El presidente Felipe Calderón enfrenta un contexto interno dominado por la crisis económica, la inseguridad pública, el deterioro en la mayoría de los indicadores de bienestar social y una generalizada decepción sobre los resultados que, como equipo, ofrece su gabinete legal y ampliado. Lo anterior en medio de una coyuntura internacional con signos de reactivación económica muy inciertos, lo que se traduce en las prioridades de Washington. Salvo en los temas bilaterales críticos (seguridad y migración), México no está en la agenda inmediata de Barack Obama.Además, a partir del próximo 1o. de septiembre, el jefe del Ejecutivo federal iniciará su relación formal con la LXI Legislatura del Congreso de la Unión, cuya novedad es la condición de primera fuerza de que el PRI gozará en San Lázaro, 237 diputados que sumados a los 22 del PVEM le otorgarán mayoría absoluta. Como expliqué en colaboración anterior en estas páginas, esa suma tiene limitantes severos para ser de utilidad práctica. Por una parte, debido a la normatividad interna del Congreso, y en particular de la Cámara de Diputados; por la otra, debido a que la composición de fuerzas en el Senado permanecerá inalterada hasta el 31 de agosto de 2012.Dicen que las comparaciones son odiosas, pero en temas y experiencias de política y gobierno resultan no solo inevitables, sino indispensables. Calderón es el tercer presidente del México moderno que enfrenta una Cámara Baja con mayoría opositora; Ernesto Zedillo fue el primero, y a pesar de todo pudo convivir y obtener resultados importantes durante la segunda mitad de su mandato. Así lo prueban 14 reformas constitucionales -además de un buen número de nuevas leyes, o reformas a las ya existentes- y la aprobación de sus propuestas económicas anuales. Su conducta durante el proceso electoral (1999-2000) y el manejo de la transición -y de la derrota de su partido- siguen mereciendo reconocimientos, más aún al comparar con los hechos que marcaron el sexenio foxista y su descompuesto final.A la luz de la experiencia, el presidente Calderón tiene dos ejemplos por analizar, y una sola opción. Entre agosto de 1997 y enero de 1998 Zedillo realizó cambios importantes en su equipo de trabajo; empezó con el relevo en la presidencia del PRI y culminó con cambios en su gabinete, titular de Gobernación incluido. Vicente Fox, después de los resultados electorales de 2003, tiró la toalla y declaró abierta, con más de tres años de anticipación, la carrera de su propia sucesión. Zedillo adecuó su proyecto de gobierno. Fox mandó el suyo al archivo. Sólo que Calderón no tiene las condiciones económicas que permitieron al guanajuatense sobrevivir; está obligado a actuar, y pronto.El entendimiento con el Poder Legislativo es -creo- la primera y única opción para la segunda mitad del sexenio calderonista. El Presidente puede vivir sin el Congreso, pero no contra el Congreso. Más aún si todo apunta al desbordamiento de presiones y demandas de los gobernadores sobre los nuevos diputados. Calderón requiere acuerdos para frenar pretensiones desmedidas y encontrar soluciones que pongan por delante la corresponsabilidad. La cobija presupuestal no alcanza para todo ni para todos. El ajuste tiene que ser parejo para proteger lo irrenunciable (salud, educación, infraestructura). El Senado, en tanto que Cámara revisora de la Ley de Ingresos y las iniciativas tributarias, tendrá un papel relevante, que el Ejecutivo debiera valorar y aprovechar.El Presidente tiene en los senadores del PAN la primera llave para cerrar la puerta al Congreso; la segunda es el derecho de veto que la Constitución le otorga. Su desafío es no usar ninguna, sino dialogar, tomar la iniciativa, construir con el Congreso y los gobernadores, evitando que el 2012 se adelante.Para los casi 40 meses que tiene por delante, Felipe Calderón puede trazar nueva ruta de navegación, o persistir en la que lo llevó donde hoy se encuentra. De él depende el futuro de su gobierno.
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