar los horarios y tiempos de publicidad, no transmitir la propaganda electoral, eliminar candidatos de la pantalla, linchar a ministros, gobernadores, diputados o senadores de la República, y apostarse abiertamente con el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, y demostrarle al PRI, y luego a todo el país, que si se lo proponen ellos pueden imponerlo como candidato, y luego hacerlo Presidente de la República.
Por eso me parece absurdo que a estas alturas, tras los resultados del 5 de julio, nos rasguemos las vestiduras de esa manera, cuando estamos viendo esa coalición triunfante no sólo sobre el PAN, sino sobre el estado de derecho, la democracia, la pluralidad, la competencia, las instituciones del país, incluido el Presidente de la República. La pregunta clave es qué papel queremos jugar como partido y gobierno sobre el actual proceso de reversión democrática, en el que la tv es punta y lanza.
En cuanto a la elección de César Nava, el segundo presidente más joven que tendrá el partido en su historia, debemos abrir la oportunidad a que cumpla lo ofrecido. No me voy de bruces como hace un año y medio, en el que desbordado, auguré incluso la vuelta al solidarismo. Pero no es menor lo que dijo: “Les pido que no me instruyan a ganar a costa de lo que sea. Ni me instruyan ni aceptaré. Vamos a ganar siendo fieles a lo que somos y a nuestra identidad”. Si ese eje discursivo se convierte en ruta de trabajo, en hechos, podremos empezar a recuperar la confianza de quienes nos han visto asemejarnos a nuestros adversarios, metidos en una mera disputa del poder por el poder mismo. Es hora de reencontrarnos con los intereses ciudadanos, y dejar atrás compromisos oprobiosos y alianzas indebidas. Claro que se puede, si se quiere.
El consejo que votó mayoritariamente por César Nava como nuevo presidente del CEN del PAN tampoco se cuenta mentiras a sí mismo. Separados los asuntos, reflexión y elección, se manifestó en ambos a favor de manera muy clara. De ahí la validez de la exigencia que propuso dar pie primero a la discusión, y luego escoger un dirigente al tamaño de nuestros problemas y retos. Pero también de ahí que, fabricando de última hora una jugada alevosa —lástima de despedida—, Germán Martínez decidiera abrir a los medios de comunicación sólo su respuesta a algunos de nuestros argumentos en ese debate, pero no a nuestras intervenciones completas. Por el bien del derecho a la información que tienen todos los miembros del partido, la nueva dirigencia debe orear todas las intervenciones para que se contrasten las ideas.
La respuesta de Germán distorsionó el sentido de las preocupaciones presentadas en la tribuna del partido, y las colocó de nueva cuenta en la todavía insuperable disputa interna que para la candidatura presidencial de 2006 se libró entre Felipe Calderón y Santiago Creel, no obstante la brutal derrota entonces y la vergonzosa defenestración después que ha sufrido este último. Esa contienda sigue y no la alivian ni la épica gesta de esa victoria ni la remota posibilidad de la revancha.
No es cierto que hubiera por aquellos tiempos la más mínima exigencia pública de explicación sobre el actuar del entonces secretario de Gobernación, que ha pagado caro sus errores a manos de los propios beneficiarios. Al menos no de quienes dijeron que aún esperan explicaciones sobre las concesiones que Creel otorgó en materia de casinos a Televisa. Fui entonces el más crítico de esa conducta, y no vacilé en negarle mi apoyo para la candidatura y otorgárselo a Felipe Calderón. El tema fue crucial para la decisión que tomaron en esa disputa muchos miembros del partido. Aun cuando ya en la campaña constitucional —una vez usado internamente— se haya consentido, en un solo acto, uno de los mayores intentos de despojo al Estado y a la nación que fue la ley Televisa.
Creel ha tratado de corregir, a su manera y a su estilo; pero los privilegios, las canonjías, las cesiones y el disimulo en la aplicación de la ley han continuado. También uno de los efectos más perniciosos de aquella reforma legal de marzo de 2006 subsiste, no obstante la declaratoria de invalidez que a varias de sus normas dictó la SCJN: la mayoría de la Comisión Federal de Telecomunicaciones, el órgano regulador, está en manos de las dos televisoras; por eso pueden desafiar al gobierno, al Congreso, a los partidos, violar la Constitución, formar su propia bancada legislativa, usar los canales espejo para la digitalización como les da su gana, adjudicarse a sí mismos señales multiplex, burlar los horarios y tiempos de publicidad, no transmitir la propaganda electoral, eliminar candidatos de la pantalla, linchar a ministros, gobernadores, diputados o senadores de la República, y apostarse abiertamente con el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, y demostrarle al PRI, y luego a todo el país, que si se lo proponen ellos pueden imponerlo como candidato, y luego hacerlo Presidente de la República.
Por eso me parece absurdo que a estas alturas, tras los resultados del 5 de julio, nos rasguemos las vestiduras de esa manera, cuando estamos viendo esa coalición triunfante no sólo sobre el PAN, sino sobre el estado de derecho, la democracia, la pluralidad, la competencia, las instituciones del país, incluido el Presidente de la República. La pregunta clave es qué papel queremos jugar como partido y gobierno sobre el actual proceso de reversión democrática, en el que la tv es punta y lanza.
En cuanto a la elección de César Nava, el segundo presidente más joven que tendrá el partido en su historia, debemos abrir la oportunidad a que cumpla lo ofrecido. No me voy de bruces como hace un año y medio, en el que desbordado, auguré incluso la vuelta al solidarismo. Pero no es menor lo que dijo: “Les pido que no me instruyan a ganar a costa de lo que sea. Ni me instruyan ni aceptaré. Vamos a ganar siendo fieles a lo que somos y a nuestra identidad”. Si ese eje discursivo se convierte en ruta de trabajo, en hechos, podremos empezar a recuperar la confianza de quienes nos han visto asemejarnos a nuestros adversarios, metidos en una mera disputa del poder por el poder mismo. Es hora de reencontrarnos con los intereses ciudadanos, y dejar atrás compromisos oprobiosos y alianzas indebidas. Claro que se puede, si se quiere.
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